Estragos literarios II

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Estaba en Ehrenfest. Había vuelto para la Oración de Primavera y acababa de tener una discusión acalorada con Sylvester.
–¿Cómo voy a casarme con alguien que me apostó como si nada y que no hace más que robarse el crédito de mi duro trabajo?
–¡Ya te lo expliqué! ¡Wilfried necesita de tu apoyo para apaciguar a los Leisegang, Rozemyne!
–¡Pero no quiero casarme con él! ¡Quiero llevar la carga de Geduldh algún día y el no tiene suficiente mana! ¡No importa cuánto se esfuerce, es incapaz de cargar con mis industrias y el ducado! ¿Por qué no mejor dejas que compita con Melchior y Charlotte y a mí me dejas comprometerme con alguien más? ¡Incluso dejaré que uno de mis hijos se case con uno de tus nietos!
Hubo un silencio pesado entre ambos. Sylvester no dejaba de despeinarse de manera maniática antes de mirarla.
–Y supongo que tienes a alguien en mente para comprometerte, ¿cierto?
–Quiero casarme con Ferdinand.
Ella volteó a un lado, encontrando el rostro estupefacto de su padre Karstedt y la mirada atónita de Ferdinand. Se veía altísimo.
–¿Sabes que vas a lanzar a los Leisegang a mí yugular con esto, ¿verdad? –gruñó su padre adoptivo.
–También sé que si dejas que tus hijos compitan de manera justa y tomas una segunda esposa de la facción Leisegang o los neutrales, mi abuelo Bonifatius estará más que encantado de ayudarme a mantenerme al margen.
–¿Crees que ese viejo loco va a aprobar que te cases con Ferdinand?
–¡Ya le dije y está dispuesto a contener a toda su familia para que yo sea feliz!
Estaba furiosa y ansiosa. Cómo si debiera ganar esto para evitar algo muy malo más adelante.
Sylvester los miraba de manera alternativa a ella y a Ferdinand, revisando un par de tablillas antes de mirarlos de nuevo.
–Pensé que no deseabas casarte con él –confesó Aub Ehrenfest más tranquilo.
Ella miró a Ferdinand, quién estaba inusualmente callado antes de alcanzar su mano y acercarla a su rostro, sonriendo al notar sus orejas sonrojadas.
–No me había dado cuenta de que una rifa crecía por él dentro de mi. Por favor déjame cuidarlo y hacerlo feliz, padre adoptivo.
El Aub los había visto a ambos antes de despedirlos en un tono de fastidio, diciendo que lo iba a pensar. Apenas salir, Ferdinand la había llevado casi volando a un lugar menos transitado, lejos de miradas indiscretas antes de agacharse para quedar a su nivel. ¿Por qué se sentía agobiada de ser tan pequeña?
–Idiota, ¿se puede saber en qué estabas pensando?
Estaba molesto, estaba a nada de jalarle las mejillas para desestresarse, pero ella fue más rápida, lanzándose a su cuello para aferrarse a él, depositando un beso en su mejilla antes de mirarlo a los ojos. Le había causado un error de procesamiento.
–¡Ya me separaron de mi familia una vez, no voy a permitir que lo hagan de nuevo! No me importa si debo luchar con Sylvester, con la familia real o con los mismos dioses. Quiero ser egoísta al menos una vez, Ferdinand.
El error de procesamiento pasó de pronto. La miraba ahora con curiosidad.
Tenía ojeras debajo de los ojos. Apestaba a pociones. Su piel se notaba pálida y fuera de la sorpresa en su mirada, no podía observar otros sentimientos.
–¿Familia?
Tomó una de sus manos, inyectando un poco de mana en él, notando un sonrojo instantáneo en sus orejas.
–Me proteges cómo mi padre. Cuidas mi salud como mi madre. Me sigues en mis locas ideas como mi hermana. Por encima de ello, tenemos niveles de mana similares, así que puedes darme hijos. Y, yo...
Estaba sonrojada por completo. Puso un poco más de mana en su toque, mirándolo cerrar los ojos.
–Eres solo una niña, Rozemyne...
–¡Solo por ahora! Creceré. Dejaré de comprimir y rezaré para crecer más rápido y entonces... yo...
No pudo decirlo. Soltó la mano de su guardián para acunar su rostro y depositar un beso en sus labios. Un beso pequeño y rápido antes de mirarlo de nuevo. Ferdinand se veía adorable con sus orejas tan rojas, que el sonrojo había llegado incluso a sus pómulos.
–Cada vez que me haces un chequeo siento algo cálido y reconfortante en mi interior. Me siento a salvo. Yo, podría pasar el día entero tomada de tu mano solo para mantener esa sensación conmigo... tu mana es tan cálido, Ferdinand... aunque...
Estaba a punto de llorar. ¿No sentía lo mismo? ¿Era un enamoramiento de un solo lado?
–Prometo no estorbarte, incluso te buscaré una esposa con la que sientas lo que yo siento contigo, ¡Por favor!
Ferdinand le sonrió con amabilidad. Una sonrisa destinada a consolar a alguien por quién se siente afecto, pero no amor. Sentía el corazón roto mientras él le daba unas pocas palmaditas en la cabeza sin dejar de verla como a una niña ingenua e inocente. De pronto estaba aterrorizada.
–Rozemyne...
No quería escucharlo. No quería que la despreciara de esta manera...
–Yo no...
¡NO QUERÍA ESCUCHARLO!
.
–¡Rozemyne! ¡Rozemyne, despierta! ¡Myne!
Abrió los ojos conmocionada, con la respiración errática y la vista desenfocada.
Un Ferdinand con el rostro mucho más relajado y rejuvenecido la miraba preocupado y sin camisa alguna.
Rozemyne se cubrió la cara, sintiendo que las lágrimas salían una tras otra al igual que pequeños gemidos de dolor que intentaba disimular.
Pronto sintió la sensación familiar de una piedra fría contra su frente, seguida de otra y otra más. Escuchó una puerta abrirse y la voz de Grettia preguntando algo con angustia.
–Aub Alexandrian está bien –respondió Ferdinand–, fue solo una pesadilla. Puedes volver a descansar.
La puerta se cerró y al menos tres piedras Fey después, Rozemyne se sentía más calmada.
Todavía hipaba conforme Ferdinand le limpiaba la cara con un pañuelo, mirándola preocupado, acomodando su cabello con una mano y esperando con paciencia.
–¿Necesitas un abrazo?
Ella asintió y él la envolvió en el reconfortante y familiar gesto.
Todavía estaba abrazada a él con fuerza cuando lo derribó sobre la espalda, sentándose a horcajadas sobre él mirándolo por un momento. Ferdinand parecía sorprendido ahora, un poco divertido también al tiempo que acunaba una de sus mejillas.
–¿Qué te sucede, my love? Tu mana comenzó a descontrolarse de repente y no parabas de...
–¿Me amas?
Ambos guardaron silencio. Su corazón latía muy rápido y se sentía tan angustiada, que no había tardado nada en aferrar la mano en su mejilla con fuerza.
Una descarga de mana contra su mejilla la hizo destensarse un momento. Una segunda mano en su cara y pronto encontró los labios de Ferdinand besando su frente con dulzura, justo antes de rodar con ella para cambiar de lugares.
Las lágrimas no habían parado aún.
Ferdinand siguió besando su rostro con calma, pasando su manos sobre sus brazos para frotarlos despacio, esparciendo más mana en su piel, haciéndola sentir más tranquila cuando los labios de Ferdinand reclamaron los suyos, embriagándola con su sabor dulce y delicioso.
Cuando se dio cuenta, Ferdinand había pintado todo su cuerpo con mana, la había penetrado sin dejar de susurrarle algunas palabras dulces al oído y luego de provocarle un par de orgasmos, se había sentado con ella en la cama, abrazándola con fuerza y ayudándola a moverse con calma sobre él.
Podía sentir el mana de ambos circulando por los dos cuerpos de forma armónica, como si fueran un solo ser.
Él aceptaba cada uno de sus besos, demandando todo lo que podía de ella y entregándole cuánto podía de sí mismo.
Cuando el encuentro terminó, ella estaba abrazada con fuerza a él de brazos y piernas a pesar de sentirse exhausta. Lo escuchó gruñir un momento luego del washen, cuando él había intentado retirarla de encima y ella se había aferrado aún más.
Ferdinand suspiró entonces, acariciándole la espalda de un modo reconfortante, ayudándola a relajarse hasta quedar apoyada en él y luego permitirle salir de su abrazo.
–[¿Estás bien?] –preguntó Ferdinand en japonés.
Ella suspiró, evadiendo su mirada.
–[¿Fue solo un mal sueño? ¿De verdad me amas?]
Ferdinand le sonrió antes de tomar el collar de piedra fey que colgaba de su cuello y levantarlo hacia ella.
–[Soy tuyo por completo, y tú eres mía por completo]
Sentía que iba a llorar de nuevo, completamente aliviada.
Ambos se acostaron sin dejar de mirarse. Él la abrazó y ella confesó todo lo que había soñado recién. Ferdinand la abrazó aún más fuerte, llenando su cabello de besos sin interrumpirla. Cuando terminó de hablar, cuando llegó a la parte dolorosa en que descubría que él no la amaba, Ferdinand la tomó del mentón, obligándola a verlo.
–[No quiero una segunda ni una tercera esposa. Tú eres todas mis diosas, me has dado una hermosa hija y una vida feliz y útil. Y si te hace sentir mejor, no podría amar a nadie como te amo a ti ni en un millón de años]
Sonrió sintiéndose mejor. Si era sincera, no creía que pudiera dormirse de nuevo. Estaba bien. Ferdinand era suyo.
Dado que ninguno pudo dormir otra vez, ambos se levantaron, se asearon y se sentaron en uno de los escritorios para revisar algunas tablillas, un par de pergaminos y varias hojas en folders con posibles acuerdos comerciales.
Rozemyne se había negado por completo a alejarse de él o a explicar que podría haber detonado aquella pesadilla, así que Ferdinand la tenía sentada en su regazo en ropa interior sin que pareciera importarle, besándola cada tanto sin dejar de revisar cada documento, discutirlo con ella y hacer anotaciones en su díptico hasta que fue hora de que los vistieran.
Rozemyne no sabía si reír o llorar por su sobreprotector Ewigeliebe, quién luego de cubrirla con una manta cercana, exigió a Grettia y Justus que dejaran los cambios de ropa en la cama y se retiraran.
Para cuando Ferdinand terminó de vestirla y peinarla y ella misma terminó de arreglarlo a él, la angustia había dimitido bastante. Ambos se colocaron el manos libres y bajaron a la habitación que debería ser de Ferdinand y ahora fungía cómo guardería.
–¡Por favor, Ferdinand!
Su marido soltó un suspiro antes de ordenar que desplegarán un biombo frente al sofá donde iba a amamantar a Aiko, luego, el hombre de cabellos azul claro se sentó ahí, recibiéndolas a ambas en su regazo.
–Te estoy consintiendo demasiado, my love, pero espero que de este modo puedas cumplir con tu agenda sin interrumpir la mía.
Rozemyne le sonrió antes de darle un beso en la mejilla y mirar a la bebé desayunando sin apuros, acunada entre los brazos de ambos.
–¿Podrías consentirme del mismo modo esta noche, darling?
Ferdinand sonrió divertido, besándola en los labios antes de apoyarse por completo en el sillón.
–Las cosas que hago por ti. Muy bien. A cambio, tenemos una visita pendiente a este, Ibiza tuyo cuando volvamos al ducado.
–¡Por supuesto! Te dejaré examinar mi pequeño jardín para viajeros hasta que estés satisfecho.
.
Al menos tres días después, la extraña actitud de su señora se había calmado.
Justus encontraba divertido y curioso que Lady Rozemyne se hubiera mostrado tan dependiente de Lord Ferdinand durante las mañanas de los últimos días, al grado de sorprenderse esa mañana, cuando Lord Ferdinand les permitió, de hecho, hacer su trabajo a él y Grettia para arreglarlos a ambos.
–¿Cómo va todo con Lord Matthias? –preguntó el hombre cuando ambos colegas salieron con la ropa sucia en lo que los Aubs se encargaban de su princesa.
Grettia se sonrojó un poco a pesar de no mostrar signos de vergüenza en su cara o su postura.
–Bien, supongo. Prometió llevarme de compras cuando volvamos a Alexandria en nuestro próximo día libre.
–Me alegra escuchar eso, Grettia. Espero que seas una chica buena y no obligues a esperar demasiado a ese pobre hombre.
Grettia le dedicó una mirada molesta y él solo le sonrió divertido. Ambos dejaron la ropa en la zona de aseo y se retiraron, deteniéndome en el cruce de los pasillos que daban a la habitación Archiducal y la que daba al comedor de Alexandria.
–Lord Justus, espero que no espante demasiado a Lady Margareth.
El asistente se detuvo entonces, mirando a su colega con una enorme sonrisa incapaz de contener.
–No creo que eso sea posible, Lady Grettia. En todo caso, la veré en la noche.
Grettia asintió antes de seguir su camino con el juego de sábanas frescas en las manos y Justus se dirigió a desayunar, dando un vistazo al comedor y sonriendo al notar a Sergiuz haciéndose cargo de atender a Lord Ferdinand.
Un poco más tarde, él, Eckhart y su señor así como Sergiuz y varios caballeros más estaban en una de las salas de té.
Su señor estaba teniendo una reunión comercial con Neuhausen, Ehrenfest e Immerdrick que parecía estar saliendo bien.
Justus no lo decía, pero moría de anticipación. Aún Ehrenfest no había dejado de lanzar esa mirada calculadora que solía usar con su señor cada vez que planeaba molestarlo. Por lo general era divertido, más ahora que Lord Ferdinand pertenecía a aún ducado de mayor rango.
–Les estamos muy agradecidos, Aún Ehrenfest, Lord Ferdinand –comentó Aub Neuhausen, indicando así a su asistente que levantara su lugar.
–Ciertamente, Greifechan y Gebodornung parecen colmarnos de bendiciones con este nuevo acuerdo –admitió Aub Immerdrick.
–Como mi esposa dice a veces, si nos apoyamos unos a otros, el jardín se mantendrá exuberante y nos cargará a todos de bendiciones sin límites –expresó Ferdinand con palabras mucho más refinadas que las usadas por Aub Rozemyne.
Los hombres se despidieron entonces, alejándose de la mesa para continuar sus negociaciones con otros Ducados.
Lord Ferdinand bajó un poco la cabeza y Justus lo notó diciendo algo en ese idioma extraño sin que llegara a producir sonido, haciendo que Justus leyera algo así como Ore wa kore de owarides y luego más palabras sin sentido junto al nombre de Aub Ehrenfest.
Justus miró con disimulo al extremo más lejano de la sala. Su señora tenía abierto su abanico frente a su cara en tanto Aub Gilessenmeyer y la primera dama de Freblentag comentaban algo entre ellas.
A juzgar por la segunda tanda de galletas servida por Liesseleta y el cambio de té, ellas todavía tardarían con su reunión.
Justus volteó de nuevo a la mesa donde se encontraban, notando de inmediato la herramienta antiescuchas que Aub Ehrenfest le había pasado a su señor, quien había aceptado la herramienta casi a regañadientes. ¡Esto si que lo leería!
–¿Sabes, hermano? Estaba pensando que, tal vez te haría bien tomar una segunda esposa.
Si las miradas mataran, Aub Ehrenfest sería una piedra fey en la silla.
–¡Sylvester!
–¡Vamos, no te enfades! Estoy seguro de que tú y ese gremlin se divierten bastante trabajando juntos y compartiendo alcoba, pero creo que se divertirían más si aotra esposa o amante durante la noche.
Justus estaba haciendo lo posible por no mover ni un músculo. No estaba seguro de qué era más gracioso, la cara inocente con que Sylvester le estaba recomendando a su señor sobre hacer un trío o que el sujeto pensara que su señor se dignaría siquiera a considerar dicha opción.
–Sylvester, dime qué no has estado fumando cosas extrañas –respondió Lord Ferdinand, provocando que la cara de sorpresa y reproche en su hermano fuera hilarante.
–¡Por supuesto que no! Solo me preocupo por ti. Tener una sola diosa es increíble y todo eso... pero tener dos diosas para jugar un buen ditter de Beinsmachart, ¡Alabados sean los dioses!
Un par de luces salieron del anillo de Sylvester, dejando a Justus asombrado y a su maestro confundido, aún si era difícil de notar.
–Sylvester, voy a fingir que no escuché eso último. Florencia y Brunhilde no lo tomarán muy bien si algo de esto sale de aquí.
'Oh, no. Sabe que estoy leyendoles los labios' pensó Justus antes de hacer un signo con las manos de guardar silencio.
–Hermanito, hermanito –suspiró el mayor de ambos con cara de superioridad antes de recargarse contra su asiento de una manera muy poco noble–, ¿recuerdas los libros que te recomendé para mejorar tu matrimonio? ¿los leíste?
Justus tuvo que morderse la lengua para no reír. Si Silvester supiera toda la dicha y sufrimiento que provocó su pequeña recomendación... Lord Ferdinand, por otro lado, no solo no estaba respondiendo, se había cruzado de brazos, sin responder y con el ceño fruncido.
–Bueno, cómo sea, el volumen cuatro llegó a manos de mis esposas durante el Torneo Interducados para su impresión y... por, todos, los, dioses. ¡Es una joya para aquellos que tenemos más de una esposa! ¡No sabes lo felices que son Brunhilde y Florencia desde que comenzamos a probar las posiciones nuevas o lo difícil que es no pensar en ellas como si de nuevo estuviéramos en la Academia en nuestro último año... ¡Es como si Bluanfah hubiera regresado con fuerza durante mi otoño!
Justus tuvo que pellizcarse el muslo con fuerza para no soltar una enorme carcajada. Conocía el cuarto volumen demasiado bien.
Al parecer, Lord Ferdinand estaba pensando en una forma de quitar esa sonrisa de superioridad de la cara de su hermano cuando un contingente considerable se detuvo junto a la mesa.
Aub Ehrenfest tomó de regreso el aparato que le había dado a su hermano y ambos hombres se pusieron de rodillas frente al recién llegado.
Lord Anastasius no tardó nada en dar algunas indicaciones y pronto un tercer puesto fue colocado así como una jarra de bebida fría, una charola con bocadillos salados y una herramienta antiescucha de rango específico.
Justus tuvo que moverse un poco para poder mirar bien los labios de los tres hombres sentados a la mesa.
–Lord Anastasius –intervino Sylvester cuando terminaron de intercambiar sus nobles saludos–, es un honor recibirlo, pero...
–Lamento mucho la interrupción Aub Ehrenfest, Lord Ferdinand, pero tengo que hablar con ustedes sobre algo de lo que los considero indirectamente responsables.
Cómo siempre, el consorte de Zent Eglantine tenía demasiado de Leidenshaft y muy poco de Dultzetzen... para entretenimiento de Justus.
–¿En qué podemos serle de utilidad, Lord Anastasius? –inquirió Lord Ferdinand de mejor humor ahora.
–Quiero que encuentren la forma de detener a Aub Alexandria... por favor.
–¿Detenerla? –preguntó su señor con el ceño fruncido.
–¿Qué hizo mi hija está vez? –preguntó Sylvester consternado.
Por toda respuesta, Anastasius hizo un ademán y una caja familiar para Justus fue colocada sobre la mesa.
Sergiuz se apresuró a hacer las pruebas de veneno antes de abrir la caja. Justus no pudo refrenar la risa con éxito está vez al notar el contenido.
–Estas... abominaciones que no hacen más que interferir en los asuntos de alcoba. Quiero que eviten que siga produciendo este tipo de... monstruosidades.
Lord Ferdinand sacó uno de los pequeños vasos con el líquido parecido a slime en el interior para observarlo. Apenas poner un poco de mana, el slime tomó forma de lengua y comenzó a moverse de manera impúdica y desvergonzada, provocando que la punta de las orejas de los hermanos se colorearon de un rojo brillante.
–Lord Anastasius –dijo Aub Ehrenfest, el primero en salir de su estupor–, ¿puedo preguntar porqué está tan seguro de que mi hija adoptiva ha creado estos... artefactos?
–¡Porque ella es la autora de todos los volúmenes de El Buen Libro! ¡Sin olvidarnos de esos Templos a Bremwärme y Beinsmachart por los que se han estado creando jardines de Besuchgweg por todo Yurgensmith!
La cara de Sylvester era algo digno de ver en ese momento... o la mirada de '¡¿Es cierto?!' que le estaba dedicando a Lord Ferdinand.
–¿No estaba enterado de los emprendimientos de su hija, Aub Ehrenfest? ¿O tal vez no tiene idea de lo que estoy hablando?
–Milord, no es que... bueno... yo...
–¡Justus! –llamó Lord Ferdinand haciendo una señal para que su erudito entrara en el rango de la conversación.
Luego de recomponer su cara, Justus respondió al llamado.
–¿Cómo puedo asistirlo, milord?
–Mira lo que hay dentro de esta caja y dime si sabes algo de esto.
Justus fingió estar revisando el contenido por primera vez, sonriendo a los tres hombres antes de proceder a explicar.
–La primera dama de Drewanchel mostró estás herramientas de Bremwärme y Beinsmachart en la junta que Aub Rozemyne organizó para supervisar los jardines de viajeros y dar la bienvenida a las nuevas emprendedoras, milord. Durante la junta se dio a conocer que, actualmente, hay diez Ducados con sus correspondientes jardines, se estará agregando una tienda especial para estas herramientas en nueve de ellos durante el verano.
Lord Anastasius lo miraba ahora como si le hubieran puesto un insecto en la boca... o hubiera olido un grun, Justus no estaba seguro.
–¿Entonces esto no es obra de Rozemyne?
–No, milord. Aub Rozemyne solo aprobó la venta de estos en los Ducados con jardines. Imagino que esta es la muestra que se hizo llegar a Zent Eglantine. Me parece que la idea es... mejorar la experiencia dentro del dormitorio.
Lord Anastasius pareció considerar aquello antes de mostrarse un poco más calmado, ofrecer sus disculpas y despedirse, dirigiéndose ahora a la mesa donde se encontraba Aub Drewanchel con otros Aubs.
Justus no podía dejar de pensar en lo celoso que parecía Lord Anastasius de simples juguetes. Lord Sylvester seguía en error de procesamiento cómo lo llamara su señora y Lord Ferdinand...
–¿Por qué no fui informado de estás... muestras, Justus?
Un poco de sudor frío corrió por la espalda del erudito de cabello gris, quién encaró a su maestro sin dejar de sonreír para disimular.
–Aub Rozemyne me entregó la muestras para ponerlas a prueba en el Templo oculto de Ibiza, milord. No intentábamos ocultarle nada está vez. Por alguna razón, nuestra Aub no parecía interesada en probarlas o investigarlas a fondo.
–Ya veo –suspiró Lord Ferdinand antes de sostenerse el puente de la nariz.
Lord Sylvester, por otro lado, pareció terminar de procesarlo todo porque miró a Justus de inmediato con algún tipo de sorpresa y desconcierto.
–¿Entonces ella los creo?
–Con un poco de ayuda, sí –declaró Justus, recordando cuanto se había divertido con las investigaciones requeridas para la creación de Ibiza y el manual.
–Pero... ¿Ferdinand, tú...?
–Me enteré hace poco que mi esposa... decidió usar nuestra experiencia en la alcoba para crear un libro que, claramente, le pedí que no publicara.
Lord Ferdinand tomó un trago de su copa de limonada fría antes de tomar un bocadillo y llevarlo a su boca sin dejar de mirar a Sylvester, quién parecía estar pasando por otro error.
–¡¿QUÉ?!
–Sylvester, recompón tu expresión –amonestó Lord Ferdinand–. Se nota todo lo que estás pensando.
–Pero es que... tú... ¡Tú no puedes ser tan bueno en...!
–Como te expliqué hace tiempo, procuro dejar que mi esposa tenga suficiente tiempo de esparcimiento... además de escucharla. ¿Crees que alguien con una mente tan innovadora y brillante iba a conformarse con acostarse boca arriba?
Sylvester estaba sin palabras de nuevo, tomando su copa y acabando la limonada de un trago, casi como si hubiera olvidado que su trago carecía de alcohol.
–Pero... tú... ustedes no tienen otros consorte o amantes, ¿no? ¿de dónde ha salido ese volumen cuatro?
Lord Ferdinand dio otro trago a su bebida y volteó a ver a Justus, dándole así permiso para intervenir en la conversación.
–Milord, cómo usted sabe, llevar un ducado no es una tarea sencilla, así que mi señora ha tenido a bien juntar a un grupo de eruditos dispuestos a poner a prueba cada página del manual para buscar todo tipo de información que pueda constatar las maravillas salidas del ingenio de mi señora. Yo mismo he formado parte de este selecto grupo de investigadores y... antes de que Lord Ferdinand pueda llamarme la atención, mi prometida decidió integrarse al grupo de investigación después del baile de cierre del invierno.
Ferdinand soltó un suspiro. Sylvester tenía la boca y los ojos tan abiertos, que podría resultar bastante grosero si Justus no lo encontrara divertido.
–Si bien, el cuarto manual ilustra las innovadoras ideas de Milady para mejorar las interacciones diarias entre matrimonios con más de un consorte, nuestra señora nos asignó desde el verano la tarea de probar que tan factible podía ser, además de lidiar con las problemáticas que la repulsión de mana y la poción de sincronización suponían para un actividad como ésta.
–¿Entonces, la lección sobre mana, pociones y la receta para sincronizar varios manas a la vez...?
–Está usted en lo cierto, Aub Ehrenfest –admitió Justus con orgullo–, Lord Ferdinand estaba al tanto de estas ideas pero no han sido ni él, ni mi señora quienes llevaran a cabo la experimentación. Puedo adelantarle también que un quinto manual está todavía en fase de experimentación en Ibiza para la publicación de la versión noble. La versión plebeya solo está esperando para ser publicada junto a su contraparte.
Lord Sylvester miraba ahora de uno a otro con sorpresa, las orejas rojas y demasiada curiosidad.
Lord Ferdinand parecía fastidiado, aún así, no tardó mucho en volver a hablar.
–¿Sigue aferrada a sacar ESA información al público?
–Milady afirma que todos deberían ser libres de buscar su propio placer, Milord. Me parece que iba a utilizar esta conferencia para sondear cuánta reticencia podrían presentar Zent y los otros Ducados a autorizar matrimonios entre personas del mismo género.
Lord Sylvester parecía conflictuado y preocupado ahora. Lord Ferdinand había pasado de masajear el arco de su nariz a golpear su sien.
–Entiendo. ¿Conocemos a alguien que haya podido... inspirar a mí esposa?
–No estoy seguro, Milord. Sería más productivo preguntar a sus... exclusivos en la ciudad.
Ferdinand dejó de golpearse la frente y volvió a comer algo con su rostro estoico. ¿Se había rendido acaso?
–Justus –dijo Sylvester está vez con un rostro serio y una mirada llena de curiosidad–, ¿alguna idea de porqué si mi hija adoptiva muestra tanto interés en este... asunto, no desea experimentar ella misma con esas muestras?
–No, milord –respondió Justus al escuchar a otra persona repetir sus propios pensamientos, mirando ahora a Lord Ferdinand.
–Es porque ella no necesita esos artefactos.
–¿Cómo? –cuestionó Sylvester antes de hacer un rostro divertido y entrecerrar sus ojos–. ¿No será que ella los inventó y le pasó la idea a Drewanchel?
–No, estoy más que convencido de que no hizo algo como eso.
–¿Cómo puedes estar tan seguro? ¡Solo ve todo lo que hizo sin tu autorización! no veo que la detendría de venderle una empresa nueva a otro Ducado.
Lord Ferdinand parecía agobiado ahora, negando de manera casi imperceptible antes de invocar su schtappe y luego cantar un hechizo extraño, dándole la forma de una espada bastante detallada que mantuvo oculta entre ambos asientos.
–Ella creó un hechizo para cambiar el schtappe y me lo mostró. Cómo dije. Todas mis diosas y yo no necesitamos de otras personas en nuestra relación. Ahora bien, si me disculpas, hermano, la reunión de Rozemyne acaba de terminar.
Lord Ferdinand deshizo la transformación de su schtappe en lo que Sergiuz se apresuraba a levantar las cosas, luego de lo cual el contingente salió a reunirse con su contraparte de Alexandria.
Justus volteó divertido, notando la cara de total asombro en el rostro de Aub Ehrenfest y otro error de procesamiento en él, para luego observar como Lord Ferdinand hacia girar un momento a Lady Rozemyne, haciéndola reír antes de depositar un beso en sus manos.
Al parecer, dejar a su hermano sin habla lo había dejado de muy buen humor... y a juzgar por las palabras que no podía leer y el sonrojo en Lady Rozemyne, Grettia y él no iban a ser permitidos esa noche ni a la mañana siguiente para asistirlos. ¡Pero qué interesante!
.
Estaba furioso y no podía demostrarlo como quisiera.
Drewanchel no solo iba a seguir produciendo esos infames artefactos, sino que además, su esposa había autorizado su distribución por esos desvergonzados jardines que había ideado la loca de Rozemyne nada menos... a cuyo padre y esposo no parecía molestarles en lo absoluto el nivel de vulgaridad y lujuria que sus empresas estaban alcanzando, ¡por todos los dioses!
Anastasius se sentía en verdad frustrado ahora. No debió permitir que su esposa introdujera esos... esos "libros" indecentes en primer lugar... por mucho que ambos hubieran disfrutado del saber de sus páginas. ¡Cuan tentadora podía se Chaosipher en ocasiones!
Con eso en mente, sabiendo que no podía solo interrumpir la agenda de su esposa, Anastasius esperó a que Eglantine supervisará a su pequeña hija, atendiera todas sus reuniones y la ayudó a dar mana a la fundación del país.
Solo quedaba la cena con algunos ministros. Una suerte que Anastasius hubiese modificado su propia agenda para atender a dichos ministros de manera satisfactoria para así ordenar que la cena fuera servida en los aposentos de él. No importaba que ahora pasaran más tiempo en la otra habitación, este seguía siendo su territorio, Eglantine tendría que estar más abierta a escucharlo ahí.
–No sabes cómo te agradezco que tomaras de tu tiempo para supervisar las mejoras de la Soberanía y los reportes de la Biblioteca y la Academia Real, Anastasius –fue lo primero que dijo su esposa cuando quedaron solos con sus asistentes y la cena servida.
–Es mi obligación apoyarte como tú consorte –respondió él de mejor humor debido al halago–, además, quería hablar contigo cuánto antes.
Su esposa le sonrió con dulzura, contagiándole un poco y haciéndole sonreír también.
–¿En verdad? ¿Qué podría ser tan importante que no podía... esperar a más tarde, mi Dios Oscuro?
Ahora lo estaba malinterpretando, sentándose de ese modo seductor, ocultando promesas placenteras detrás de una brillante sonrisa que le conocía a la perfección. Iba a ser doloroso levantar el velo de Fairberuken.
–Eglantine, mi diosa de la Luz, más hermosa que la misma Efflorelume, temo que la encarnación de la diosa de la sabiduría se ha desviado del camino y mostrado sus verdaderas intenciones, guiando la pureza y rectitud de Yurgensmith hacía las manos de Chaosipher misma con sus nuevos intereses.
De pronto ya no había sonrisa, sino confusión en los ojos de Eglantine.
–Anastasius... ¿te importaría dejar de bailar con Gramarature, por favor?
Era una mirada de súplica imposible de ignorar.
–Temo que Lady Rozemyne nos esté arrastrando a todos de manera irremediable al abismo de la lujuria. Caos disfrazado de placer.
Eglantine lo miraba ahora como si no comprendiera, luego una chispa de entendimiento emanó de sus ojos, haciéndola sonreír divertida antes de susurrarle una orden a una de sus asistentes, la cual salió de la habitación de inmediato.
Su diosa de la luz sacó un aparato antiescucha y se lo tendió entonces, mirándolo tal y como miraba a su pequeña hija en ocasiones.
–¿Qué te tiene tan... preocupado, Anastasius? Pensé que estábamos disfrutando por igual con la nueva sabiduría para la alcoba.
Anastasius se sonrojó, mentiría si dijera que no experimentaba mucho más placer ahora... o que se sentía orgulloso de ver el rostro extasiado y relajado de Eglantine después de casi cada encuentro, pero...
–Esas herramientas desvergonzadas de Drewanchel son una aberración. ¿Porqué cualquier persona de buenas costumbres podría desear... eso?
Eglantine cubrió su rostro de manera adorable con su abanico alexandrino. Parecía divertida ahora. ¿En serio no veía la locura en ese emprendimiento particular?
–Anastasius, querido. Entre todas las reuniones que tuve hoy, una fue con Lady Rozemyne para comprender mejor esta... nueva costumbre alexandrina sobre bailes solo para socializar en un ambiente más lúdico, cómo lo llamó ella. Me dijo lo que hiciste mientras su padre y su esposo estaban teniendo una conversación casual en una de las salas de té.
No sabía que era peor, que esa enana descarada se le hubiera adelantado para acusarlo o que su esposa le estuviera hablando como hacía con su hija cuando hacía algo malo.
Entretanto, la asistente volvió con la maldita caja llena de sucias herramientas de depravación y herejía, luego de lo cual Eglantine ordenó dejar todo para vaciar la habitación de gente.
Su esposa se puso en pie, tomando la para luego caminar hasta la cama y sentarse ahí, dando golpecitos de invitación a su lado en el colchón.
Anastasius se sentía un poco irritado por la caja. Aún así, dejó sus cubiertos y lanzó una mirada a la comida en su plato cubriendo vas cenas con las campanas que los mantendrían calientes. Luego obedeció, caminando hasta la cama y sentándose a un lado.
–Lady Rozemyne me contó algunas cosas... sobre Lord Ferdinand usando algo similar a estos para complacerla. Se negó a enseñarme el hechizo, pero inventó un modo de convertir su schtappe en uno de estos –comentó Eglantine mostrándole el falo con flores en su interior.
Anastasius no sabía si estaba más asqueado que confundido o sorprendido.
–¿Por qué necesitaría algo así en primer lugar?
Eglantine sonrió, dejando el artefacto a un lado, dentro de la caja antes de levantar su vestido y sentarse en el regazo de Anastasius, besándolo de manera sugerente.
No sabía si era porque la rifa en su pecho había madurado y florecido de un tamaño considerable o porque no parecía cansarse de recibir este tipo de atenciones por parte de su esposa, lo cierto es que no tardó mucho en devolverle el beso, abrazarla y comenzar a desnudarla tan pronto como ella comenzó a desnudarlo a él.
Pronto Anastasius se sentía demasiado exaltado por el intercambio de mana y la sensación de la piel desnuda de Eglantine sobre su pecho, la sensación aún más fuerte al sentir una segunda boca succionando uno de sus pezones en tanto Eglantine seguía inmersa con él en un profundo beso húmedo del que tardó en salir.
–Eglantine, ¿quién...?
No pudo terminar de formular su pregunta, despegándose a regañadientes para mirar quien más lo estaba tocando, encontrando que la sensación placentera y excitante venía del extraño vaso con esa especie de slime, guiada por el mana de Eglantine.
–¿Pero, que...?
Estaba tan sorprendido, que no pudo evitar mirar como tonto mientras Eglantine le retiró los pantalones y sacó un rollo de papiro en el que introdujo su espada, arrancándole un jadeo de satisfacción antes de notar como su esposa le abría las piernas lo suficiente para lamer sus sacos sin soltar en ningún momento ninguna de las dos herramientas que tanto placer le estaban provocando.
–Eglantine... esto... ¡oh, dioses!... Es injusto.
–A mí me parece divertido –se burló ella, retirando el mana de los instrumentos para dejarlos a un lado–. ¿Quieres intentar?
Anastasius observó los objetos en la caja. No estaba seguro de como usar todo ello, en especial luego de infundir un poco de mana en el brazalete cuyas cuentas cambiaban de tamaño y notar que el extraño falo comenzaba a vibrar en su mano.
–No estoy... muy seguro de que sea una... buena idea.
Eglantine se sentó en sus piernas, dándole la espalda, tomando el vaso y entregándoselo.
–Usa tu imaginación, Anastasius. ¿Qué piensas que disfrutaría más?
El antiguo príncipe aceptó el vaso, besando a su esposa en el cuello antes de amasar uno de sus senos con la mano libre y atender el otro con el vaso de slime, vertiendo mana en ambos como si fueran meras pinceladas.
Eglantine no tardó en suspirar, volteando para tratar de besarlo, recargándose en su espalda y llevando sus manos atrás para jugar con el cabello de él.
Anastasius alcanzó el artefacto lleno de flores, acercándolo a la entrepierna de su esposa y frotándolo despacio contra sus muslos, sonriendo al sentirla contener el aliento, expectante a la llegada del aparato que no dejaba de vibrar.
–¿Anastasius?
La besó de nuevo, haciendo un sonido cuestionante conforme inyectaba más mana en ambos artefactos.
–¿Te... diviertes?
–Un poco –concedió él sin dejar de besarla o mimarla.
Cuando tuvo suficiente de besarla en los hombros y en la espalda, cambió de posición, parándose junto a la cama para colgarse los pies de Eglantine en sus hombros y penetrarla, sonriendo al notarla quemarse en los fuegos de Bremwärme de inmediato.
Decidió seguir usando ambas herramientas, dando estocadas lentas sin dejar de observar como la respiración y los gemidos de su esposa iban en aumento, como su cuerpo se contoneaba ante el exceso de estímulos o su rostro sonrojado mostrando de forma tan abierta cuánto estaba disfrutando de aquel juego.
Era difícil controlar su mente y no dejarse envolver por las llamas.
Con cuidado, Anastasius se arrodilló frente a su esposa, besando sus pies y luego sus rodillas antes de acercarse más, dando un beso tentativo al jardín de vellos rubios, mirándola y tomando el extraño falo vibrador para introducirlo sin dejar de besarla.
Recordó la primera vez que habían leído el descarado manual, la primera vez que había probado el jardín y el cáliz de su esposa de este modo y lo incómodo que le había resultado la posición para ingresar sus dedos, cansando su mano... esta vez no sentía incomodidad alguna y Eglantine parecía disfrutar más de este tratamiento que del que había intentado esa primera vez.
La escuchó incendiarse una vez más, sintiéndola vibrando y haciéndolo asomarse para mirarla, notando que ella había colocado el vaso de slime sobre uno de sus senos.
Si las descaradas y nada inocentes historias que habían leído juntos a últimas fechas se hacían llamar erótica, Anastasius pensó que palidecían en comparación con lo que estaba viendo. Nada podía ser más erótico que ver a su esposa disfrutando de este modo con sus atenciones.
Anastasius la liberó entonces, moviendo una de las piernas de su diosa al otro lado para tomarla de las manos y hacerla girar, dejando las sábanas y el sobre cama hechos un verdadero desastre que solo le hizo sentir como si estuviera haciendo una travesura.
Eglantine lo miraba sonriendo, con los brazos cruzados y el vaso olvidado sobre su vientre.
–¿Quieres que juegue con tu espada?
–Solo un poco –admitió él–, hay otra cosa que quiero probar, ya que estamos decidiendo si les dejas o quitas el permiso de distribuir estos objetos.
La besó en la frente y en la nariz. Le dio un beso rápido en los labios y otro en la garganta antes de saborear las cumbres rosadas de sus senos, notando una disparidad en el sabor de una y de otra, sonriendo de manera perversa al notar el sabor del dulce mana de Eglantine en aquella que ella misma había atendido con los artefactos.
Cuando llegó al ombligo de Eglantine tomó el extraño brazalete, abriéndolo para meter las esferas en su boca y llenarlos de mana, notando cómo cambiaban de forma de manera rápida y violenta.
Anastasius ingresó la nueva herramienta en el cáliz de su diosa, dejando una mano en la entrada, sosteniendo el delgado anillo con que se cerraba y disfrutando de la boca de su esposa atendiendo su saco y su espada con calma.
Anastasius comenzó a jugar poco después con el brazalete, jalándolo suficiente para sacar una cuenta cambiante antes de volverlo a ingresar de manera ociosa, entreteniendo su mente en besar y jalonear con los labios cada parte del jardín de Eglantine, esperando paciente a sentirla temblando y gimiendo debajo de él.
Una vez alcanzado su objetivo, Anastasius liberó a su esposa y esta no tardó en volver a voltearse, quedando arrodillada sobre la calma, ofreciéndole el cáliz y tomando las sábanas entre sus manos.
Anastasius aceptó la invitación, introduciendo la espada antes de retomar el vaso, paseándolo por las asentaderas de su esposa sin dejar de penetrarla.
Eglantine gimió y lo apretó con fuerza luego de un rato. Anastasius depósito el vaso de slime en la caja y luego tomó el falo antes de abrazar a su esposa y obligarla a enderezarse, amasando uno de sus senos antes de besarla en el cuello y forzar el falo en la boca de Eglantine.
Estaba seguro que iba a soñar con esa cara por mucho tiempo. Su esposa engullendo aquella espada falsa mientras era penetrada por la verdadera espada de él era una visión demasiado buena, tanto, que la siguiente vez que ella se incendió Anastasius la siguió de inmediato, soltando una nevada tan abundante que lo dejó exhausto.
Recobrando el aliento, Anastasius salió del cáliz de Eglantine, convocando un washen con su schtappe, dejando a su esposa caer en la cama, sentándose junto a ella para alcanzar el vaso. Quería verla incendiarse un poco más. Quería complacerla hasta que ella misma le dijera que era suficiente, pero estaba tan cansado y sensible, que no pudo hacer otra cosa que usar las herramientas mientras Eglantine lo miraba con deseo, sosteniéndole uno de los brazos antes de exigirle un beso al que Anastasius accedió.
–¡Anas, tasius! –gimió Eglantine llegando al éxtasis de nuevo, batallando para tomar aire y calmarse–, no más... es... suficiente.
El antiguo príncipe sonrió, retirando las herramientas y guardándolas en la caja.
–¿Ves? Te dije que eran peligrosas –se burló él rubio.
–¿Quieres devolverlas? –preguntó Eglantine todavía acostada, sus piernas temblando aún.
Anastasius lo consideró antes de salir de la cama y colocar la comida y la bebida de vuelta al carrito de servicio, guiándolo hasta la cama donde le sirvió una copa de agua a su esposa, ayudándola a sentarse.
–No. Siempre que prometas no usarlos tú sola.
Su esposa sonrió, besándolo antes de aceptar el agua y dar un sorbo.
–Puedes estar seguro de que solo los usaré contigo... o para ti. ¿Te gustaría verme mientras me complazco con algunos de ellos?
Anastasius dejó escapar una risa traviesa, cerrando la caja con los artefactos recién lavados con washen antes de deslizar la caja bajo la cama.
–Me gusta encargarme de eso, pero... si llego a sentir curiosidad, te lo diré.
Acto seguido, la pareja terminó de cenar, dejando el carrito de servicio afuera de la puerta antes de acostarse a dormir... otra de las malas influencias de Aub Alexandria y todos los rumores que parecían seguirla desde su unión de las estrellas.

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