Brenwärme y Beischmachart

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Rozemyne se estiró detrás de su escritorio, soltando un suspiro antes de mirar por la ventana.

Si la espalda no le doliera, habría seguido leyendo con gusto. Estaba a punto de retomar desde donde se quedó cuando Liesseleta entró, caminando hacia ella con su sonrisa noble.

—Aub, me alegra ver que haya despegado sus ojos de la página.

Suspiró derrotada.

Una de las primeras reformas que había echo dentro de su recién estrenado matrimonio era respetar los horarios de comida y sueño. Si bien su exigencia radicaba en la preocupación que sentía por la salud de su dios oscuro, también era cierto que el muy desgraciado se la había volteado, aceptando a cambio de que ella también respetara sus horarios. No existía una manera de leer un par de páginas más a menos que fuera en serio una cuestión de vida o muerte para ellos o Alexandria.

—¡Ah! Supongo que es todo por hoy.

Ni siquiera intentó llevar el libro a su recámara. Luego de que Ferdinand se llevara algunos documentos de una investigación a la cama dos días atrás, ambos habían acordado dejar trabajo y lectura fuera de la habitación a menos claro que fuera algo en verdad urgente... o que ella tuviera que estar descansando en cama todo el día...

—¿Ferdinand?

—De camino al comedor, Aub.

Suspiró derrotada, estaba segura de que su rey demonio salía cual reloj hacia el comedor con el único propósito de fastidiarle los pocos minutos de lectura que pudiera robarle al día, conteniendo a toda costa esa sexy y angustiante sonrisa venenosa que mostraba cuando se divertía a costa de otros.

—Muy bien, vamos entonces.

Rozemyne tomó una delgada tablilla de madera con la imagen de su dios oscuro mirando pensativo hacia las letras de su libro. La única ilustración detallada de él que tenía permitido conservar para marcar la página en que se hubiera quedado leyendo.

.

—¿Existe algún libro que hable sobre las artes de Brenwärme y Beischmachart?

Estaba segura de que Ferdinand estaba teniendo un error de procesamiento en ese instante. Se había quedado completamente inmóvil a su lado en la cama, mirando a la nada con los ojos muy abiertos.

Lo observó con atención, esperando con paciencia a que su dios oscuro volviera en sí.

Las orejas de Ferdinand se colorearon primero, luego sus pómulos, finalmente sus ojos dorados y resplandecientes comenzaron a vagar despacio hasta cruzarse con los de ella, dedicándole una mirada de incredulidad en tanto que su frente se arrugaba, dejando que una profunda arruga la cruzara de arriba abajo.

—¿De qué idiotez estás hablando ahora?

Suspiró exasperada. ¿Era en serio?

Primero tuvo que presentarle el papel vegetal y la imprenta a este mundo de fantasía, luego introdujo los libros ilustrados, los libros para niños, los libros de estudio e incluso, con ayuda de su madre noble, las novelas de romance... unas novelas tan al estilo Bollywood que si no amara tanto leer todo tipo de libros, seguro se habría dado por vencida con esos.

—¡Oh, diablos! también tendré que introducir eso entonces.

Se cruzó de brazos pensativa y frustrada, sorprendiéndose cuando las manos de Ferdinand la tomaron por los hombros, obligándola a encararlo, haciéndola notar el semblante preocupado y esa mirada de "¿qué estupidez planeas ahora, idiota?" que tantas veces le había visto poner a lo largo de su vida como Myne y luego como Rozemyne.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora