Mr. Santze

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–¿Ferdinand?

Su propia voz sonaba triste y anhelante. Lo sabía, aun así, no podía darle otro tono conforme se despertaba al lado del hombre al que amaba, su mano paseando de manera confundida y perezosa sobre el pecho masculino y trabajado de su marido.

–¿Sucede algo, todas mis diosas? Suenas decepcionada.

La voz profunda y aterciopelada de Ferdinand la terminó de despertar, dejándole saber que todo había sido un sueño. Si bien le gustaba su marido tal y como era... a veces demasiado, en serio esperaba que todo hubiera sido real, así podría exigirle, de vez en cuando, que tomara esa extraña poción rejuvenecedora, quizás probarle ropa y peinados diferentes... además de lo otro, claro.

–Descubrí que te amo sin importar cómo luzcas o qué forma tengas –respondió antes de mirarlo todavía decepcionada. No había tenido suficiente de la versión femenina y voluptuosa de Ferdinand en sus sueños.

El hombre solo la miró confundido antes de arrugar un poco el ceño, lo suficiente como para notarlo a pesar del cabello largo y desordenado cubriéndole el rostro de manera parcial.

–¿Cómo dices?

–Bueno, yo... soñé algo... bastante curioso.

Estaba abochornada. Se sentía como una niña pequeña reclamando a sus padres por un helado que se le había caído al suelo antes de poder probarlo y a punto de exigir uno nuevo.

Ferdinand soltó un suspiro extraño. La enorme mano fría del hombre no tardó en obligar a su cabello a hacerse hacia atrás. Era culpa de ella, después de todo, Ferdinand se había acostado a dormir con su cabello atado en la nuca para que no pasara esto en la mañana y ella le había arrebatado la cinta con que Justus se lo dejó acomodado la noche previa... antes de que cualquiera de los dos pensara seriamente en dormir.

–Soñaste algo todavía más extraño que multiplicarme, ¿no?

Se sonrojó más todavía, incómoda. Aun recordaba la mirada exasperada de su Dios Oscuro el día que se le ocurrió confesar su bizarra fantasía... o cómo su propio Ewigeliebe se había mostrado celoso, posesivo y demasiado dispuesto a demostrar que no necesitaba tres o cuatro Ferdinands de diferentes edades para complacerla.

–No, no, esta vez solo eras tú, pero...

No pudo continuar con su explicación. La puerta de la habitación ya estaba abierta y Justus iba canturreando algo que debía ser tonto o divertido de algún modo, ya que Grettia estaba soltando un par de risillas al otro lado de la cortina en lo que sacaba la ropa que le pondrían ese día.

Rozemyne sonrió divertida, asomándose por entre las cortinas para ver a Grettia moviéndose con menos rigidez de lo usual. Dejarla casarse con Matthias había sido una idea más que perfecta. Su asistente parecía estar cada día mucho más brillante de algún modo.

–¿Rozmyne? –llamó Ferdinand desde el otro lado de la cama, sentado con los brazos cruzados y el pecho por completo descubierto a pesar de la camisa con que había dormido y a la que tendrían que volver a coserle los botones.

–No fue nada importante, no te preocupes.

–Parecías decepcionada hace un momento.

'¡Oh, dioses! ¡Lo notó!'

–Hay algo específico que quieras que haga contigo –afirmó el peliazul sin dejar de mirarla un poco fastidiado y bastante curioso, haciéndola temblar–, ya te haré que me informes.

Rozemyne tembló antes de salir de inmediato, importándole poco en qué condición estaba. Enfrentar los regaños de Liesseleta o las miradas sonrojadas de Grettia eran mejor a darse cuenta de que Ferdinand iba a hacerla confesar todo y a jalarle las mejillas hasta arrancarlas... incluso el hombre podría engañarla y manipularla para dejarla ver sus recuerdos dentro de algunos meses y buscar en ese momento... y de verdad no estaba segura cómo se iba a tomar saber que anhelaba jugar con los grandes senos de una versión femenina de él.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora