29. El Cazador de Furias Nocturnas

119 6 2
                                    

Capítulo 29: El Cazador de Furias Nocturnas
.

"Cuando un conejo joven ve un halcón volando en círculos, es posible que nunca antes haya visto una criatura así, pero hay una memoria ancestral que le dice que tenga miedo,
que salte con grandes saltos y pánico hacia la seguridad de la madriguera. En esta historia piensan que Hiccup es el conejo, cuando en realidad es el Halcón".
Cressida Cowell

.

.

.

Había sido una noche perfecta para ambos regentes de Berk. Todas las molestias e irritabilidades habían sido borradas con caricias y besos desesperados que se dieron con todo el amor que se profesaban.

Incluso la tensión por no estar en Berk, ni la preocupación ante los saqueos y ataques que había en ese lado del archipiélago. Por unos momentos se dieron el lujo de ponerle pausa a todo, a sus coronas, a sus mandatos, a la guerra incluso. En esa noche sólo fueron un hombre y una mujer que se extrañaban a morir, y sobretodo que se amaban con todo el corazón.

En esa cabaña no había ventanas grandes, sólo una que había cerrado con cuidado durante la noche, pero al mirar la pequeña rendija, asumía que ya pronto terminaría de amanecer o al menos intuía eso también gracias a los cantos de los gallos y de los terrores terribles que revoloteaban alrededor de la cabaña del jefe.

Pero nada de eso le importaba, para él, su mundo entero estaba a su lado, recostada, laxa, abrazándolo con delicadeza (una delicadeza que ambos reservaron durante las horas pasadas) sin ser consiente aun del día que les esperaba, pues dormía plácidamente recostada boca abajo.

Hiccup se permitió observarla. Prestó atención a cada detalle de su cabello enmarañado, expandido por su espalda, tapando los lunares y pequeñas marcas de nacimiento que poseía, de los cuales sólo él tenía acceso.

Esa mujer lo volvía loco.

Astrid, por su parte, le estaba costando despertar; por primera vez en varios meses había podido dormir sin resentimiento, aunando al suave y gentil toque de su esposo por toda su espalda; mientras éste acomodaba su cabello haciéndole permanecer en una especie de trance, hasta que sintió un par de cosquillitas en cuello.

-Buenos días, dormilona.

Le hubiera encantado que todas sus mañanas fueran así.

-Buenos días. –para deleite de Hiccup, Astrid abrió sus ojos azules, fascinada.

Se miraron enamorados unos segundos, y también muy cansados.

-Me encanta que estés aquí. –susurró, llevando sus labios a los suyos.

-A mí también. –coincidió, abriendo sus brazos para acercarse a él.

-¿Cuánto tiempo te quedarás? –preguntó entre besos.

La rubia dejó de colaborar en la acción, aspecto que llamó la atención de él.

-¿Mi lady?

La reina se movió en su lugar, para mirar el techo y resoplar.

-Le dije a tu mamá y a Fishlegs que sólo un día. –confesó. –De hecho iba a venir Fishlegs, pero insistí que debía ser yo. Me escoltaron hasta entrar al perímetro de la Orilla.

-No sería agradable tenerlo a él en la cama. –bromeó, recibiendo un golpe a cambio. –Hey.

La fémina se burló por las palabras de él, acomodándose de lado, aprovechando para taparse, más por el frío que por pudor.

El jefe vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora