24. Let

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TW: VIOLENCIA FÍSICA

Alice

Cuatro años atrás

—En lugar de mejorar empeoras—masculló mi entrenador.

Había fallado la técnica más fácil para distraer el oponente.

Mi cabeza había estado tan dispersa en el entrenamiento que empecé a actuar en automático que no me percaté de la orden de Joel de lanzar hacia arriba y fingir que golpearía hacia la izquierda y hacerlo hacia la derecha. Yo golpee la pelota hacia la derecha desde el inicio.

Ese simple hecho lo había hecho enfurecer.

Suspendimos el entrenamiento de inmediato y me encerró en su oficina.

Su imponente presencia estaba a mis espaldas mientras yo no podía despejar la mirada de su asiento vacío frente a mí. Tragué saliva en cuanto apareció en mi campo visual.

Sus ojos me recorrieron de arriba hacía abajo como un león apunto de atacar a su presa. Mi cuerpo se tensó por la cercanía y me aferré de la correa de mi bolso. Tenía un mal presentimiento, lo tuve desde que Jeff me dijo que no podía acompañarme ese día.

—Tienes que dejar a ese chico—dijo—. Te está distrayendo del objetivo.

Fruncí ligeramente el ceño.

—Disculpe entrenador, pero mi vida privada no influye en mi desempeño como jugadora.

—Pues a mi parecer sí, porque desde que trajiste a ese chico a mirar los entrenamientos tienes errores en cosas en las que solías ser un poco buena—chasqueó la lengua y me preparé para lo siguiente—. Te equivocas todo el tiempo, y si no hubiera sido porque tu contrincante cometió un error hubiéramos sido aplastados, porque estabas haciéndolo terrible. Ni siquiera eres tan buena como todos creen. Apestas, Standfild.

Las lágrimas inundaron mis ojos y tomé una bocanada de aire para no llorar, pero sus palabras golpearon fuerte. Ese día creí que estaba dando lo mejor de mí, y todo mundo me felicitó por mi buen desempeño, incluso la chica contra la que competí me escribió un mensaje de texto diciéndome que había sido un honor jugar conmigo y que merecía el triunfo.

—Hice lo mejor que pude...

La voz se me quebró a media oración. Joel rodeó mi barbilla con su mano y levantó mi rostro.

—¿Podrías dejar de lloriquear? —preguntó en un tono molesto y añadió casi en un murmuro mirando hacia arriba por un instante: —. Dios, detesto tanto trabajar con mujeres.

Volvió a mirarme. La vena de su frente estaba marcada y cada musculo de su cara tenso.

—Todo mundo te dice eso porque eres hija de una gran estrella del tenis, te animan con esos falsos halagos solo por compromiso. Nadie quiere herir los sentimientos de la descendiente de la gran Amarantha Lanns, por mucho que apeste—apretó su agarre—. Porque esa es la realidad, Alice Standfild, no eres más que un intento de tu madre, porque nunca serás ella.

Eso me rompió.

Algo apretó mi pecho y mis mejillas no tardaron en humedecerse.

Vi el odio y el rencor cruzar los ojos de Joel.

Y luego la palma de su mano, la misma con la que me sostenía, se estampó contra mi rostro. Jadeé un poco por el impacto y entreabrí los labios. ¿Qué acababa de pasar?

—¡Deja de llorar, maldita sea! —volvió a bofetearme—. ¡Eres solo una puta niña mimada que no puede aguantar escuchar la verdad!

No es cierto.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora