3. Cuerdas

4.7K 231 215
                                    

Alice

Presente

Según estudios e investigaciones, el planeta tierra estaba habitado por 7.753 miles de millones de personas, así que las posibilidades de que dentro de todas ellas hubiera alguien con su mismo nombre era extremadamente alta. Por ello decidí creer por primera vez en mi vida en la probabilidad y estadística. Me negaba a aceptar que se tratara él.

Jefferson Blasen no podía estar de regreso en la ciudad.

No podía, porque estaba muerto.

Murió el día en el que puso un pie en el aeropuerto y subió a ese avión con destino a Roma.

Ese día murió para mí.

Enterré todo lo que alguna vez sentí y viví con él dentro de un baúl al fondo de mis recuerdos, dejándolos ahí, solo como una vivencia que fue buena mientras duró. Aunque quizá estaba exagerando y probablemente habían hecho una purga de documentos en la facultad de mi hermano y por ello esa carpeta estaba dentro del montón.

Él se fue justo antes de iniciar su primer año en la universidad hace cuatro años.

Cuatro.

La misma cantidad de tiempo que había pasado desde que perdí a mamá.

—¿Estás bien? —preguntó Owen, pasando una mano por el frente de mi rostro.

Parpadeé un par de veces y salí de mis pensamientos.

—¿Qué tienes en mente? —inquirió al verme regresar en sí.

Dudé un poco en responder. Owen pertenecía al mismo grupo de amigos que Jeff y de ser cierto su regreso el primero en decírmelo, además de mi hermano, sería mi novio, y el que estuviéramos tan tranquilos sentados en una de las mesas de la cafetería me confirmaba mi teoría sobre la purga.

—Sí, estoy bien—le di una mordida a mi sándwich—. Solo estaba pensando en el examen.

—Aprobarás—aseguró, llevándose un bocado de su pasta a la boca—. Eres la mejor de tu clase.

—Tengo que ser la mejor de la generación—repetí las palabras que mi padre me decía de manera constante cada que veía mis notas—. Papá dice que él lo fue, así que yo también debo de serlo.

—Te exiges mucho, Alice—bebió de su soda de manzana—, debes de relajarte un poco.

Sugirió limpiando las orillas de sus labios con una servilleta. Tomé un sorbo del jugo de durazno y le di una mordida más a mi almuerzo dejando pasar el hastío que me abordó al escucharlo.

Todo mundo se la vivía diciéndome que debía relajarme, que debía tomarme un descanso, pero me era imposible. Si quería alcanzar mis metas y sueños no me podía permitir el distraerme de mis objetivos por nada del mundo.

—Aunque quiera hacerlo, no puedo—añadí, tomando la excusa de siempre—. Sabes que mi padre me tiene con la soga al cuello con respecto a la carrera y mi entrenador con el tenis.

Parcialmente no era un excusa, porque en realidad si tenía la presión de ambos sobre mí todo el tiempo. Papá siempre me decía que debía de ser mejor, que debía esforzarme más. Mi entrenador me exigía más resultados que implicaban más entrenamiento y menos horas libres.

Sin embargo, cuando podía tomarme unos minutos prefería seguir enfocada en lo que ambos me pedían. Ser la mejor y sin ninguna comparación, aunque esto último no era tan fácil en el tenis porque el nombre de mi madre siempre sonaba delante del mío.

Nunca era solo Alice Standfild, siempre era la hija de Amarantha Lanns, Alice Standfild.

Owen estiró un brazo y me acercó a él. Plantó un casto beso en mi mejilla y detuvo sus labios cerca de mi oído. La piel se me erizó por completo.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora