Semillas de Bluanfah I

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Aub Rozemyne y su esposo se encontraban sentados en la Academia Real, observando el juego de ditter desarrollándose por parte de los alumnos de Alexandria. Se sentía orgullosa mirando lo bien coordinados que estaban. Se sintió dichosa cuando se anunció que sus niños habían quedado segundos después de Dunkelferger.

–[Se siente extraño estar aquí contigo y no allá abajo con Letizia y los demás, cariño]

–[¿Preferirías estar con ellos?] –bromeó Ferdinand despacio, modulando su voz y provocándole un escalofrío.

–[Sabes que no] My love [no hay otro lugar en todo Yurgesmich dónde deseé estar]

Ferdinand sonrió de manera socarrona, mirándola con tal intensidad, que los recuerdos de sus manos recorriéndola esa misma mañana le hicieron difícil mantenerse quieta y bien sentada.

Hold me tight, my love, and kiss me tenderly –murmuro el hombre de cabello azul claro en su oído, arrancándole un suspiro a Rozemyne.

Aub Alexandria apretó la mano de su consorte, llevándola a sus labios para besarlo, sosteniéndole la mirada y sonriendo de tal forma, que cualquiera que los viera notaría a Bluanfah bailando alrededor de ambos.

Ese día, luego de haber felicitado a todos los estudiantes por su esfuerzo y haber premiado a los mejores, Rozemyne se quedó en blanco frente a la sopa de pescado que se le había servido en su habitación.

–¿Todas mis diosas, sucede algo?

–La sopa sabe, extraño. No puedo comerla.

Rozemyne observó con desconcierto cómo Ferdinand alcanzaba su plato, probándolo antes de mirar a Justus, quien no tardó en tomar una cucharada para someterla a diferentes pruebas en busca de veneno.

–¿Estás segura, todas mis diosas?

Ella asintió, sintiéndose avergonzada cuando Justus volvió confundido, alegando que la sopa estaba bien.

–Tal vez estés enfermando –comentó su dios oscuro, golpeando su sien con dos dedos–, pediré que te sirvan lo demás y podremos subir para que te revise.

–De acuerdo.

.

Era obvio que había algo raro con el cuerpo de su esposa, el problema es que no sabía el qué.

Su pulso era un poco más rápido. Su temperatura estaba bien. Su flujo de mana parecía un poco acelerado, nada demasiado notorio.

Resoplando con fastidio, Ferdinand se cruzó de brazos tratando de encontrar alguna dolencia o padecimiento que pudiera estar afectando a su esposa.

–Ferdinand.

El aludido volteó a ver a su única diosa. Se relajó conforme desechaba toda preocupación. Ella se veía bien. Un poco preocupada por no saber si debía preocuparse o no, pero estaba bien.

–Te revisaré a detalle cuando volvamos a casa –explicó antes de besar a Rozemyne en los labios, para luego acostarse con un brazo abierto y el otro dando ligeros golpes en su pecho.

Su joven esposa se acomodó entonces, usando su pecho como una almohada y abrazándolo también, justo después de depositarle algunos besos por todo el rostro con una sonrisa alegre.

–Entonces, hoy solo vamos a dormir, ¿Cierto?

El la besó entre sus cabellos, peinándola con afecto y un poco de resignación.

–Tu salud es lo más importante, todas mis diosas. Lo demás puede esperar.

Ella le sonrió y le pidió una canción para dormir, acurrucándose para poder relajarse.

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