4. Agarre

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Jefferson

Presente

La luz del cielo nocturno se filtraba a través de la ventilla de mi asiento en el avión. Me gustaba la vista área de las ciudades durante las noches. Todas las luces que desde arriba se veían como una simple hormiga, pero de cerca pertenecían a mansiones, edificios e incluso monumentos. Por eso había escogido un vuelo tan tarde. Era casi la hora de la cena y yo me moría por aterrizar e ir a comer mi platillo favorito en mi restaurant preferido en Blester, también por recorrer de nuevo sus calles.

Por fin estaría de regreso en mi hogar, el cual tuve que abandonar a causa del divorcio de mis padres hace cuatro años. Después de varios juicios peleando mi custodia, me mudé a Roma con mi madre. Tuve que dejar todo lo que tenía atrás para comenzar una nueva vida junto con ella. Pero iba a casarse y su futuro esposo y yo no teníamos una buena relación, así que tras varios intentos accedió a que volviera a mi ciudad natal a vivir con mi padre.

Solté una bocanada de aire al momento en el que escuché al piloto anunciar que estaríamos aterrizando en quince minutos aproximadamente. Una oleada de nervios me hizo suspirar cuando recordé todo lo que volvería a ver al bajar. Estaba ansioso.

Treinta minutos después me encontraba en el desembarque recogiendo la última maleta para por fin salir por las puertas y llegar a casa. En cuanto las crucé en mi campo visual apareció un hombre con traje de chófer y un cartel que decía: Bienvenido a casa joven Blasen.

Una pizca de decepción invadió mi cuerpo al darme cuenta que mi padre no había tenido la amabilidad de recogerme al aeropuerto. Después de cuatro años nos veríamos de una manera que no fuese a través de una pantalla, y ni así. En parte no me sorprendía su ausencia pues sólo había dos cosas importantes para él, la empresa y sus acciones en una farmacéutica.

Me acerqué al hombre junto con todo mi equipaje. Le estreché la mano mientras se presentaba y nos dirigimos al estacionamiento en silencio. El camino hacia el centro de la ciudad fue nostálgico. Ver de nuevo los negocios, parques, centros comerciales, teatros y las personas transitar por la ciudad me hizo sentir en casa. Feliz y casi pleno. Sólo me faltaba ver a alguien para sentirme completamente pleno. Necesitaba verla con desesperación.

—¿Podemos hacer una parada? —pregunté y por el retrovisor vi al chófer asentir.

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El edificio del Centro Deportivo de la Universidad Egluemore se posó frente a mí. La última vez que lo vi estaba pintado de gris con franjas en azul marino, ahora tenía un tono celeste que hacía lucir el lugar más brillante y lleno de vida. Algo totalmente contrario a lo que se percibía antes.

Pasé la sudadera negra por mi cabeza y la extendí por todo mi torso mientras comencé a caminar hacia el interior del establecimiento. No estaba seguro de que estuviera ahí, pero la conocía lo suficiente como para saber que su horario favorito para entrenar era en las noches, sobre todo que, según mis investigaciones de emergencia, a esa hora era la práctica nocturna del equipo de natación al cuál pertenecía su hermano, por lo tanto, las posibilidades eran altas.

Sin duda los hermanos Standfild tenían material de deportistas.

Recorrí el camino que me sabía de memoria hasta el campo de tenis, sintiendo las mariposas en mi estómago revolotear de tan solo pensar en que volvería a verla después de tanto tiempo. Esbocé una sonrisa al escuchar el rebote de una pelota, jadeos y el chirrido de la suela de un par de tenis.

Ella estaba ahí.

La primera que la vi dudé de que fuera real con ese cabello rubio y esos zafiros que cargaba en los ojos. Lucía como una muñeca de porcelana, como de las que veías en las tiendas departamentales y te quedabas observándolas de lo tan hermosas que eran. Pero a diferencia de ellas, Alice estaba prohibida para mí por ser la hermana menor de mi mejor amigo.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora