📫Semanario "El taciturno"

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Queridos lectores:

Pongo mis pensamientos a su servicio por otra semana más para atraerlos al noble camino de la reflexión.

¿Por qué son tan adictivos los videojuegos? Podría exponer varias razones: Diversión, enajenación de la realidad, una forma de socializar.
Pero creo que ya todos sabemos la respuesta a esa pregunta tan trillada.

La auténtica incógnita sería: ¿Qué dicen los videojuegos de nosotros? ¿Cómo podría hacerse una lectura de la mente humana a través de un sencillo y archiconocido juego como el Buscaminas?

Pensemos en el popular Mario Bros. No es más que un reflejo del deseo irrefrenable de lograr nuestras metas, de llegar a nuestro "castillo" de sueños inalcanzables, venciendo por el camino los múltiples obstáculos, incluso si estos nos superan en tamaño e inteligencia. Y no podríamos dejar de lado la codicia, porque antes nos come una planta carnívora, que dejar escapar una tan preciada monedita.

Videojuegos que comúnmente se disfrutan en colectivo, como el clásico de fantasía Dota, sacan a relucir nuestros instintos competitivos y nuestras innatas ínfulas de grandeza al querer demostrarle a los demás quién es el mejor, al menos en el videojuego, porque fuera de él, la realidad tiende a probar lo contrario.

Resulta curioso que podemos incluso ostentar en un videojuego de habilidades de las que carecemos por completo en la vida real. Tal es así, que apuesto a que varios de ustedes han sido unos "maestros" en los clásicos juegos de detectives -esos en los que debías buscar la linterna, el extintor y los binoculares- y sin embargo, cuando se trata de encontrar algo en sus propias casas, son sus madres las que siempre terminan haciéndolo.

Los llamados "videojuegos online" como el Among Us, por solo citar uno, son cada vez más populares. Es nuestro afán de estar conectados con el mundo y de sentir que somos parte de él, lo que nos conduce una y otra vez a unirnos a las grandes partidas globales en línea.

Nos gusta además vivir experiencias que nos resultan ajenas a nuestra realidad. A través de las pantallas de nuestros ordenadores y con la ayuda de nuestros controles podemos adentrarnos y vivir en el mundo de fantasía de The Witcher, o bien en escenarios más realistas como el de la Segunda Guerra Mundial en el famoso Call of Duty. Pero siempre, y esto es lo más importante, desde la seguridad de nuestros asientos.

Los videojuegos ofrecen la posibilidad a sus usuarios de realizar actos que, por obvias razones, no se atreverían a llevar a cabo en la cotidianidad de sus vidas. Resulta tranquilizador que las personas liberen a su Mr. Hyde -es decir, su lado malo- robando coches en el GTA San Andreas o protagonizando una persecución policial en el Need for Speed Most Wanted, en lugar de desfogarse en la vida real contra personas inocentes.

Aquellos que se hacen llamar expertos en neurociencia, y aseguran que los videojuegos engendran en nosotros violencia, no han reparado en que, aún antes de que los videojuegos llegaran a nuestras vidas, el germen de la violencia yacía ya en nosotros corazones, fortalecido por nuestro entorno más inmediato.

Pero no podría concluir mi artículo sobre esta materia sin aludir a uno de los videojuegos más famosos de la historia: los legendarios Sims. Y es que la atractiva idea de jugar a ser dioses y decidir sobre los destinos de las personas es una fórmula que la empresa Electronic Arts ha sabido aprovechar muy bien durante todos estos años.

Claro está, nada como vivir esas experiencias en la vida real. Es por eso que varias personas, vistas por esta omnipresente autora, aprovecharon esta semana la posibilidad que les otorgó este juego para dar rienda suelta a sus más ocultas pasiones.
           
                    Atentamente,

                              Lady Whistledown

¿Fangirl? Siempre (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora