2. Marco

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Alice

Cuatro años atrás.

—Maldición—bufé, frustrada.

Era la octava vez que recorría toda mi habitación buscando mi raqueta. Ya había rebuscada en gavetas, cajas e incluso la ropa sucia. Si no la hallaba tendría que utilizar la de mi madre y eso no pondría nada contento a mi entrenador, ya que se daría cuenta por el discreto—para nada discreto—grabado con las iniciales de mi progenitora alrededor del mango.

Él decía que si quería dejar de estar detrás de su sombra debía incluso tener mis propias cosas y nunca hacer uso ed las que ya habia en mi casa. 

A veces creía que tenía razón, en otras ocasiones pensaba que exageraba con eso.

Me puse de cuclillas a la orilla de mi cama y estiré la mano hacia debajo de ella, era mi última esperanza. Toqué la alfombra y solté un suspiro lleno de alivio al sentir las cuerdas.

—Aquí estás—jadeé. La saqué con cuidado y la guardé en su estuche.

Amarré las agujetas de mis tenis y me di un último vistazo en el espejo, asegurándome de verme bien. La falda plisada negra se amoldaba a mis caderas y la camisa tipo Polo color gris estaba perfectamente fajada. Ajusté la coleta alta que me llegaba hasta los hombros y salí de mi habitación.

Mi entrenamiento empezaba en media hora, así que debía de darme prisa para que mi hermano me llevara al centro deportivo. Normalmente quien me llevaban eran mis padres, pero ese fin de semana se encontraban celebrando su aniversario en un yate y no podía faltar.

Bajé las escaleras y me detuve en seco al instante en el que vi a Lucas recargado en la barra de la cocina junto con dos chicos. Uno de ellos era pelirrojo y el otro castaño. Los tres me miraron y mi hermano movió su mirada hacia la sala. Seguí sus ojos y capté al otro par que estaba jugando videojuegos en la consola. Le dio un sorbo a su bebida y esbozó una sonrisa.

—Miren nada más quién se ha dignado a honrarnos con su presencia—dijo, y la atención de todos se puso sobre nosotros. Se acercó a mí y me rodeó los hombros con su brazo derecho.

Uno de los dos que estaban jugando le puso pausa a la partida y se pusieron pie para reunirse todos en un semi circulo alrededor nuestro. No conocía a ninguno de ellos, había un rostro que se me hacía familiar, pero no le tomé mucha importancia, supuse que eran los amigos que mi hermano había hecho durante el campamento varonil al que fue en el verano.

—Alice, te presento a mis amigos: Blake, Jonathan—señaló al castaño y al pelirrojo—, Owen—movió su dedo hacia otro castaño, pero el tono eran un poco más oscuro, asemejándose al color del chocolate y tenía pecas en el área de la nariz—, y Jefferson, pero todos lo llamamos Jeff.

Puse mis ojos sobre él y de inmediato el azul de los suyos capturó por completo mi atención. Era como si hubieran tomado con un pedazo del cielo veraniego. Nunca había visto un color así, tan claro, tan brillante y al mismo tiempo tan profundo. Sus orbes contrastaban a la perfección con el azabache de su melena. Su aura entera era enigmática y a mi me gustaban los enigmas.

Jefferson era unos cuantos centímetros más alto que los demás. Pude notar eso a pesar de que estaba recargado sobre la pared con los brazos cruzados, luciendo tan despreocupado. Parpadeé regresando en sí, recordándome de que había más gente a mi alrededor y que seguro habían notado que me quedé mirándolo más de lo que debía.

—Un gusto conocerlo—dije y formé una pequeña sonrisa.

Se limitaron a solo regresar el saludo con un movimiento de cabeza. Supuse que tal vez estaban precaviendo el hacer algo que molestara a mi hermano. Sin embargo, Blake se movió de su lugar y se posó sobre mí. Se inclinó un poco tomando una de mis manos y me besó los nudillos.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora