Prólogo

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Las oscuras siluetas de la ciudad se le presentaban angustiosas, desagradables y, por último, pasajeras. Desde las alturas todo se aprecia mejor. Él era un observador nato; siempre se había resignado a mirar, sólo a mirar, sin hacer nada. ¿Qué más podía hacer, en realidad? Consciente de su situación, el Ángel de Lucifer siempre había sido un ser solitario. Las cosas cambian, claro; pero el Ángel no podía olvidar las miradas, el desprecio, el enfado, el dolor, la violencia. Había muchas cosas que no podía pasar por alto. Dicen que el tiempo cura las heridas, que una persona puede cambiar y que todo puede ir a mejor; eso dicen. Poco a poco había conseguido algo parecido a una buena vida. Algo frágil y vulnerable que podría romperse con un solo soplido. Algo que no podía arriesgarse a perder. ¿Qué haría si ahora que podía confiar en alguien se venía todo abajo? No estaba dispuesto a perder de nuevo. Escondería sus alas, renunciaría al cielo, renunciaría a su libertad por un poco de felicidad. Era triste, pero el desdichado Ángel sólo quería eso: felicidad. Algo tan presente para unos y tan ausente para otros.

Sus ojos se paseaban por la calzada observando las caras, los ojos, las sonrisas, los llantos y las decepciones. Se aprende mucho observando a las personas. Él siempre había observado, siempre al margen. Por eso sabía mucho, más de lo que él mismo imaginaba. Pobre inocente, sin embargo, que ignoraba su propio conocimiento. Conocía su naturaleza y sus capacidades. Conocía su posición. Pero ignoraba lo que él mismo sabía. Algo tan simple, tan sencillo, que se vuelve invisible. Efímero. Evanescente.

El caprichoso viento acariciaba su cabello con suavidad. Pensaba que, aunque renunciase a todo, si al final todo salía mal, siempre le quedaría seguir al viento. Notar la suave caricia del agua cayendo por su cuerpo; maravillarse con el ardiente fuego; dormir en la mansa tierra. Había cosas que no desaparecerían, cosas que siempre iban a estar allí. ¿Iba a estar él siempre allí? No, por supuesto que no. No era consciente de que el tiempo se estaba acabando, de que la suerte es caprichosa y de que, cuando alguien menos se lo espera, todo puede cambiar.

Se levantó poco a poco, entrecerrando los ojos. Dejó caer un triste suspiro y se apartó de la envejecida barandilla de la azotea. La noche caía suavemente y él llegaba tarde, muy tarde. Las suaves plumas de sus alas se esfumaron y lo que antes era una majestuosa silueta ahora podría confundirse con la de un joven normal y corriente que creía que las cosas iban como debían ir. Con el corazón en un puño y dejando atrás a las estrellas, el Ángel de Lucifer renunció a seguir su camino.


El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora