Capítulo 31

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31.- La única regla es mantenerse con vida.


Era viernes. Tocaba limpiar y ordenar. Vivía en una triste buhardilla de un antiguo edificio. No había dado explicaciones a nadie; no tenía intención de quedarme allí más de medio año, así que los vecinos me tomaban como un simple intruso; no me dirigían la palabra, no se interesaban por mí, y yo lo agradecía.

Habían pasado muchos años desde la muerte de Dana y yo seguía igual. Mis días pasaban sin motivación, monótonos. Lo único que me hacía seguir adelante era el deseo de demostrar a mis perseguidores que no iban a poder conmigo.

Ordené mis pertenencias y quité el polvo de los dos únicos muebles que tenía: una cama y un pequeño escritorio. Después, comencé a hacer lo que hacía casi todos los días: mirar por la ventana a la muchedumbre, el va y ven de la multitud ajetreada. A veces deseaba ser una persona normal, como aquellas. Otras veces, no. Hacía tiempo que había perdido la capacidad de ordenar mis pensamientos y, aunque sabía que era algo importante, hasta ese día no me molesté en enderezar mi vida.

Por la noche, aburrido, decidí que no sería mala idea dar un paseo arropado por las sombras. No iba a seguir allí durante mucho tiempo, así que podría aprovechar un poco más aquella ciudad.

Me escapé por la ventana de la buhardilla y, tranquilamente avancé de terraza en terraza, como si fuera un juego de niños. Tras varias horas de paseo, me senté en el borde de una de ellas, una cualquiera. Observé las luces nocturnas y, de nuevo, a las personas. A aquellas horas de la madrugada a penas se veía a gente por la calle, pero, la poca que había, resultaba muy interesante. Las criaturas nocturnas siempre me han interesado más que las diurnas, quizás porque me siento estrechamente relacionado con ellas. Sin embargo, aquella tranquilidad no duró mucho más.

Me puse en pie, dispuesto a seguir con mi paseo, cuando escuché la puerta de la terraza abrirse a mi espalda. Observé a la persona que acababa de entrar, sin intención de dar ningún tipo de explicación. Un hombre alto, con el pelo corto y negro, me observaba atentamente. Ojos oscuros y una barba de varios días. Fumaba un apestoso cigarrillo. Avancé tranquilamente, con intención de pasar de largo y marcharme volando cuando no se diera cuenta.

- Eres el Ángel de Lucifer, ¿verdad? -Dijo con una voz ronca-. Me esperaba otra cosa, no sé, algo más... Impresionante. Pareces un chico del montón.

Me quedé completamente paralizado, como una roca. La mirada analítica de aquel hombre me oprimía y me decía que todo comenzaba a torcerse de nuevo.

- ¿Y qué si lo soy? -Dije de pronto.

- Vaya, el pajarito sabe piar -río-. Pero ya va siendo hora de cortarte las alas.

- No sé quién eres, pero si sigues metiéndote en mi camino, voy a tener que pasar por encima de ti -sentencié. Las sombras que me rodeaban comenzaron a reparar a mi alrededor.

- Me llaman Hoax; soy uno de los Siete Demonios. Es un poco triste que tengan que convocar a siete demonios para cazarte, ¿no crees? -Se encogió de hombros, queriendo quitarle importancia al tema-. Nos han preparado para capturarte, con o sin vida. ¿Quién iba a pensar que sería yo el primero que daría contigo?

Los Siete Demonios. Ya conocía su existencia, pero nunca pensé que algún día me encontrarían. Las cosas se me estaban yendo de las manos, así que decidí que, si podía eliminar a alguno de ellos en aquel momento, lo haría.

- Encantado de conocerte -comenté, alzando una mano-, es una lástima que vayas a morir aquí.

Las sombras, veloces, se lanzaron a por Hoax. Tomaron forma de cuchillas, curvas y afiladas y, con movimientos rápidos y sinuosos cercenaron el cuerpo de su objetivo. El hombre ni siquiera intentó esquivarlo. Por lo tanto, cuando vi como su cuerpo partido en varios trozos se convertía en un espeso humo oscuro, no me sorprendí. Alcé la mirada y lo encontré sentado, con las piernas colgando, sobre la salida de la terraza.

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora