19. Braceo

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Jefferson

Cuatro años atrás

Habían pasado dos semanas desde que besé a Alice por primera vez, dos semanas desde que saboree el cielo en sus labios, dos semanas desde que decidí que lucharía contra lo que fuese por estar con ella, dos semanas desde que en verdad mandé por la borda la maldita regla.

Y desde entonces no hubo día en el que no encontrara la manera de besarla y de acariciar su piel. La forma en la que su boca encajaba a la perfección con la mía y en la que nuestras lenguas se coordinaban tan bien era algo que quería sentir para siempre.

Alice puso un hechizo sobre mí y caí.

—¡Nos vemos mañana! —exclamó una chica, mientras salía de los vestidores.

Cerró la puerta y compuso su mochila deportiva en su hombro. Se detuvo al verme y cambio su semblante neutro por uno coqueto, miró hacia atrás y empezó a jugar con su cabello.

—Hola, ¿estás perdido? —preguntó, acercándose a mí.

—No—respondí tajante—. ¿Está Alice adentro aún?

La expresión en su rostro se transformó. Enderezó la espalda y se cruzó de brazos.

—¿Alice Standfild? —cuestionó, como si fuera indignante para ella mencionar su nombre.

—Sí—respondí, sacando de mi espalda el ramo de flores que traje para Alice.

Era algo que empecé a hacer apenas hace unos días. Después de cada entrenamiento le daba un pequeño ramo de sus flores favoritas, tulipanes rosados. Un pequeño premio por su desempeño en el tenis. Además, la forma en la que sus ojos brillaban cada que sostenía las flores y las olía era algo que me llenaba el corazón de ternura.

—¿Eres su novio?

—¿Está aún adentro o no?

—Sí, ella es la única que queda.

—Bien, gracias—respondí, pasando de largo para entrar a los vestidores.

No me molesté en mirar hacia atrás para asegurarme que nadie más me viera entrar, solo me concentré en cerrar con seguro la puerta y bajar la pequeña cortina para evitar que alguien pudiera espirar. Los chicos me retuvieron lo suficiente como para no poder estar en el entrenamiento, pero no fallaría en recogerla como todos los días.

Escuché el sonido de la regadera y en cuanto me acerqué a los cubículos de las duchas sentí el olor a flores y cítricos en mis fosas nasales. A eso es a lo que Alice olía. Todo en ella en realidad era así, como las flores. Delicado, femenino, elegante y rosa, mucho rosa.

Vi el reflejo de su cabello rubio mojado por la puerta de plástico semi polarizado. Sonreí para mí. Observé su cuerpo, su cintura estrecha, su cuerpo mojado y ese culo que solo quería apretar. Alice emanaba sensualidad y ni siquiera se daba cuenta de ello.

Pero yo sería el único que podría ver y tocar esa parte de ella.

Coloqué el ramo en la banca debajo de su casillero y empecé a desvestirme. Avancé hacia ella dejando atrás mi ropa en el suelo y jalé de la puerta.

Alice giró rápidamente protegiendo su desnudez, estrechando sus tetas con sus brazos.

Esperaba tanto poder tocarlas, lamerlas, hacerlas mías, como ella.

Entreabrió los labios en cuanto me reconoció y su mirada recorrió todo mi cuerpo hasta que sus ojos se detuvieron sobre mi polla, levemente dura. Puse todo de mi autocontrol para no beber su cuerpo desnudo y simplemente tomarlo, aún no era el momento para admirarlo como la obra de arte que estaba seguro que era.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora