33. El principio

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Alice

Cuatro años atrás.

Limpié una lágrima de mi mejilla y volví a cubrir la zona con un poco más de rubor, intentando retener el resto de ellas. Estaba comenzando a sentirme exhausta de llorar. No había un solo día desde que me enteré de la enfermedad de mamá que no llorara. Odiaba sentir demasiado. Odiaba sentirme débil.

Los medicamentos y las terapias no estaban funcionando como deberían. Mamá en lugar de mejorar iba empeorando, y por más que intentaban ocultarlo podía notarlo por la forma en la que su rostro se apagaba cada día que pasaba.

Papá creía que no escuchaba cuando se levantaba en las madrugadas a buscar hielo a la cocina para bajarle la fiebre a mamá, o que cuando me paraba a tomar agua no lograba escucharla en el baño de visitas vomitar y llorar.

Trataba de fingir que no lo sabía, que no podía sentir como estaba muriendo poco a poco y que sabía que ella se sentía de esa manera. Incluso la escuché hablar con su doctor por teléfono el otro día y mencionó la eutanasia.

Me dolía físicamente el pecho de solo pensar que quería morirse, que no estaba dispuesta a intentarlo un poco. Pero no podía juzgarla. Quizá haría lo mismo.

Había intentado distraerme. Incluso hice una amiga en el colegio. Se llamaba Alison, era de las pocas chicas que me trataban bien y no me miraban raro o rumoraba cosas en los pasillos por cómo usaba el uniforme o por ser entregada al estudio.

Alison era diferente al resto. Tenía un carisma singular y un aura muy calmada. Dónde sea que esté lleva una calma y tranquilidad contagiosa, y eso es lo que más necesitaba en ese momento. Aproveché la excusa de los exámenes para pasar tiempo en su casa y escaparme un momento de lo que sucedía en la mía.

No le había contado sobre todo eso y no tenía idea si algún día le contaría a alguien. Aún me sentía drenada después de contarle a Jeff.

No nos habíamos visto mucho los últimos días y lo extrañaba. Echaba de menos sus abrazos, sus caricias, sus mimos, su voz, su presencia. Lo extrañaba a él.

Quise pedirle que nos tomáramos un día juntos, que escapáramos a la montaña, acampáramos y nos perdiéramos el uno con el otro, pero se sentía incorrecto hacer ese tipo de planes.

Me levanté de la silla retocando mi brillo labial. Caminé hacia la cama para terminar de guardar mis cosas en mi mochila deportiva. Tenía entrenamiento en media hora y debía apresurarme para no llegar tarde. Eso enojaría mucho a Joel y no quería eso.

Desde mi último partido las cosas habían empeorado, me hacía trabajar el doble y ahora vigilaba mis horas en el gimnasio. Decía que me estaba volviendo lo suficiente holgazana como para hacer las cosas sin supervisión. Iba en las mañanas antes del colegio, así que tenía que prepararme en el Centro Deportivo para no faltar a mi primera clase.

Era incómodo pasar ese tiempo con él. Sus miradas constantes a partes de mi cuerpo y sus acercamientos para buscar la forma de poner sus manos sobre mi cintura, incluso era algo que comenzaba a hacer para corregirme la postura en la cancha ahora con la ausencia de Jefferson en mis entrenamientos.

Intentaba permanecer lo más alejada, apartarme cuando podía. Tuve que pedirle a Lucas que comenzara a acompañarme en las mañanas, él también debía ejercitarse como parte de su entrenamiento para natación. Quería contarle lo que ocurría, pero no estaba segura si me sentía lo suficientemente preparada para las consecuencias.

Moví la mirada a la pantalla de mi teléfono en cuanto se iluminó. Distinguí el nombre de Jeff y una genuina sonrisa se formó en mi rostro llevándose de mi mente todo lo que rondaba.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora