Prólogo

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En los confines del próspero país de Hivernvent, durante una época marcada por la rigidez social y las estrictas jerarquías, se alzaba una sociedad donde la alta burguesía y, sobre todo, la nobleza reinaban con mano de hierro. Los títulos, el dinero y el poder eran quienes dictaban cada aspecto de la vida en aquellas tierras, durante la monarquía de los Millet.

En medio de esta realidad, los Duques de Lous, una antigua y respetada familia, se esforzaban por mantener intacto el esplendor y la reputación que les habían precedido durante generaciones. Conscientes de la importancia de su apellido, anhelaban con fervor que sus hijos les llenaran de orgullo a través de matrimonios convenientes que aseguraran el prestigio familiar.

Florence, la cuarta hija de los Lous, logró atraer la atención del Marqués de Erauxer, un hombre de distinción y prestigio. Tras un breve, pero apasionado cortejo de tan solo un par de meses, ambos contrajeron matrimonio en una ceremonia esplendorosa.

Como cualquier joven, Florence estaba llena de sueños y esperanzas, creyendo que finalmente había encontrado la ansiada felicidad al unirse en matrimonio con Alphonse, Marqués de Erauxer, ya que era joven, atractivo y encantador, además de tratarla con delicadeza, respeto y cariño, cautivándola día tras día.

Florence se sentía orgullosa de ser una esposa feliz, amada por un hombre que aparentemente había dejado atrás su reputación de mujeriego, poniendo fin a esos rumores.

Los primeros dos años de matrimonio fueron un verdadero sueño para la pareja, quienes encontraron en el otro, todo aquello que anhelaban. En sociedad, se mostraban como unos enamorados perfectos, centrados únicamente en su propia felicidad, en mantener la armonía en su palacio y en cuidar las tierras de Erauxer. Sin embargo, al llegar el tercer año de su unión, esta calma comenzó a desmoronarse, cuando Alphonse menciona con mayor frecuencia la ausencia de un hijo, a pesar del tiempo transcurrido.

La preocupación por la falta de descendencia comenzó a ensombrecer la relación de la pareja, generando tensiones y ansiedades que antes no habían experimentado. Alphonse, en su desesperación por perpetuar el linaje de los Erauxer y asegurar un heredero para sus riquezas y títulos, comenzó a presionar a Florence con mayor insistencia.

Pronto, la joven Marquesa vio desvanecerse su sonrisa habitual y el bello rosa de sus mejillas, siendo reemplazados por una profunda preocupación. Las miradas inquisitivas de la sociedad, los comentarios susurrados a sus espaldas y los constantes recordatorios de su deber como esposa comenzaron a pesar sobre sus hombros.

En Hivernvent, si una mujer era infértil, el esposo amparado por la ley, podía solicitar el divorcio para contraer nuevas nupcias, si así él lo deseaba. Este hecho, más que una simple separación, llevaba consigo un estigma que humillaba a la esposa, considerándola como un objeto defectuoso y mellando el nombre de su familia.

La ansiedad y el temor se apoderaron de Florence, consciente de las graves consecuencias que la esterilidad podía acarrear en su vida, bajo la constante presión de cumplir con su deber de proporcionar un heredero al linaje de su esposo.

La intimidad entre ellos se volvió forzada, desvaneciéndose la magia que una vez compartieron. En los ojos de Alphonse, solo se podía percibir el reproche, lo que sembraba dudas en Florence si es que su esposo aún la amaba. Todo culminó, cuando varios médicos coincidieron en un veredicto desgarrador: Florence era estéril.

La devastadora noticia cambió por completo la actitud de Alphonse hacia su esposa. Se sentía engañado por haber elegido a una mujer que no podía proporcionarle un heredero. A pesar de ello, Florence se esforzaba por mantener vivo el romance, tratando de preservar la imagen del hombre que amaba. Sin embargo, cada vez resultaba más difícil, ya que él se había vuelto frío, distante y sus palabras hirientes.

Cuando la Marquesa propuso la idea de adoptar a un niño, Alphonse rechazó la sugerencia de manera ofensiva, aumentando su indiferencia hacia Florence, quien luchaba por mantener viva la conexión que compartían.

A pesar de haber vivido como esposos durante cinco años, los cuidados y el amor de Florence pasaban desapercibidos para su esposo. La indiferencia llegó al punto de que dejaron de verse en su propio palacio, recurriendo a mensajes enviados a través del mayordomo, quien se convirtió en un mediador incómodo entre ellos.

Los días de calma y alegría que alguna vez disfrutaron, ahora eran solo un recuerdo lejano. Florence se sentía abandonada por su familia, quienes solo señalaban la vergüenza de su situación. Sufriendo la ausencia de amor y viendo sus ilusiones desmoronarse, comprendió que el afecto de su esposo solo fue efímero, solo existió mientras creyó que ella le sería útil para sus propósitos. Sus tiernos sentimientos se desvanecieron como el hielo que se desquebraja al finalizar el invierno. Ahora, solo le queda esperar un milagro, rezando para concebir un heredero que la libere de la desgracia que ha consumido su existencia.

Los Secretos de la MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora