27. Redención

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CAPÍTULO 27

Redención

Desde que nací, todos lo supieron; jamás representaría un peligro para el mundo conocido. Las nodrizas, los sacerdotes y los caballeros de mí casa solían decir que yo era demasiado bonita. Tan noble y tan calmada, como para molestar a alguien.
Decían que mí belleza y ternura conmovía a aquellos de corazones más crueles.

Nunca me demostraron odio, por ende yo tampoco lo había sentido jamás. Ni siquiera por Daemon, quién había sido el responsable de la muerte de mí hermana.

Quizás porque sabía, en el fondo, que el carácter áspero de Rhea la llevaría a la muerte algún día, si no era Daemon; sería la misma guerra. Sus múltiples enemigos que no la querían. Rhea solía decirme, que yo era la única en el mundo que la amaba.

Así que, volviendo al sentimiento del odio, ni siquiera Daemon se había ganado tal honor.

Entonces, ¿que era ésto que sentía al ver a Aemond?

Sus músculos bien formados se contraían con cada movimiento, con cada golpe. El guerrero al que se enfrentaba era enorme, quizás como Sir Harwin Strong, probablemente debía ser un familiar de él. Tenían rasgos similares.

Aemond se veía apuesto, con el pelo largo y plateado, suelto libremente. El negro definitivamente era su color, aunque su familia tenía una cierta inclinación por el verde.
El segundo hijo de Viserys, a pesar de ser más joven y más delgado que su contrincante, tenía la ventaja. Era un excelente espadachín, sus movimientos eran ágiles y sus golpes precisos. Todo el mundo gritaba su apellido, como si su pelo plateado lo desligue de todos sus pecados.

El hombre de pelo castaño le rajó la cara, con la espada. Solo fue un roce, pero fue suficiente para hacerlo sangrar y retroceder. Entonces, por un momento, tan solo un momento; deseé que aquel hombre tenga la ventaja.

Mátalo deseé, por favor, mátalo

Me sentí sucia y asqueada de mis pensamientos. Sentí decepción de mi misma pero mis ojos no se podían apartar de Aemond mientras anhelaba que aquel hombre acabe con su vida. No me importó los recuerdos de Aemond, ni su niñez, ni la familia que lo estaba esperando o la madre que lloraría su pérdida.

Beiha, la cruel resonó en mi cabeza y mis ojos se llenaron de lagrimas. Aparté la mirada y me apoyé contra una pared, sintiendo mi respiración pesada.
No puedo, gemí en silencio, no puedo ser como ellos. No me era tan fácil odiar a alguien, aun después de todo lo que habían hecho.

No podía odiar a Daemon, por matar a mi hermana. Y no quería permitirme odiar a Aemond, por haber intentado matar a Lucerys. Por haberme lastimado y engañado.

Entonces, ¿eso me convertía en alguien débil?

El choque de espadas se oía a lo lejos, y por los gritos eufóricos, deduje que era Aemond quién estaba ganando. Cerré los ojos con fuerza y pedí perdón a los dioses por haber pensado tales cosas, por haber deseado la muerte de Aemond.

¿En quién me había convertido la casa Targaryen? Todo había comenzado con ellos, todo inició cuando mi tío me envió a King's Landing. Se supone que solo sería dos semanas, pero aquí estaba, en un lecho de mala muerte, en medio de una futura guerra civil.

¿Era ésto lo que anhelaba para mis hijos? ¿Para mi pueblo? Guerra, sangre, y muerte.

El simple pensamiento, me hizo llorar de nuevo y maldije mi nombre por ser tan estúpida, tan sensible y tan humana.
No tenía sangre de dragón, como ellos. Pero inevitablemente, estaba rodeada de todos ellos. Y me sentía perdida.

JUDAS | Daemon Targaryen - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora