De Anticonceptción y Fecundación

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Rozemyne sonreía, sosteniendo un raffel a medio comer en su mano sin dejar a mirar a Ferdinand con una mirada lasciva y divertida.

Estaba sentada en el regazo de Ferdinand en un pequeño sofá dentro de la habitación que les habían prestado en la mansión de invierno de Giebe Berdornen con solo una toalla atada alrededor de su cuerpo, justo igual que Ferdinand.

–¿No quieres probarla entonces? –insistió la joven Aub con una sonrisa retorcida, mostrando la fruta con varias mordidas alrededor.

Ferdinand la veía con una cara un tanto amarga y las orejas rojas sin soltarla.

–¿No habíamos acordado dejar el pasado EN el pasado?

Ella sonrió de nuevo, observando los platos que les habían dejado en la mesita a un lado del sofá justo después de que ella pidiera que los dejaran solos hasta la mañana siguiente.

–Y lo habría echo, si esto no me resultará tan familiar –dijo ella sonriendo, dejando el raffel en el plato y tomando un rezzuch asado.

Ferdinand suspiró, cubriendo sus ojos luego de mirar los platos en la mesa.

Había carne asada con rezzuch en cada plato y una cesta con raffels frescos.

Rozemyne sonrió aún más, sentándose a horcajadas sobre su esposo antes de dar una pequeña mordida a su rezzuch, suspirando luego de ingerirlo, notando un ojo dorado asomando entre los largos dedos de Ferdinand.

–Seria aún más perfecto si este fuera el desayuno y estuviéramos dentro de Lessy, ¿no crees?

Ferdinand dejó de cubrirse ahora, soltándola del todo y estirando sus brazos a ambos lados sobre el respaldo del sofá.

–¿No me quieres también recién sanado, todas mis diosas?

Ella sonrió antes de negar despacio sin dejar de mirarlo.

–Sabes que no deseo verte en un estado similar nunca más, mi Dios Oscuro, solo no pude resistirme a recordar esa época en la que estabas más hormonal.

Ferdinand volteó a un lado, con el ceño fruncido y el sonrojo cruzándolo de un lado al otro.

Si bien habían acordado no volver a mencionar los viajes de Rozemyne al pasado, también era cierto que había algo nostálgico en los platillos presentados.

Rozemyne dio una mordida más a su verdura asada, feliz de poder saltarse la cena de ese día con los nobles de esa zona montañosa cuando Ferdinand la tomó de los hombros, besándola, arrebatándole la comida de la boca antes de empujarla un poco hacia atrás, masticando sin dejar de mirarla y haciéndola sonrojar cuando tragó todo y se relamió los labios.

–Tienes razón, el sabor de tu mana en la comida es nostálgico –murmuro él, cerrando los ojos un momento antes de quitarle la comida y ponerla en los platos, tapándolos con la pequeña herramienta para detener el tiempo que Raimund rediseñara el año anterior para ocasiones como aquella.

–¿No vamos a comer entonces?

–Si todas mis diosas desea esto para el desayuno –sentenció Ferdinand con una sonrisa de Rey demonio imposible de ignorar–, entonces lo tomaremos en el desayuno, incluso dejaré mordidas en tu comida si eso deseas.

La chica sintió como se sonrojaba al mismo tiempo que la toalla se deslizaba por su cuerpo, haciéndola soltar un grito de sorpresa.

Ferdinand cubrió su rostro, su pecho desnudo y todo él temblaba mientras un sonido raro salía por entre sus dedos.

–¡No es gracioso, Ferdinand! –se quejó ella levantando la toalla para tratar de cubrirse de nuevo con una mano, pegándole en el pecho a su esposo con la otra.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora