15. Primer paseo

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Alice

Cuatro años atrás

Jefferson condujo hasta el bosque de la ciudad, cerca de las montañas y colinas que colindaban con el patio trasero de mi casa. Nunca había estado en esa parte y vaya que me arrepentía de eso.

A través del casco podía sentir el viento golpear contra mi cabello y el poco aire que entraba por el visor me hacía sentir una especie de libertad. Sentí como si hubiera entrado en otra dimensión en cuanto nos adentramos en el camino rocoso que daba hacia unas cabañas abandonadas, probablemente quedaron así después de que hubo un derrumbe hace varios años.

En otras circunstancias hubiera considerado peligroso ir ahí, justo a dónde probablemente por la lejanía a la ciudad y los árboles no llegaba la señal telefónica como para una emergencia, pero había algo en Jefferson que me hacía sentirme seguro incluso en situaciones así.

Además, me gustaba pasar tiempo con él.

—¿Quieres que nos detengamos un rato? —preguntó disminuyendo la velocidad.

—Sí.

Aceleró de nuevo hasta que llegamos a los pies de una montaña. Apagó el motor y me sujeté fuerte para no caerme cuando detuvo la motocicleta. Se bajó y me ayudó para hacerlo mismo.

—Wow—dije, al mirar el espectáculo que estaba frente a mis ojos.

La ciudad se veía como una maqueta a escala, pequeña, iluminada e inofensiva. Apenas podía distinguir entre tanta luz los lugares a los que solía asistir con frecuencia.

Jefferson pasó a mi lado y tomó asiento a la orilla colgando sus pies al precipicio. Sacó un cigarrillo de su chaqueta y lo prendió con un encendedor. Tomé una bocanada de aire y me senté a su lado.

—Bienvenida a mi lugar especial—dijo—. Suelo venir aquí cuando necesito algo de tranquilidad y silencio. Me gusta ver como el atardecer cae y parece como si las copas de los árboles estuvieran ocultando al sol para que la luna no lo vea—me miró—. ¿Habías estado aquí antes?

—No, los únicos sitios a los que voy son al centro deportivo, al colegio y uno que otro centro comercial cuando mamá tiene tiempo para mí. Y bueno, también a sus partidos, pero eso no sucede tan seguido como antes.

—Escuché que dejará el tenis este año, ¿es cierto? —preguntó, dándole una calada al cigarro.

—Sí, bueno... Ella dice que es demasiado vieja para seguir competir, pero siento que hay algo más.

—¿Cómo qué?

—No lo sé —fruncí el ceño—. ¿Recuerdas que te dije que sentía que me ocultan algo? Bueno, el motivo de su retiro es una de esas cosas y creo que tiene que ver con que los jueves no están.

—¿Qué crees que sea?

—Probablemente van a terapia de pareja, últimamente discutían mucho.

—¿Y si les preguntas si sucede algo? —sugirió.

—Lo intenté una vez—relajé los hombros—, pero papá me dijo que no me preocupara, que solo debía enfocarme en mejorar en el tenis para que mamá deje a alguien digno en su lugar.

Resoplé. Esas palabras habían quedado grabadas en mi cerebro de una forma tan profunda que era un constante recordatorio que siempre viviría bajo las sombras de mamá. Algunas veces me preguntaba porque no dejaba el tenis si todos creían que no era suficiente, pero en verdad era algo que me apasionaba hacer o quizá yo me convencía de eso.

Jefferson regresó su mirada al frente y dio una profunda calada.

—Espero que le calles la boca el día del partido. A él y a todos los que te han hecho dudar.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora