Capítulo 29

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29.- Es bello, ¿verdad?


Desperté notando un agradable cosquilleo. La cabeza me daba vueltas y cuando intenté incorporarme sobre las sábanas perdí todas las fuerzas y tuve que tumbarme de nuevo. Acaricié mi sien con cuidado. El cosquilleo se convirtió en dolor y pronto comprendí que tenía todo el cuerpo atenazado y dolorido. Estaba tan machacado como si me hubiera pasado por encima una estampida de caballos.

Poco a poco fui haciendo memoria y, al recordar mi fortuito encuentro con Sylvia, el rubor se apoderó de mis mejillas. Recordé que aquella había sido la primera vez que me había acostado con otra persona. Y, para ser la primera, me había gustado demasiado.

La busqué con la mirada; aunque sabía que no me merecía la pena acercarme a ella, prefería arriesgarme a volver a caer en sus garras que quedarme sin respuestas. Sabía que se había acostado conmigo para alimentarse de mi energía, no había otro motivo, pero no era eso lo que quería preguntarle. En mi mente ardía una única pregunta; quería saber si por allí cerca vivía algún grupo de demonios. Si era así, tendría alguna oportunidad de vivir entre mis iguales; era mejor eso que seguir siendo un vagabundo.

El reloj marcaba la una. Demasiado tarde. No había pagado aún la habitación (cosa que desde un principio no tenía pensado hacer), así que pensé que podría aprovecharme y comer gratis también. Cuando mi cuerpo se sintió en condiciones, me puse en pie y oculté mi desnudez con las únicas ropas que tenía, gastadas y algo rotas. El espejo me devolvió una imagen poco agradable. Despeinado, delgado y con ropa que me venía grande, no ofrecía un aspecto demasiado alentador. Sólo pensaba que Sylvia se había acostado conmigo porque la energía de un demonio es más intensa que la de un humano. Y, por encima de todo, nuestra mente tarda más en romperse, es más fuerte. Quizás por eso sobreviví a su envite. O, quizás, ella no quería matarme desde el principio.

Sacudí la cabeza y entré al baño. Me aseé como pude y, una vez listo, salí de la habitación y enfilé las escaleras hacia la cafetería.

A medio camino amainé el paso. Agarré lentamente la barandilla de las escaleras y un escalofrío recorrió mi espalda. El olor de la muerte brotaba unos escalones más abajo. Sólo podía ver la puerta principal y un poco de la barra, pero aquel olor no dejaba lugar a dudas. La muerte se había apoderado de aquel lugar. Y, aunque un poco tarde, noté que ya no quedaba allí ninguna de las almas que había notado la noche anterior.

La imagen que me ofreció el local no difería mucho de lo que me imaginaba. Tragué saliva y apoyé una mano sobre la barra. Al notar el húmedo tacto de la sangre aparté la mano. Los cuerpos desmembrados se encontraban esparcidos por toda la estancia. Algunos decapitados, otros despellejados, ofrecían una vista demasiado grotesca incluso para el gusto de aquellos más relacionados con el sadismo. Noté como se comenzaba a remover mi estómago. Había visto (y a veces causado) situaciones similares, pero nunca nada tan brutal. La sangre esparcida por toda la sala parecía rezumar un olor ponzoñoso que nublaba los sentidos. Tratando de guardar la compostura evalué los daños. Una docena, cadáver arriba, cadáver abajo, que serían clientes. De la puerta de la cocina crecía un charco de sangre y la barra estaba salpicada de varias cosas que no quise descubrir; seguramente, las vísceras de alguna de las víctimas.

Retrocedí un par de pasos y levanté la mirada, descubriendo el cuerpo mutilado del hombre que me había ofrecido asilo la noche anterior colgando como un saco de patatas. Habían dibujado una grotesca sonrisa con cortes en su torso.

Aún débil y, por qué no decirlo, asqueado por todo aquello, di media vuelta dispuesto a recoger mi mochila y salir de aquel lugar antes de que se me relacionara con alguno de aquellos asesinatos. No sabía quién los habría matado, pero tampoco quería conocerlo.

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora