El Manual del Amor

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Era la hora del té y su rosca de frutas de temporada con leche condensada por encima había resultado ser un éxito rotundo entre las otras damas con quienes estaba sentada en ese momento.

Zent Eglantine, Lady Sieglinde, Lady Florencia y las primeras esposas de dos ducados más se encontraban sentadas a la mesa, consumiendo un té floral traído desde Drewanchel compartido entre una plática trivial sobre los resultados del último año en la Academia Real.

—Aub Rozemyne, he tenido curiosidad desde que dio inicio la conferencia hace cinco días, ¿qué es el hermoso adorno que usted y Lord Ferdinand usan en sus orejas? —preguntó Eglantine con un leve sonrojo apenas insinuado sobre sus mejillas.

—Es verdad —comentó la primera esposa de Drewanchel—, también me he estado preguntando por ello, ¡ha sido tan refrescante y romántico verlos vestidos con ropa a juego desde el segundo día de la conferencia! ¡y los adornos de sus orejas destacan aun más cuando están juntos!

Rozemyne se llevó una mano a la mejilla tratando de suprimir un sonrojo e imitar la mejor cara inocente de Angélica, obteniendo como resultado una sonrisa débil y temblorosa.

—¿Romántico? —dijo tratando de hacerse la tonta. A ella no le parecía romántico, estaba usando a Ferdinand como un posible escudo Y estrenando su nuevo y mejorado artefacto antiescucha basado en los teléfonos celulares con tecnología de manos libres... claro que ninguna de estas damas entendería o escucharía su explicación, así que...

—Es verdad, ha sido muy romántico verlos juntos —apoyó Florencia mirándola con una ligera sonrisa que no supo interpretar. ¿Su madre adoptiva estaba riéndose de ella o con ella?—, ¡pensar que mi querida hija, que parecía tan alejada de tales cuestiones, nos dejaría ver cuanto ha impactado en ella el baile de Bluanfah!

No pudo seguir aguantando el sonrojo, estaba segura... su próximo invento serían los abanicos decorados, necesitaba una forma de esconderse sin tener que huir porque, estaba segura, estos comentarios no iban a detenerse con facilidad o en un futuro inmediato, al menos nadie sabía que tan seguido ella y Ferdinand se mostraban devotos al Dios de la pasión, así que...

—¡Yo todavía estoy impactada!, Aub Rozemyne —preguntó la otra primera esposa con la cual no estaba del todo familiarizada—, ¿es cierto que le ordenó a Lord Ferdinand dormir con usted todas las noches dentro de la Academia Real?

Pudo notar los sonrojos en todos los rostros que la miraban, las diminutas sonrisas pícaras, el asombro de Florencia y Sieglinde, así cómo la curiosidad en los ojos de Eglantine, ¿Qué demonios había hecho? ¡La iban a tachar de ser una pervertida y una desesperada!

—Ehm... si, es verdad, pero...

Eglantine la hizo callar con un movimiento de su mano antes de solicitar un aparato antiescucha de rango específico con su otra mano... si pensaba que esto no podía ser peor, estaba muy equivocada.

—Aub Rozemyne —dijo Lady Sieglinde todavía sorprendida—, si su atrevida declaración fue verdad, significa que no encuentra ni un poco incómodo compartir su lecho, ¿todas las noches con ese hombre?

Eglantine parecía divertida ahora, Florencia solo se cubrió la boca entre divertida y asombrada, las otras dos damas la miraban con suspicacia. En serio se había metido en un buen lío esta vez.

—Bueno, es que, no deseo más cónyuges ni para mi ni para Lord Ferdinand y él tampoco desea a nadie más, estaba tratando de defendernos y...

—Escuché que, de hecho, han estado compartiendo su habitación en la academia, Aub Rozemyne —comentó la mujer de Drewanchel con una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba pensando... que no estaba demasiado alejado de la realidad.

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