Capítulo 5

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5.- Trabajo sucio.


Paré delante de la primera fábrica del polígono industrial de la zona oeste de la ciudad. Miré el reloj una vez más. Eran las nueve menos diez minutos. No era tan tarde. Quizás llegase a casa antes de medianoche. Como tenía tiempo, me tomé la libertad de procesar todo lo que había pasado aquel día tan poco corriente: me habían ascendido totalmente a Capitán, observé el cadáver de Kyle embutido en una bolsa de plástico, recibí una carta de Aris citándome en su casa, luego pasé a comprar tabaco y charlé con Klaine, le di mi número de teléfono, cosa que aún creía muy imprudente; por último, Aris me aclaró un par de cosas que yo no quería saber, así como me dio los detalles del encargo. Sabía que lo hizo a posta. Sabía que no era tan urgente. Sabía que lo había hecho para derrumbarme. Quería seguir jugando conmigo, quería hacer que mi desesperación fuera en aumento, que no parase de crecer. Pero, ¿por qué? ¿Qué ganaba él con aquello? ¿Diversión? Sí, tenía que ser eso. No se me ocurrió otra cosa que pudiera llevar a ese hombre a hacer lo que hacía conmigo. De todas formas, no me sentó mal el hecho de tener que trabajar más, de tener que salir a la caza de un grupo de demonios. Me sentó mal el hecho de que, por su culpa, tuve que seguir atado a la realidad cuando lo único que quería era acostarme, dormir, viajar a un mundo onírico en el que era libre, en el que Kyle estaba vivo y en el que Klaine no vivía rodeado de miseria. Pero, no, él tenía que mantenerme despierto. Quizás hubiese sido mejor desobedecer, acabar muerto de una vez por todas... Estaba claro que después de aquel día no podía razonar bien. Tenía que dejar de darle vueltas a todo aquello. Lo mejor sería comportarme como un autómata. Haría mi trabajo, llegaría a casa y alguien se encargaría de informar a Aris de mi éxito. Luego, a dormir.

Por lo tanto, y con aquel pensamiento en mente, bajé del coche. Revisé mis bolsillos: el mechero y el tabaco; las llaves; la cartera; monedas sueltas; y el cubo de almacenamiento. No sabía en qué fábrica estarían ocultos, ni si aquella noche iban a reunirse. Caminé entre las fábricas y almacenes, mirando a mi alrededor, siempre atento. Estaba totalmente preparado para cualquier sorpresa.

De pronto, desde una de las fábricas más cercanas, pude escuchar voces y los pasos de un gran grupo de personas. ¿Se iban a alguna parte? Si eran los demonios que estaba buscando, podría entrar a su escondite y saquearlo antes de que volvieran. Quizás acabar con ellos no sería necesario al fin y al cabo. Esperé cinco minutos entre un asolador silencio y me decidí a actuar.

Pegué las palmas de las manos sobre la puerta de la fábrica. Empujé y está cedió, soltando un quejido metálico que se repitió en mi cabeza por culpa del eco del lugar. Me quedé plantado en el umbral. Estaba oscuro, sí, pero gracias a la luz que emitían las farolas de la calle se podía ver más o menos el interior. Había bastantes cajas de madera por todo el lugar (o lo que podía ver de él), así como algunos plásticos, sábanas y escombros. De momento, no había vuelto ningún demonio. Y dudaba que fuesen a presentarse allí tan pronto. Di unos cuantos pasos y saqué el cubo de almacenamiento del bolsillo correspondiente. Era un cubo que ocupaba prácticamente toda la palma de mi mano, de un color grisáceo en todas las caras menos en una de ellas, la que yo consideraba la cara de arriba. Allí tenía una pequeña bombilla de color rojo que, al escuchar un comando de voz de su propietario, emitía una luz rojiza que volvía a pegar las moléculas de los objetos que se encontraban desmenuzados dentro del cubo. Aquello era alta tecnología diseñada por el Gobierno. Podía almacenar una gran cantidad de objetos y sólo era accesible para los Empleados.

Di el comando pertinente y la bombilla roja se iluminó. Frente a mí comenzó a materializarse un objeto cilíndrico, no muy largo. Cuando la luz se apagó, antes de que cayese al suelo, agarré la linterna con la mano que tenía libre. Si iba a confiscar armas de contrabando, tenía que encontrarlas primero, y para buscar en una fábrica abandonada de noche era recomendable llevar, como mínimo, una linterna. Guardé el cubo de almacenamiento de nuevo en el bolsillo de dónde lo había sacado. Enchufé la linterna y conduje el haz de luz que esta emitió hacia el frente, comenzando a moverlo entre las cajas y escombros. Nada sospechoso a parte del olor a cuerpo en descomposición que se propagaba por el lugar. Seguramente habrían comprado un par de humanos de contrabando para alimentarse.

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora