8. La resistencia de Berk

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Capítulo 8: La resistencia de Berk

"El valor que tienes dentro es más importante que lo de afuera".

Cómo entrenar a tu dragón. –Cressida Cowell

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Trémulamente pasaron años hasta que la esperanza se volvió a vislumbrar por los lejanos horizontes de la que alguna vez fue una próspera Berk.

Drago mermó la vida de la isla entera.

Epidemias, hambruna, necesidad y frío diezmaron la población y con ellos, la oportunidad de progresar.

De la isla nadie podía salir. Eran cautivos en su propia patria.

Por su parte, los dragones habían sometidos a fuertes drogas que les obligaban a atacar a sus propios amos y al resto de la gente. Usados para morir entre sí atacándose, y a los que se libraban de dicho destino, morían famélicos o por enfermedad.

Una vez por semana había una batalla entre dragones en lo que antes era la arena de entrenamiento, y a veces hasta incluían berkianos que terminaban muriendo a causas de las heridas y falta de atención, pues Drago ya no razonaba y evitaba bajo mandato que fueran atendidos.

Ya no había dragones.

Nadie montaba nada ni surcaba los cielos.

No había esperanza, aunque sí había una resistencia secreta comandada por Erick Hofferson.

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En la orilla del dragón Tuffnut corría despavoridamente por todo el bosque.

Protegía con la máxima de las devociones al ser que cargaba en sus brazos... su gallina.

-Tranquila, Chiki. Todo estará bien. –prometió arropándola mientras seguía corriendo, tratando de escapar del jabalí al que había intentado arrancarle un colmillo.

El chico tropezó con una rama y sintió que ése era su final. Cerró los ojos, besó a la gallina y finalmente esperó la decisión de los dioses.

-No me arrepiento de nada. –susurró orgulloso, sin embargo en eso miró al cielo, creyó que se trataba de una valquiria que venía por él, pero lo descartó en el momento en que vio a su hijo adoptado.

-¡Hiccup! –gritó alzando los brazos, trepándose en las garras de su dragón y sujetando con sus pies a la pobre y asustada gallina. –Sabía que escucharías, hijo mío.

-¡No soy tu hijo! –reclamó el muchacho castaño, quien sobrevolada con su dragón.

Después de unos minutos de vuelo, llegaron a la sala común rodeada de las cabañas.

— Caray, muchas gracias mi querido amigo de una pierna.

— No agradezcas Tuffnut, se escuchaban tus gritos por toda la isla, mi dragón fue quien quiso venir a rescatarte.

— Pues agrego mis disculpas y agradecimiento al Furia Nocturna a nombre mío y de la hermosa gallina que me acompaña.

Hiccup solamente sonrío por las ocurrencias de su amigo, en realidad no sabía qué podría haber hecho sin ellos en su vida, finalmente, mirando al cielo, se percató de algo.

Estaba por caer el atardecer y como era el tercer jueves nublado consecutivo del mes ellos tenían cierta tradición que debían cumplir en la orilla del dragón. El rubio empezó a caminar rumbo al área común de los jinetes y vio a su hermana y a Fishlegs que preparaban la cena. Decidieron salir y comer en las afueras del saloncito para cumplir con la tradición, pues el panorama estrellado era asombroso y querían disfrutar un poco de la hermosa vista sin preocupaciones.

El jefe vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora