SS Brumhilde: De Asistente a Primera Dama

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Brunhilde estaba observando por la ventana. Sería el primer año que entraría junto a Sylvester para dar el discurso de inicio de invierno y de la temporada de socialización.

Repasó todos los arreglos en su mente. El discurso de bienvenida. Los bautizos nobles. La ceremonia del regalo. La cena y luego... luego presentaría junto a Sylvester y algunos miembros del séquito archiducal los bailes que Aub Rozemyne introdujera en su propio Ducado dos años atrás.

La ceremonia del regalo. La cena y luego... luego presentaría junto a Sylvester y algunos miembros del séquito archiducal los bailes que Aub Rozemyne introdujera en su propio Ducado dos años atrás.

Conseguir las partituras y formar a los músicos no fue tan difícil. Incluso los pasos presentados, si bien representaron un reto, fue más lo que disfrutó de las sesiones de práctica. Sylvester había resultado una pareja de baile confiable... o quizás su desenvoltura se debiera a qué ya no estaba incómodo alrededor de ella.

–Ha sido difícil llegar hasta aquí, pero... parece que ha valido la pena –murmuró la actual primera dama de Ehrenfest antes de mirar atrás.

Durante el cortejo, Lord Sylvester siempre fue caballeroso y respetuoso, sin embargo, los halagos que él le hacían era vacíos. Sin vida ni sentimientos.

Ella siempre supo que era una imposición. Brunhilde se había arrojado a los brazos de su Aub, no por qué sintiera algún Rafel por el hombre. No. Era por gratitud. Gratitud a la señora que servía y que en su corazón siempre serviría.

Desde pequeña, Lady Rozemyne trabajó más que nadie. Se sacrificó más que nadie y su recompensa siempre fue insuficiente. Fue ella quien salvó a su clan, a su familia, al ducado, al país y a ella misma. ¿Acaso su antigua señora no merecía una recompensa equivalente a eso?

Así que Brunhilde se ofreció como esposa del padre adoptivo se su señora.

Sylvester, Aub Ehrenfest. El dios oscuro cuyo corazón pertenecía solo una mujer. El hombre de quién se contaban un sinfín de historias de como persiguió con ahínco su Rafel. El mismo hombre quien juró jamás casarse con nadie más y que, sin embargo, por cuestiones políticas y presión tuvo que casarse con ella.

Debía admitir que jamás esperó tener un matrimonio por amor. En la sociedad en la que vivía era difícil que eso sucediera, así que, que su dios oscuro solo amara a una mujer para ella no representaba un problema... o al menos eso pensó en un principio.

Cuando por fin llegó el día de atar sus estrellas, él no llegó a su noche de bodas. No se presentó al día siguiente, ni al que le siguió a ese.

Si, sabía que eso podría suceder, así que no le importaba, tenía suficiente en que entretenerse manejando la sociedad femenina. Lady Elvira la había tomado bajo su ala y protegido. La facción de la mujer pronto pasó a ser la suya, aunque está seguía llamándose cómo la entonces primera dama.

El tiempo pasó. Su dios oscuro seguía sin visitar sus aposentos y ella seguía diciéndose que no importaba. Pronto sus amigas comenzaron a tener hijos. La felicidad de estás era evidente, así como era evidente la mirada de lastima que le dirigían cuando pensaban que no las veía.

Este fue un punto de quiebre en su vida. ¿Qué se suponía debía hacer? Una dama no se ofrecía ni siquiera a su esposo. Decidió esperar un poco más, aunque su corazón y mente le decían que solo era una perdida de tiempo, nada cambiaría.

'¿Qué haría mi lady en esta situación?' Se pregunto , solo para luego agitar la cabeza con una sonrisa amarga y divertida. Ella cargaría contra cualquier muro para cumplir sus objetivos, ojos chispeante y sonrisa llena de Angriff.

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