Capítulo 6

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6.- Así podría haberte dado una excusa.


Había sido la semana más extraña de mi vida. Después de haber despertado un viernes a las doce de la mañana con aquel amargo sabor tan característico del malestar tanto físico como emocional, me dediqué en cuerpo y alma durante tres días a leer, organizar y escanear todos los informes que había dentro del armario del laboratorio; fue una forma eficaz de distracción. Después de escanearlos los organicé por fecha en el ordenador. Básicamente, la mayoría de ellos informaban sobre las funciones del Capitán de División: no tenía que hacer casi nada. Yo, desde el mío propio, sólo tenía que comprobar que el trabajo en el resto de laboratorios se estaba realizando correctamente. Lo único que requería algo más de esfuerzo era regular el flujo de información, así como estar preparado para una filtración de datos o una emergencia a nivel nacional. En definitiva, que me podía pasar más de la mitad del día vagueando o haciendo trabajos para Aris. Porque estaba claro que, ahora que podía explotarme más, lo iba a hacer.

Después de haberme pasado aquellos tres días casi sin poder dormir, debido al estrés del trabajo y a los sucesos acontecidos recientemente en mi vida, pude relajarme un poco. Los dos días siguientes decidí tomarme un descanso. Estuve por casa ordenando, limpiando, leyendo; salí a pasear por la ciudad, haciendo una pequeña visita a Klaine. Me dijo que no tardarían en darle un día libre. Intenté poner buena cara, pero se notó bastante que me seguía pareciendo mala idea.

Sheryl me visitó el martes, el segundo y último día de descanso. Estuvimos charlando, como siempre, contándonos nuestras cosas, hablando del trabajo. Aunque lo guardó en secreto en la reunión con Crawl, todos sabíamos a qué se dedicaba; los miembros de su Divisón son los que, desde las sombras, hacen las operaciones especiales del gobierno, así como los que se encargan de mantener en secreto cualquier rencilla, por mínima que sea. También se encargan de eliminar los problemas que no han podido ocultar. Ella, como Capitana, no podía hacer trabajo de campo. Se quedaba desde la sala de mando, en el Edificio Alfa, supongo que en el tercer piso, dando las órdenes pertinentes desde allí. Sheryl se marchó dejándome mal sabor de boca. Me preguntó cómo había estado llevando lo de Kyle. Le agradecí la preocupación y le dije que, simplemente, tenía que seguir adelante. Sí, me iba a costar un poco, pero con lo cabezota que soy y lo insensible que me vuelvo cuando quiero, se me habría pasado en unos días. Siguiendo con aquel tema, me dijo que no sabía nada de Byron. Si estaba vivo o muerto, no lo sabía, y algo nos decía a ambos que nunca íbamos a saber que había pasado con él o con Víctor.

Al día siguiente, miércoles, todo se volvió a torcer. Aunque amaneció un día claro, casi apetecible, después del mediodía se tornó nefasto. Dejé a medias los macarrones que me habían sobrado del día anterior y lo que sobró lo tiré a la basura. Puse un poco de orden a la cocina, que ya lo iba necesitando. Al comprobar que casi no me quedaban vasos y platos limpios, así como cubiertos, ordené al lavavajillas que se pusiera en marcha. Y, por una vez, me hizo caso a la primera. Yo y mi cocina informatizada no nos llevamos bien, nada bien.

Antes de que pudiese sentarme sobre el sofá, antes siquiera de haber cogido el libro que me disponía a leer de la mesita, sonó el timbre. Solté una maldición por lo bajo y me di prisa en abrir la puerta. Iba con los pantalones del pijama, descalzo, sin camiseta y con el pelo recogido en una maltrecha coleta. Me daba igual quien estuviese detrás de la puerta de entrada, lo iba a recibir así le gustase o no.

Me encontré con Dylan esperando ante mí. Tenía una de aquellas sonrisas que no anunciaban nada bueno para mí dibujada en su rostro.

No lo quería tener revoloteando por mi casa cual mosca impertinente. Por lo tanto, le cerré la puerta en las narices. Él, gritando algo que no me paré a escuchar, aporreó con fuerza la puerta. Sabía que no iba a parar, así que hice de tripas corazón y le dejé entrar. Mi estrategia era sencilla: pasaría de él y me concentraría en mi libro. Cuando se cansase de ser ignorado, se iría. Pero no fue así. He de admitir que aquella vez ganó él. Se las apañó para apartarme de mi ansiada lectura. ¿Qué cómo lo consiguió? Sobrecargó sin querer el microondas tratando de hacer una simple bolsa de palomitas. El aparato estalló y mi cocina se vio impregnada de unas cuantas llamas y un bonito color negruzco debido a la explosión. Cuando, entre los dos, conseguimos reducir el fuego, le ordené que se fuese de mi casa, que no quería verle más por allí. Pero Dylan nunca escucha ni hace caso de lo que le digo. A veces parece que sólo tenga oídos para el Gobernador. ¿Qué digo? Por supuesto que sólo tiene oídos para el Gobernador.

El Ángel de Lucifer [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora