¿Muy vieja o muy niña?👩🏻‍🦳👩🏻

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—¿Otra vez con eso del campamento? —me cuestionó mi padre con una expresión cansada—. Claudia, tienes casi 24 años, y en dos meses comienzas a trabajar. ¿No crees que es hora de que pongas los pies en la tierra?

Por alguna razón, cuando las personas lo decían en voz alta resultaba más doloroso.

Mis padres ocupaban el sofá frente a mí, mientras yo permanecía en pie, recreando una escena similar a la del joven que declara su orientación sexual mientras se enfrenta a las miradas recriminatorias de quienes lo deberían apoyar.

Lo sé. Puede que yo fuese un raro espécimen en el mundo que, a sus 23 años, todavía dependía de la autorización de sus padres para irse lejos.

—Por eso mismo es que quiero ir. Estas son mis últimas vacaciones antes de convertirme en una "trabajadora seria". Así que... —sentí que algo se quebraba dentro de mí—, será mi despedida del fandom.

—¿Despedida del qué? Bah, no importa. ¡Cambié de opinión! Creo que deberías ir.

—¡¿Qué?! —Mi madre y yo reaccionamos al unísono.

—Si eso va a hacer que te empieces a enfocar en las cosas que sí son provechosas para tu futuro, entonces ve y diviértete como si fuera la última vez —explicó lo que a su juicio resultaba obvio.

—Pero yo no creo que sea prudente que vayas —intervino mi madre, que hasta el momento había permanecido en silencio—. Es peligroso, y los jóvenes de hoy no son como los de antes...

—Es una suerte que no lo sean —interrumpió mi padre con una sonrisa maliciosa—. En mis tiempos de joven, yo y mi grupito sí que hacíamos locuras.

—¡Mamá! —Ignoré el comentario de mi padre y centré mi atención en ella—. Tú ya me habías dado permiso, ¿recuerdas?

—Es que no pensé que estuvieras hablando en serio sobre ir a ese lugar perdido en el monte.

No podía dar crédito a lo que escuchaba. Pensé que ya había ganado la batalla con ella y que el hueso duro de roer sería mi padre. No me preparé para este "plot twist".

—Déjala, Maritza —intercedió él por mí—. La niña ya tiene edad suficiente para hacer lo que quiera e ir a donde sea.

Aunque su intención era "empoderarme", eso no impidió que me llamara "niña".

—Pero ese lugar no es seguro —insistió ella—. Es un campamento, en el medio de la nada... Y me quedaría tranquila si fuese con Javier, pero no, va sola.

—Va con Nora —le rectificó mi padre.

En ese momento sentí que llevaba puesta la capa de invisibilidad, porque ellos comenzaron a discutir como si yo no estuviera allí.

—Ay, por favor, Nora es un poco... cabeza loca. No confío.

—Siempre haces lo mismo, Maritza —le reprochó él—. Crees que lo mejor para mantenerla segura es aislarla del mundo, pero eso es peor para ella.

—¡Yo no la alejo del mundo! —se defendió ella.

Miraba a uno y a otro como una veleta.

—Sí lo haces, y por eso la niña es tan insegura y vive en esa burbuja de "fan no sé qué" y "fan no sé cuánto".

¡Auch! Eso dolió.

—¡Oigan! —Intenté llamar su atención—. ¡Sigo aquí! ¡No me he ido!

—Tienes todo mi apoyo, Clau —sentenció mi padre, redirigiendo su atención hacia mí—. Disfruta, que la vida es una sola. Ya luego te centrarás en las cosas más importantes.

No era exactamente el argumento que quería escuchar, pero podía cantar victoria por al menos haber obtenido una respuesta afirmativa.

Busqué la misma opinión en mi madre, pero ella se limitó a descender la mirada en silencio.

No era un sí, pero tampoco un no. Tenía que huir de allí antes de que cambiaran de parecer.

A salvo en mi cuarto, miré el espejo de cuerpo completo de mi armario. La figura que me devolvía era más bien la de una jovencita en sus 15 primaveras. No soy alta, y tampoco tengo pronunciadas curvas como las de mi amiga Nora. En cuanto a mi rostro, también es bastante infantil. Mi sobrio pelo castaño tampoco agregaba años. Se dice que, independientemente del tiempo vivido, la imagen que proyectas refleja tu edad mental. Mis padres tenían razón. Yo solo era una niña, de cuerpo y de mente. No estaba preparada para el mundo fuera de esta habitación o de la universidad.

Recorrí con la vista mi "jardín secreto", al que pronto tendría que decir adiós. Sería difícil saber si las paredes tuvieron color alguna vez, porque ahora estaban cubiertas con pósteres de mis series y películas favoritas, frases que me habían marcado y fotos de artistas.

Una estantería ocupaba casi un tercio del reducido espacio y, como si esa porción no fuera suficiente, había una pila enorme de libros reposando sobre la mesa de noche.

Funkos de los personajes de "Sekaiichi Hatsukoi" y "El amor es difícil para los otakus", dos de mis series anime más queridas, hacían fila encima de la repisa. Pensaba regalárselos a Nora. No legaría mi tesoro a nadie más que a ella.

Me tumbé sobre el colchón y dejé escapar el aire contenido. Mis ojos repararon en el dibujo en el techo. Eran las facciones de la saga literaria Divergente: Osadía, Abnegación, Cordialidad, Verdad, y Erudición, pero solo una era más grande que las demás, para no permitir olvidarme de mi mayor debilidad.
Todas las mañanas, al despertarme, miraba hacia arriba, y me recordaba que tenía que ser valiente como la protagonista y sortear los obstáculos en mi carrera universitaria como si se tratara de vencer las pruebas de la facción Osadía.

Ese era todo mi mundo. Esa era yo. Una fangirl. Una chica de fanatismos. Cuando algo me gustaba era probable que se convirtiera en una parte muy importante de mi vida. Esa era la razón por la que no me había hecho un tatuaje; de lo contrario, ahora parecería un Cazador de sombras con miles de runas dibujadas por todo el cuerpo. No sabía qué haría cuando todo terminara. Pero debía terminar. Porque existía la realidad.

 Porque existía la realidad

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¿Fangirl? Siempre (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora