20.- Bienvenido a Prism.
Fuimos perdiendo altura. La molesta sensación que se abrió paso en mi estómago mientras el avión descendía no me dejaba en paz. No me paré a pensar en cuánto tiempo habíamos tardado en llegar, pero el viaje había sido increíblemente aburrido. Todo según lo planeado, ninguna molestia ni alteración. Ni siquiera hubo pequeñas turbulencias. Aproveché, finalmente, para dormir un poco.
Una vez aterrizamos y todo estuvo a punto para desembarcar, la azafata me acompañó a la salida del avión con mis dos maletas a cuestas. Bajé, tomándome mi tiempo, con la azafata a mis espaldas. El lugar era demasiado distinto al Gobierno. El aeropuerto estaba limpio, era muy pulcro. Colores blancos y una construcción sencilla pero innovadora. Todo parecía estar informatizado. Aún así, una mujer, alta y esbelta, que presentaba rasgos casi felinos, nos recibió y acompañó hasta el interior de la edificación. Había, para mi desgracia, mucha gente. Quizás demasiada.
Un hombre me esperaba a la salida del aeropuerto. Bajito, poca cosa, muy delgado y bien afeitado e incluso trajeado. Parecía nervioso.
- Bienvenido a Prism, señor Aris -saludó.
- Coge mis maletas. Las he tenido que llevar yo durante cinco minutos. Y no me gusta cargar peso.
Dejé las maletas frente a él y, sin esperar una respuesta, me adelanté y paré justo frente a la carretera que, por lo que deduje, hacía de salida del aeropuerto. La extremada educación, limpieza y pulcritud de aquel lugar me ponía los pelos de punta. Haría allí lo que tuviera que hacer y punto. Quizás, si me terminaba pronto, me quedaría un poco más y disfrutaría de unas semanas de relajación y tranquilidad. Por supuesto, no me podía permitir ese tiempo de descanso. Aún así, haría, como siempre, lo que me diera la gana.
El hombre bajito y repeinado paró a mi lado. Su nerviosismo era notable. Me miraba, luego miraba al suelo y, después, a mí otra vez. Así hasta que llegó el coche que tenia que recogernos. Parecía ser el servicio del hotel donde me iba a hospedar. Entré en él sin saludar al conductor ni esperar a que el joven que tenía al lado subiera tras de mí. Le cerré la puerta en las narices y me acomodé en el estrecho asiento trasero. Él subió en el del copiloto y me miró.
- Señor Aris, me llamo Kris, es todo un honor poder atenderle -dijo tratando de ocultar los nervios tras una capa de cortesía y buenos modales.
- Sé que es todo un honor -me limité a contestar-. ¿Nos vamos ya?
E, inmediatamente, el coche se puso en marcha. Aunque era pequeño y recatado, muy sencillo y básico comparado con la tecnología que reinaba en aquel lugar, alcanzaba una buena velocidad y no se escuchaba el ruido del motor. En realidad, parecía que estuvieras flotando, no en un coche. Abandonamos el aeropuerto y nos internamos, después de un par de kilómetros, en Rüven, la capital de Prism.
Cuanto más avanzábamos por la ciudad, más raro me sentía. Aquello no era ni de lejos a lo que yo estaba acostumbrado. Edificios altos, quizás se tratasen de rascacielos, todos con detalles innovadores y muy pulcros. Las calles y aceras impecables. Todas las personas que por allí paseaban usaban algún que otro aparato electrónico de apariencia compleja. Todos parecían ir bien vestidos y ser felices, muy felices, sonrientes. Todo estaba repleto de máquinas que, por lo que parecía, existían para hacer la vida más fácil a todo el mundo. Aquello parecía ser un sueño utópico de un colectivo incomprendido más que un país. Me pregunté muy seriamente cómo habrían conseguido que todas aquellas personas fueran felices. Y, más que nada, cómo conseguían mantener esa irreal y absurda felicidad y bienestar todo el tiempo. Seguro que tenía que haber un truco. Y yo tenía que descubrirlo.
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El Ángel de Lucifer [Completada]
ActionTras una guerra que acabó con la mayor parte de los humanos, los seres que siempre se habían ocultado entre las sombras, aquellos siempre temidos, surgieron de la oscuridad y el mundo cambió para siempre; la historia del Ángel de Lucifer es la pieza...