El helado de la discordia

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Habían pasado tres semanas desde la partida de Niko, había asistido a terapia, lo que me había ayudado a volver al trabajo, teníamos que organizar unas cuantas misiones y otras cosas de las cuales no me interesa recordar, tenía que ir con Volk a buscar unos datos o algo así, tampoco había prestado mucha atención, también había mantenido cierto contacto con Keer en esas semanas.

El auto iba silencioso, las calles de Moscú eran hermosas, siempre había algo que admirar, estaba enojada, triste y dolida, la tripleta para no querer levantarse de la cama, pero aquí estaba, con la cabeza recostada al vidrio observando por el parabrisas el paisaje, sin zapatillas y con la pierna sobre el asiento, Volk dio un volantazo, al verlo observándome imaginé que lo había hecho a propósito.

-¿Algún problema? -reclamé a la defensiva.

-Unos cuantos.

Le saqué el dedo del medio y volví a la posición de antes, levanté la cabeza cuando pasamos una tienda de helados.

-Quiero un helado -le exigí volviendo a una posición más decente.

-Controla tu humor de mierda -Advirtió ya harto de mí.

No había problema, yo estaba más harta de él.

-¿Vamos a hablar de humores de mierda?

No me miró.

-No me voy a detener.

¿No?

Desenfundé mi arma, la cargué y le apunté a las sienes.

-Quiero. Un. Helado.

-No vas a disparar -me miró aburrido.

-Tienes razón.

Le puse seguro al arma y saqué el cuchillo, tenía intensión de devolverle unos cuantos cortes de la última vez; detuvo mi mano en el aire y de una forma impresionante orilló el auto para detenerlo.

-Todo lo que siento es tu culpa -intenté apuñalarlo.

-No es mi culpa que no confiara en ti -me atacó por el costado justo como entrenábamos, me indicaba que había descuidado mi defensa -aunque si lo piensas llevaban años juntos y justo ahora te cela de esa forma...

Bloqué su ataque.

-¡Porque estamos casados!

De alguna forma logré engancharlo.

-Esa no es la razón -me daba la sensación de que no estaba luchando, solo esquivaba mis golpes y me hacía ver mis errores.

-Quizás no la principal, pero sí un detonante.

Mis piernas bloquearon el movimiento de sus brazos, lo empujé hasta que su cabeza chocara con el vidrio de la ventana, estaba de rodillas sobre sus muslos, justo allí puse la punta de mi cuchillo en su preciado auto.

-¿Helado?

Cuatro insultos, un labio roto sin querer y dos balas después estábamos en la heladería.

-¿Desean ordenar algo?

Nos estábamos mirando fijamente.

-¿Hola?

Ninguno quitaba la mirada.

-Hay fila...

Estábamos enviándonos odio telepáticamente...

La joven carraspeó muy fuerte.

-¿Algo para ordenar?

-Un helado de galleta, chispas, ositos, malvaviscos, más galletas, salsa de chocolate y fresa... y frutas picadas.

-¿No es demasiado? -cuestionó ella.

-Tiene razón, quite la fruta -finalicé.

Volk suspiró. 

Una vez tuvimos nuestros helados nos sentamos en el parque.

-¿Es tu favorito? -Pregunté al ver su helado de vainilla; esperaba una respuesta irónica, pero él solo asintió.

Sonreí.

-Gustos simples personas complicadas.

-Exageraste -me recalcó señalando el helado.

-Estoy llenando vacíos emocionales con comida, quizás...

Me miró mal.

-Sí, exageré y no es tu problema.

Nuevamente, nos sumimos en un silencio, que duró hasta que ya no pude más con mi helado.

- ¿Tú sabías que se iba a suiza? -pregunté de pronto, esa habilidad de cambiar de tema repentinamente no había cambiado.

-No.

-¿Por qué siento que te alegra que se haya ido?

-Porque es así -Admitió.

-No tienes idea de lo que dices -negué con la cabeza- es la persona más buena que existe.

Se encogió de hombros.

-Algo no estaba bien con él -opuso.

-Que era mi novio -me reí para no llorar otra vez.

-Aparte de eso.

Eso sí se llevó mi atención.

-¿Quieres jugar conmigo otra vez? Porque creo que ahora si tengo el valor de matarte -amenacé de forma sutil.

-No he dudado de eso -confesó-, Creo que ya puedes deducir lo que quiero.

-Tú lo enviaste a Suiza -casi afirmé- querías deshacerte de él -mencioné con cuidado.

Él frunció el ceño.

-Si quisiera deshacerme de él, lo habría matado directamente, pero está vivo.

-Y lejos de mí -argumenté.

-Créeme o no, no tuve que hacer nada, sabía que no duraría mucho.

Podía creerle, o no.

-Júralo, que tu familia se desgracie si es mentira -Un juramento en nombre de lo que más amaba era suficiente para creerle.

-Lo juro -contestó sin vacilar.

Se veía sincero, pero se veía igual otras veces que había mentido.

-No sé qué estás planeando, pero yo no siento nada por ti -garanticé con la sinceridad más pura.

-Puedo hacer que lo hagas -determinó con esa oscuridad que años atrás me había llamado la atención.

Por unos minutos nos miramos a los ojos, esos dos colores que un día me habían cautivado.

-Debería odiarte -comencé.

-No me odias.

-Debería huir de ti.

-Amas mi peligro.

-Debería temerte.

-Te divierte retarme.

-Debería no querer jugar contigo.

-Ya no me temes.

-Debería alejarme.

Él rio.

-Eso no va a pasar, no vas a alejarte otra vez. 

Después de la tormenta-2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora