27. Bola de demolición

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Jefferson

Cuatro años atrás

Subí a mi habitación abrumado por la incertidumbre sembrada por papá. Sus palabras hicieron un eco eminente en mi cabeza porque de alguna forma encajaba a la perfección con el comportamiento que había tenido Cody cuando me vio afuera del colegio, y realmente no dudaba que fuese así, que haya decidido por alguna razón decirle a Alice que se alejase de mí, que mantuviera su distancia, así como Lucas me lo pidió a mí.

Y Alice era una chica buena, por supuesto que obedecería a su padre.

Quería preguntarle, quería cuestionarle si Cody tenía algo que ver con su alejamiento, porque merecía saber la verdad, merecía una explicación.

Pero ya me lo había dicho. No quería hablarlo y quería estar en un lugar en paz, así que no alteraría su deseo, y a como pensé antes, esperaría a mañana.

Abrí la puerta de mi cuarto y Alice me miró por unos segundos antes de regresar su atención al frente. Estaba inclinada frente a la pecera de Max, depositando las bolitas de alimento una por una mientras observaba como el pez las comía.

La imagen me enterneció, se veía tan inocente, pequeña y pura.

—Aquí está el agua que me pediste—dije, extendiendo el vaso de vidrio hacia ella.

Alice arrojó una última bolita y cerró el frasco dejándolo a un costado de la pecera. Se acercó a mí con una genuina sonrisa en el rostro y tomó el vaso.

—Gracias—giró sobre sus talones dándole un sorbo. Se sentó a la orilla de la cama y cerré la puerta—. ¿Has visto a algún fantasma?

—¿Luzco como si hubiera visto a uno?

—Te vez afectado, definitivamente como si hubiera visto algo fuera de lo ordinario—dijo, dándole un sorbo más a su bebida.

Solté una risita nerviosa. Creí que podría fingir que no me sentía realmente afectado por la conversación con mi padre, pero me equivoqué.

—Bueno, en realidad si vi a uno—caminé hacia ella y me senté a su lado—. Ya sabes, cuando merodeas por tu casa a media noche y crees ver sombras en forma de humano en donde hay abrigos colgados.

Nos reímos un poco por lo que dije, pero se sintió forzado, como si hubiera una necesidad mutua por llenar los silencios con cualquier cosa. Había un ambiente tenso entre nosotros desde que salimos del castillo y no podía descifrar que era, aunque probablemente era la falta de explicaciones. Ella sabía que me las debía.

Colocó el vaso en el buró. Puso sus manos sobre su regazo y empezó a jugar con dedos como si fuesen la cosa más interesante del mundo. Tomé una profunda bocanada de aire y miré al techo, tratando de no empezar a perder la cabeza.

—¿Crees que pueda quedarme aquí esta noche? —preguntó, sin dejar de mirar sus dedos—. No quiero llegar a casa, no quiero, realmente no quiero estar ahí, no hoy.

Nuestras miradas se encontraron. Junté un poco las cejas.

—¿Por qué no quieres estar en tu casa, Alice? —rompió el contacto visual al instante en el que le pregunté y regresó su mirada a su regazo—. No es que no quiera que te quedes, si por mi fuera te encerraría aquí para siempre solo para no pasar ni un segundo lejos de ti, pero necesito comprender—tragué saliva—. ¿Tiene que ver con Luca o con tu padre? ¿Se enteraron de lo nuestro? —inquirí—. Si tiene que ver con eso, solo dímelo y podemos encontrar una forma de arreglarlo.

Esperé una respuesta, aunque fuese una simple negación o afirmación, pero de lo contrario y sin que tan siquiera lo viera venir se rompió en llanto de la nada, y algo se presionó en mi pecho.

TOMEMOS UN PASEO © [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora