Fantasía

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Era pasada la segunda campanada y por alguna razón, se sentía más tranquilo de lo usual.

Recostado contra la cabecera de la cama de la Academía, Ferdinand sostenía algunos documentos en su mano izquierda, mientras su mano derecha, enredada en la cintura de su esposa, se entretenía en peinar los sedosos cabellos azul medianoche que colgaban sueltos sobre una suave blusa interior blanca de tirantes que Rozemyne usaba para dormir... a veces. Ella permanecía apoyada contra su pecho sin dejar de leer un grueso libro prestado de Drewanchel.

Ferdinand apoyó los documentos en sus piernas para poder quitar la página que estaba leyendo y seguir con la que venía debajo. Peticiones de comercio con algunos ofrecimientos para intercambiar mercancías con ducados menores y un par de reportes de plantas fey que no conocía eran lo que llevaba hasta el momento. No pudo evitar depositar un beso en la cabeza con aroma a alpfeisge en su hombro, sobresaltándose un poco al notar que el libro de su compañera se cerraba sin que ella hubiera terminado ni siquiera la primer cuarta parte del tomo.

–¿Pasa algo, todas mis diosas?

–No te preocupes, vuelvo en un momento.

La vio salir de entre las sábanas de la cama y la escuchó abrir la puerta que daba al cuarto de aseo. Bajó los documentos a un lado antes de tomar entre sus manos el grueso y pesado tomo que su esposa tenía en préstamo, observando la adornada portada antes de leer las primeras dos páginas.

Parecía que trataba sobre algunas leyendas de Drewanchel.

Ferdinand movió su dedo con cuidado hasta la página de la que sobresalía la cabeza de un shumil por entre las páginas y lo abrió con el único objetivo de tomar entre sus manos el curioso marcador de página que estaba utilizando su esposa. Se trataba de una tira de papel grueso y brillante con la ilustración de un shumil azul claro en la parte de arriba. La figura del animal estaba delicadamente recortada alrededor. Debajo podía leer una pequeña oración a Mestionora en una perfecta caligrafía adornada con pequeñas fluorituras aqui y alla. No era la letra de su esposa, aunque debía admitir que se veía bastante estética. La parte de atrás tenía algunos pétalos incrustados debajo de la silueta del shumil, cuya espalda estaba coloreada a detalle con maestría.

–¡Es hermoso, ¿no?!

Ferdinand devolvió aquel extraño artefacto a su lugar antes de cerrar de nuevo el libro y hacerle espacio a su compañera de lecho, sonriendo luego de ser besado en los labios, justo antes de envolverla en su brazo una vez más.

–Lo es, lo que no entiendo es tu excesiva emoción al ver marca página por primera vez ese.

La sintió tensarse y luego voltear. Tuvo que sonreírle, parecía un shumil asomado entre blancas y suaves telas de dormir.

–¡Solo mira como se ve en mi libro! –exclamó ella sin dejar de señalar la pequeña cabeza del shumil asomando entre las páginas–, ¡es la cosa más adorable y tierna del mundo! Cómo si un pequeño y lindo shumil viviera dentro de las páginas de mi libro y estuviera saludándome, ¡dándome la bienvenida de vuelta al libro!

Rozemyne hablaba con tal convicción, que no estaba seguro de si debía sentirse celoso por el diseño, que ahora le parecía ridículo, o pincharle las mejillas para que se controlara.

–¿Porqué dejamos de ingresar libros y papeles a nuestra habitación? –se quejó ella en lo que buscaba de nuevo la página y el párrafo en que se había quedado.

–Porque no dormíamos a nuestra hora... lo que es más, tú no sabes cuando detenerte.

–¡Oh, eso! –murmuró ella con algo de desilución, soltando un suspiro resignado–, es una pena, en verdad disfruto leer de esta forma.

Los Dioses del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora