De Vuelta

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–¡¿Es que no tienen vergüenza ustedes dos?! –preguntó Cornelius rojo de ira sin dejar de gritar en cuanto Rozemyne y Ferdinand bajaron del círculo de transportación, luego de pasar dos semanas en la Academia Real. La conferencia de Archiduques al fin había terminado y esto era lo último que Aub Alexandria esperaba recibir al llegar.

–¡Cornelius! –regañó Leonore a su marido saliendo detrás–, este no es el lugar adecuado.

Rozemyne miró mal a su hermano justo antes de notar que Letizia los observaba de unos a otros, su cara intentaba esconder la confusión y el susto que había pasado mientras intentaba dar un recibimiento adecuado a sus padres.

–Letizia, querida –dijo Rozemyne saltándose los saludos nobles y bajando del círculo seguida de cerca de Ferdinand, a quien no había soltado, jalándolo consigo a saludar a la chica rubia de primer grado que habían adoptado el día de su ceremonia de anudación de estrellas–, ¿cómo te fue estando aqui sola?

La niña los observó a ambos un momento, luego a Cornelius, Leonore, Harmut y Clarissa en tanto del círculo de transferencia aparecían Eckhart, Angélica y Sergius

–He estado bien, madre, agradezco su preocupación. ¿Cómo han ido las cosas para ustedes durante la conferencia?

–Ha ido bien también –un vistazo a la cara agria de su hermano Cornelius la hizo darse cuenta de que no podía utilizar a Letizia como escudo, de hecho, tendrían que apresurarse a solucionar lo que tenía tan molesto a su hermano lo antes posible–, lamentablemente, creo que aún tenemos algunos asuntos urgentes que atender, ¿qué te parece si te tomas un poco de tiempo libre antes de continuar con tus deberes, eh?, podremos conversar con calma cuando sea hora de la comida.

–Entiendo, madre, estaré esperando con ansias para conversar con usted y con padre.

Letizia hizo una ligera reverencia con la cabeza antes de dar vuelta y retirarse, seguida de su séquito, los cuales cruzaron sus brazos frente al pecho hacía ella y Ferdinand antes de seguir a la pequeña archiduquesa a la cual servían.

–Vayamos al despacho –indicó Ferdinand con calma y su habitual rostro estóico mirando fijamente a Harmut–, avisa a los otros conforme lleguen.

–¡Si, Lord Ferdinand!

Apenas comenzar a caminar, Rozemyne notó las miradas reprobatorias que su hermano les mandaba con el seño todavía fruncido y la mandíbula tensa. ¿De qué estaba tan molesto? Un pequeño apretón en su mano le recordó que ella y Ferdinand no se habían soltado aun.

Pensándolo bien, luego de dos semanas de mantener sus manos unidas cada vez que se encontraban en la misma habitación se les había vuelto un hábito. Si, originalmente habían armado "un escándalo" como le dijeron varias veces, para mantener alejado cualquier ofrecimiento de cónyuges y amantes por parte de los otros Aub, sin embargo, al menos para ella, la cercanía de Ferdinand y sentir su propia mano envuelta, con los dedos entrelazados en los de él era una sensación adictiva. De haber estado en Japón, se habría asegurado de caminar siempre con uno de los brazos de Ferdinand entre los suyos, posicionado de manera directa en medio de sus senos y si, se habría aprovechado de la diferencia de estatura para recargar su cabeza contra el hombro de Ferdinand con frecuencia... ahora en cambio, la situacion era totalmente diferente. Si aqui parecía demasiado descarado que sus manos siempre etuvieran en contacto, no quería ni imaginar lo que sucedería si ella realmente se aferrara a él de esa manera y le coqueteara de manera tan abierta.

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Apenas ingresar al despacho, Rozemyne comenzó a quejarse en voz baja por el súbito dolor en sus mejillas. A diferencia de la primer semana de recibir dicho tratamiento, esta vez lo aguantó con tan pocas quejas como le fue posible. Quejarse o alegar solo aumentaban la presión y el tiempo que Ferdinand dedicaba a castigarla por cualquier comentario que hubieran recibido de los demás, era obvio que con semejante recibimiento, sus pobres mejillas no iban a salvarse.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora