Baño para dos

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Estaba sentada esperando a que Lieseta terminará de arreglar su cabello cuando Ferdinand se agachó para quedar frente a ella.

–Lamento mucho que no podamos tomar juntos el desayuno.

–Me siento igual. Por favor no te saltes el desayuno o la comida y regresa en cuanto puedas, después de todo, es una provincia cercana, ¿O no?

La mano de Ferdinand sobre su mejilla era lo más reconfortante del mundo, era su manera de decirle que se cuidaría y que esperaba que ella se cuidara también.

Cubrió aquella mano con la suya, sonriendo levemente justo antes de saborear el mana de Ferdinand directamente de sus labios. Un beso dulce que solo intentaba transmitirle afecto.

–Trataré de cenar contigo, si no puedo, enviaré un ordonance.

–Buen viaje, Lord Ferdinand.

–Volveré pronto.

Ferdinand se irguió cuan alto era, despidiéndose con un gesto rápido de la mano que ella imitó con más lentitud, mirando como su esposo salía de la habitación que compartían. Hasta ese momento se dio cuenta de que su asistente no se movía.

–¿Pasa algo, Lieseleta?

–¿Eh?, ¡N-no, no es nada, Aub Alexandrian?

Sintió un tirón en su cabello y las manos de su asistente temblando. Imposible no voltear para confrontar a la joven a cargo de su aspecto personal.

–¿Lieseleta... porqué estás tan roja?

Su asistente hizo lo posible por no responder, mirando a otra parte sin que se le pasara el sonrojo. A Rozemyne le había tomado un poco de paciencia y una herramienta para evitar que otros escucharán para que su joven asistente confesara lo incómodo que le resultaba presenciar momentos tan íntimos entre la pareja archiducal cada vez con más frecuencia.

Si lo pensaba, Ferdinand se había vuelto un poco más demostrativo con ella cuando estaban dentro de la habitación, quizás un efecto secundario de sus recientes prácticas basadas en el Kamasutra.

Rozemyne sonrió sin poder evitarlo.

Hacía una semana que habían usado los aros mágicos para enlazarse y revisar los recuerdos de Urano sobre su lectura del manual, bastante moderno y bien detallado... no sabía si era una suerte o una desgracia que no revisaran un poco más, llevaba un par de días preguntándose cómo habría reaccionado su amante de haber notado de primera mano que Urano se había tocado un par de veces después conforme estudiaba el manual, encerrada en su habitación. El sonrojo no tardó en llegar a su rostro al mismo tiempo que su peinado del día era terminado y su puerta abierta para permitirle pasar.

Tomó aire para sacar de su cabeza todos los recuerdos de la última semana y las fantasías que habían producido tan deliciosos encuentros, después de todo, tenía mucho trabajo por hacer, debía apurarse si quería estar libre para la hora de cenar.

.

–Así que, ¿un nuevo postre?

Aun si para otros no era notorio, ver la sonrisa de Ferdinand a juego con una mirada llena de curiosidad la hizo sentirse bastante orgullosa.

–Se llama cremme brulé, pensé que sería bueno experimentar un poco con el azúcar recién aprobada en el laboratorio.

El interés de su esposo se incrementó, podía notarlo en el brillo de sus ojos dorados que la miraban atentamente antes de dar algún vistazo ocasional al famoso postre, el cual se encargó de explicar antes de dar una pequeña prueba de demostración con una cucharita para té. Su corazón saltó alegre al notar como el hombre, aparentemente inexpresivo, devoraba hasta el último pedacito del postre a su disposición.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora