Capítulo 4

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Conan

11 años de edad.

La sensación de sufrimiento, agonía, angustia, ansiedad; es lo que experimentando al tener que estar aquí presente, entre individuos que no conozco y que claro, no deseo conocer. Lo único que quiero es estar en mi habitación, en la seguridad que me brinda mi hogar. Estar expuesto a esto me está matando por dentro.

Mi padre considera que ya es tiempo de salir más de casa. Que los malos que me dañaron en el pasado ya no están; pero también que no puedo otorgarles el poder a las personas de volverme a lastimar, que debo ser valiente de nuevo y rodearme de niños de mi edad. No comprendo que tiene de malo seguir estudiando en casa, tengo maestros para mis asignaturas, no veo por qué debo regresar a una escuela.

No quiero ser valiente.

El personal de seguridad que nos acompaña, lo único que logra es incrementar la frecuencia cardiaca de mi corazón, lo que me provoca una sensación de nerviosismo hasta los huesos. Cuando observo a cualquier persona con un auricular en su oído, experimento una sensación de pánico, mi cuerpo se pone rígido, y mi mente viaja a donde intento no ir con frecuencia. Siento como si todo al mi alrededor se tornara en un caos.

De repente, me encuentro en un lugar oscuro, ya no lloro, las lágrimas se han ido, mi ropa está sucia, lo único que siento dentro de mí es miedo.

Quiero morir.

Comienzo a hiperventilar, sé que mi madre está frente a mí, pidiéndome que regrese, que todo está bien, sin embargo, yo ya la escucho a lo lejos. Siento cómo mis ojos están abiertos, tan abiertos que duelen, pero no puedo cerrarlos, si lo hago... regresaré al pasado. Desearía estar en casa, estoy a punto de balancear mi cuerpo de adelante hacia atrás. Eso me sucede cuando ya no puedo regresar tan rápido a la realidad, al aquí y el ahora.

—Azul —Escucho una vocecita pequeña.

Esa voz logra sacar mi cuerpo y mente de la situación en la que estaba, parpadeo demasiadas veces. Mi vista viaja hacia abajo para a la pequeña que está delante de mí, con una muñeca de trapo, se balancea sobre sus pies, me mira y se ríe.

—Azul —Repite.

La sigo observando sin entender. ¿Por qué me habla?, y ¿Por qué repite azul?.

Estoy muy confundido. Ella solo me sonríe, veo sus pequeños dientes, es una niña bonita, tiene unos ojos color miel, grandes, redondos, y muy expresivos.

—Lo siento, pero no entiendo pequeña. —le respondo.

Mi madre suelta un suspiro de alivio, cuando ve que le respondo a la niña. Giro mi rostro para verla y solo hay reflejo de miedo en su expresión. No es para menos, cada que me pasa esto termino hasta sedado, es difícil sacarme... pero lo que ocurre después es aún peor.

Me acuclillo para poder estar a la altura de la pequeña. Sus pequeños dedos se elevan y recorre cada facción de mi rostro, mi cuerpo se estremece ante la acción. Jamás alguien aparte de mi mamá me había tocado. Es extraño, pero siento un vuelco en mi corazón y como este se acelera.

¿Qué estoy sintiendo?

—Tus ojos son azul, como el cielo. —Me dice y pone sus manos a los costados de su cuerpo. —Son bonitos, me gusta el cielo y ¿a ti?

—Tú también tienes unos ojos muy bonitos —y es la verdad— ¿Cuántos años tienes pequeña?

Hace un ademán con sus deditos indicándome que tiene cuatro años. Es un poco más pequeña de cuando toda mi vida se convirtió en un tormento.

—¿Quieres jugar? —pregunta —Te puedo plestar mi muñeca, se llama Abi como mi hermana —me sonríe.

Siento cómo las comisuras de mi boca se alzan, y después de tantos años sonrió, una sonrisa sincera. Su dulce voz, sus palabras no bien pronunciadas, me hicieron sonreír.

Ella se ve con vida, con sueños, con esperanza, tiene todo por delante, deseo que sea así siempre, que la felicidad que brota por sus poros se conserve toda la eternidad.

Yo, por mi parte, lo único que veo es tormento y sufrimiento. No hay colores ni vida. No tengo nada en absoluto, solo un corazón fragmentado, cicatrices y sueños aterradores que nunca se irán.

Resulta refrescante ver alguien así, no es como mis primos, pasamos mucho tiempo juntos, pero la culpa siempre los embarga. Sé que no lo superaremos, pero odio ver pasar el tormento en sus ojos, fue mi decisión tratar de salvarlos, al final lo logré y eso es todo lo que siempre quise.

No quiero su compasión.

Por eso me la paso encerrado en mi casa, he estudiado en ella desde hace años, aunque he considerado la opinión de mi padre de regresar a la escuela, rodearme de más niños, aún no estoy cien por ciento seguro. Él cree que cada día que pasa me cierro más a las personas.

No se equivoca. No me considero capaz de dejar entrar alguien a mi mundo. Aunque... la niña sentada a mi lado, que me habla de su muñeca, ha logrado lo que nadie, calmarme, la miro a los ojos y solo veo calma. Ella podría entrar a mi vida.

No deja de hablar de lo maravillosa que es su maestra y de su hermana.

Estoy absorto, envuelto en su mundo, me platica todo y demasiado rápido para mi gusto, no he dejado de sonreír, mis mejillas se encuentran adoloridas.

—Deja al niño en paz Carolina.

«Carolina» Otra niña de más o menos mi edad, se sienta alado de la pequeña y esta le revuelve el cabello.

—No lo estoy molestando, es mi amigo, ¿veldad? —cuestiona la pequeña, asiento dándole una gran sonrisa.

—Ves —dice y procede a enseñarle su lengua.

La chica solo se ríe.

—Me llamo Abigaíl, soy hermana del monstruito. ¿Cómo te llamas?

—Soy Conan, mucho gusto Abigaíl.

—Tienes un nombre extraño. —dice frunciendo el ceño, luego lo suaviza y sonríe. —Es bonito.

—El tuyo también. ¿Cuántos años tienes? —pregunto.

—Nueve años, ¿y tú?

—Once años.

Su pequeña hermana la empuja, reclamando por qué está hablando tanto con su amigo, que se consiga el suyo.

Eso hace que todos en la mesa se rían, no había notado que todos estaban más atentos a nuestra interacción. Abigaíl y yo nos observamos, luego vemos a Carolina, nos echamos reír.

Fijo mi vista en ambas niñas y a sus padres, ahora me puedo dar cuenta que Abigaíl se parece mucho a su madre; tez morena, cabello y ojos color chocolate. En cambio, la pequeña a mi lado se parece más a su padre, su cabello rubio, solo que sus ojos no son verdes, sino de un bello color miel.

Observo a Carolina, me centro de nuevo en ella, sigue hablando de sus juguetes y de todas las personas que conoce. No puedo quitar mis ojos de ella, me tiene hechizado, no deja de hablar y solo me limito a asentir y observar a la niña de los ojos bonitos.

NO ME DEJESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora