SS Justus: La Extraña Tarea de un Sirviente

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Su vida en Alexandria había sido más que gratificantes en todos los sentidos. Justus había llevado y traído todo tipo de información a sus dos señores, había aprendido tantas cosas diferentes y había viajado por tantos lugares nuevos, que aquellos cuatro años habían sido en extremo divertidos.

Con su mundo ampliado, incluso su círculo de conocidos y de camaradas había crecido demasiado.

Había hecho buenas migas con su compañera de trabajo cómo asistente, Lieseleta y había hecho lo posible por acercarse más a su otra compañera asistente, Grettia, a quien además encontraba atrayente y adorable.

Por supuesto, la joven un año mayor que Aub Rozemyne no era la única mujer que le provocaba fuertes emociones. Cómo erudito, Justus tenía puerta abierta a los laboratorios de su señor. El hombre de cabellos grises nunca se había visto tan gratamente ocupado. Su tiempo libre lo pasaba en esos mismos laboratorios uniéndose a proyectos de investigación que llamaban su atención o bien realizando sus propias locas investigaciones para descubrir los misterios ocultos de cuánto material nuevo encontraba ahí donde iba. El hombre era adicto a la información, de eso no cabía duda.

Era en esos mismos laboratorios donde, entre la cantidad de eruditos que habían sido atraídos por los tres complejos erigidos junto al palacio, había una que destacaba demasiado para Justus.

La mujer tenía alrededor de 30 años, tenía un porte elegante, su cabello verde iba siempre amarrado en trenzas y chongos sencillos que le daban un aire de madurez exquisito, sin hablar de sus hermosos ojos color miel, cuya fría mirada parecía llamarle la atención desde atrás de un fino monóculo gris, similar al de la profesora Hilschur en la Soberanía. Según el erudito tenía entendido, ambas era primas en tercer grado, de modo que no era de extrañar que mientras una había nacido en Erenfhest, la otra había nacido en Arsenbach. Lo más destacable en cuanto a su parecido yacía en el hecho de que ambas se habían mudado a la Soberanía luego de rechazar pretendiente tras pretendiente y a ambas se les había ofrecido un puesto como docente... a diferencia de Hilschur, la otra mujer era hija única, sus padres, tíos y primos habían fallecido de repente durante la caída de Lady Georgine, dejándola a ella cómo única heredera de las pequeñas fortunas de la familia, que juntas formaban una suma considerable... ¿Quién sacrificaría entonces su tiempo de investigación sin necesidad de fondos?

Que la mujer volviera a su tierra natal se había debido a Aub Ferdinand y la profesora Hilschur. La segunda le había escrito sobre los inventos de su antiguo protegido, la había puesto sobre aviso acerca de la creación de los laboratorios y en cierto modo, la había vendido a los Aubs de Alexandria como una erudita particularmente ejemplar en cuanto a la reproducción de herramientas mágicas.

–¡Lady Margareth! ¿Ha decidido unirse al resto de las flores exóticas del invernadero?

–Lord Justus, deje de jugar en el laboratorio. Le recuerdo que la reglamentación de Alexandrian exige que utilice la ropa adecuada, póngase una bata y lentes de seguridad, por favor.

Lady Margareth era un misterio de mirada gélida, maneras refinadas y un estricto autocontrol que la hacía parecer poco apta para formar una familia.

–Agradezco su preocupación, Lady Margareth –era el primer mes que habían convivido juntos cuando Justus descubrió cuán ceñida estaba ella a las reglas. A todo tipo de reglas–. ¿En qué trabajaremos hoy?

–Aub Rozemyne ha encargado que verifiquemos unas frutas nativas de Dunkelferger. Estamos estudiando está de aquí.

La voz moderada y un poco más grave de lo normal en una mujer sonaba monótona, carente de emoción alguna... pero solo al principio de una investigación.

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