En la Tierra del Viento

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Leueradi estaba sonriendo sin dejar de ayudar a su pequeña hija a comer. Rossette cumplió un año la temporada anterior y ahora solo quería correr por toda la finca Gerlach. Mantenerla sentada comiendo era complicado solo al principio, una vez la pequeña rubia se daba cuenta de que le gustaba la papilla en turno o los pequeños pedacitos de galleta o pasta, se mantenía sentada con una cuchara o un tenedor en la mano que Leueradi debía intercambiar con ella con frecuencia para poder alimentarla. Estaba bastante feliz, a decir verdad. Luego de tanto tiempo al fin tenía una linda hija con Wilfried, una pena que esa sería su única descendiente.

–Mamá, mamá, ¿mehren?

Leueradi soltó una pequeña risa mientras su asistente le pasaba un pañuelo para limpiar la boca de su bebé.

–¡Muy bien, Rossette! Son palitos de mehren. ¿Te gustan?

Su hija asintió sin dejar de comer por un rato, hasta terminar todo el mehren y parte de sus espaguetis.

–Mamá, mamá… ¿Papá?

La actual viscondeza de Gerlach miró a su asistente, la cual le hizo algunas señas hacia afuera, a lo que Leueradi asintió para voltear con su hija.

–Papá está ocupado afuera, Rossette. Pero vendrá a jugar contigo después.

–¡Shiiiiii! ¡Papá ua mi abatdui!

Leueradi sonrió divertida. Su pequeña no decía todavía muchas palabras, a pesar de ello, le gustaba conversar e inventar palabras.

A la joven solo le quedaba asentir y tratar de adivinar qué estaba diciendo para corregirla.

Rossette terminó de comer, tomó algo de leche en una botella y fue acostada por su madre, quien esperó paciente a qué la pequeña se durmiera del todo antes de dejarla con su nana y salir.

–Ollsen, ¿sabes dónde fue hoy el Giebe?

–Me parece que salió de cacería, milady. Comió temprano y luego se llevó a Ebinarr, si mal no recuerdo.

Leueradi tuvo que respirar despacio para que el noble color de Geduldh no escalara hasta sus pómulos, poniendo una sonrisa noble y agradeciendo a su asistente principal antes de dejar instrucciones y salir a su jardín.

Su asistente de confianza le entregó su díptico junto con una taza de té humeante, un par de galletas y una mirada reprobatoria.

–Milady debería permanecer en el jardín. Correr al bosque con su díptico solo puede atraer ordonanz mal intencionados.

–No estarían muy lejos de la realidad, Simona, además, Rossette se parece más a su padre que a mí, por fortuna.

–¡Pero, milady…!

–¿Podrías organizar la cena de esta noche? Algo que vaya bien con aves o cerdos salvajes. No estoy del todo segura de que habrán cazado esos dos.

–... si, milady.

Simona entró en la finca y Leueradi tomó su té con cuidado para calmarse, vaciando la mitad de su taza antes de colocar las galletas en un pañuelo para meterlo entre sus ropas, levantándose tan casual cómo pudo y encaminarse a una zona del bosque reservada solo para su familia.

Apenas llegó, cubrió su cabello y su rostro para internarse y buscar con los pies en punta, el corazón tratando de escapar de su pecho y un sonrojo provocándole calor en las mejillas y los pómulos. La vizcondesa se abrazó con fuerza su díptico y se detuvo cada tanto para tragar saliva.

Podía sentir el maná de Wilfried con claridad y el de Ebinarr a duras penas, no muy lejos además del maná de varios de los nobles trabajando en la finca y algunos otros nobles dispersos por la zona cercana que era pública.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora