20. La muerte del Rey

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CAPÍTULO 20

La muerte del Rey

DAEMON

La venganza era un plato que se servía frío. Supongo que obtener a la mujer más hermosa de todo Poniente, también.

Para nadie era un secreto que yo no era un angelito. Asesino, sanguinario, mujeriego, arrogante... un sinfín de adjetivos para lo que era en realidad mi personalidad de dragón.

Tampoco era un hombre tranquilo, que soltaba palabras dulces para enamorar a una mujer. Eso apártenlo para Sir Harwin y sus adorables bastardos Strong Velaryon.

Mi manera de demostrar interés era ofreciendo protección. Que Beiha se sienta segura conmigo era un gran paso para mí. Por ello, decidí no cortarle la cabeza al insufrible de Lannister. Sería cuando Beiha quisiéra.

Tampoco dije nada cuando la maldita Alicent informó que iba casar a Beiha con su estúpido hijo el tuerto. Porque sabía que ese matrimonio jamás se llevaría a cabo. No sólo porque yo no lo permitiría, sino porque sabía que Beiha tarde o temprano se daría cuenta de las serpientes que la rodean.

Esperaría en la oscuridad, entre las sombras y en silencio. Esperando el momento exacto para lanzar mí fuego.

Porque sabía que ni la estupidez de Aemond, o el romanticismo del pequeño Lucerys eran competencia para mí.

Beiha era una regente y necesitaba a un líder nato a su lado. Y solo yo podría ofrecerle eso.

Tarde o temprano, volvería corriendo a mis brazos para ser un lazo inquebrantable por toda la eternidad.

Aquí en la tierra, como en los cielos Valyrios.

. . .

BEIHA

Varias semanas habían pasado desde el baile de los siete. Aún recordaba esa noche con mucha claridad.
La barbaridad que intentó cometer Lannister, la osadía de Daemon, el beso con Lucerys. Mí compromiso con Aemond.

Ay, Aemond.

No pude negarme, no pude hacer nada aún. La reina Alicent se veía muy feliz por dicho matrimonio y me trataba como a una hija. Me dolía el corazón al intentar siquiera decirle que yo no quería casarme con su hijo, que no iba aceptar.
Afortunadamente estábamos solo comprometidos, lo que quería decir que todavía podía rechazarlo. Solo tenía que planear una manera no dolorosa de hacerlo.

—Mí Lady, ya le tenemos preparada la cena —avisó uno de los sirvientes de la casa Royce, con mucha alegría.

Al fin había vuelto a Runestone, a mí hogar. Todos estaban dichosos. Los sirvientes de siempre, mí tío, mí primo. Incluso Willam, nuestro primo lejano, había decidido quedarse una temporada con nosotros.

—¿Mí tío y mis primos ya están ahí? —inquirí, dejando de observar la ventana. El cielo estaba extrañamente nublado, como si se aproximara una tormenta.

Tuve un mal presentimiento.

—Así es, mí Lady. La esperan.

—Gracias, Deana.

La sirvienta se marchó y caminé en dirección al comedor de la casa Royce. En el camino, un caballero de nuestra casa se acercó y me tendió un pergamino.

JUDAS | Daemon Targaryen - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora