A pesar de haber concedido a Arnaud la libertad de expresar su afecto, Florence tuvo que reconsiderar esta decisión después de dos días. Su amante demostró ser un hombre apasionado e insaciable, lo que dio como resultado caderas adoloridas y una sensación de ardores en su interior.
Conscientes de la necesidad de equilibrio, comenzaron a compartir momentos que no se centraban exclusivamente en la intimidad. Disfrutaban de la cercanía llena de ternura, dando paseos por el bosque y explorando la ciudad de Pingpe. Almorzaban a su antojo y se sumergían en las atracciones que el lugar tenía para ofrecer.
En un día de invierno, soleado, pero frío, los amantes visitaron las ruinas de un antiguo castillo. Inventaron historias de fantasmas para crear un ambiente tenebroso que les arrancaba risas. Sin embargo, el aire festivo se transformó en silencio cuando escucharon eructos y maldiciones. Sus ojos se encontraron y compartieron una mirada pícara antes de salir de entre las sombras de las paredes.
La pareja emergió entre las paredes de las ruinas con risas estridentes, sorprendiendo a un borracho tambaleante que se apoyaba en las piedras en busca de un sitio donde descansar.
—¡Ah! ¡Me lleva el diablo! —exclamó el hombre asustado, cayendo en sus posaderas al ver a la pareja correr hacia el exterior entre risas descontroladas.
Los amantes corrían con sus manos entrelazadas, como las de dos niños traviesos, riendo a carcajadas mientras ingresaban a otra sección olvidada del castillo abandonado, donde los árboles crecían en el interior.
—¡Eso fue realmente divertido, señor Arnaud! —exclamó Florence, recobrando el aliento entre risas.
—Ni que lo diga. Ese hombre se debe de haber orinado en sus pantalones.
Las risas llenaron el aire nuevamente, pero se detuvieron de manera abrupta cuando Florence hizo un comentario inesperado.
—Usted es muy divertido. Estoy segura de que sería un esposo espléndido, y su mujer nunca se aburriría.
El ambiente se volvió tenso de repente. Las risas dieron paso a un silencio incómodo, y ambos continuaron caminando, sintiendo un nudo en el estómago y una opresión en el pecho. Las palabras de Florence habían tocado un tema delicado, revelando la posibilidad de que Arnaud pudiera casarse con otra mujer que no fuera Florence.
A pesar del hermoso entorno y el día soleado, el paseo se volvió sombrío, con la incomodidad flotando en el aire y la sensación de que algo había cambiado entre ellos.
Florence se atormentaba, reprochándose por haber pronunciado esas palabras imprudentes. Lo que dijo, era una confesión que nunca debió salir de sus labios, porque en la estricta jerarquía social de la monarquía de Hivernvent, existían reglas inquebrantables que gobernaban las uniones en la nobleza.
Según estas reglas, los nobles solo podían casarse entre ellos, preservando sus estatus. Incluso, si un noble llegara a enamorarse de un plebeyo, la posibilidad de un matrimonio dependía de una serie de complejas consideraciones, donde la posición social y la riqueza monetaria, eran factores cruciales.
Solo si un noble decidía casarse con un plebeyo y cumplir con los requisitos establecidos, los reyes podían concederles el título de nobleza, elevando así el estatus del cónyuge plebeyo. Sin embargo, estas situaciones eran excepcionales y raramente se aprobaban. Por lo tanto, quedaba fuera de toda posibilidad que un plebeyo, como un sirviente, pudiera optar a un matrimonio con un noble.
Florence continuaba torturándose con la idea de que Arnaud pudiera pertenecerle a otra mujer, de que formara una familia y compartiera su vida con alguien más. Incapaz de contener sus emociones, instintivamente abrazó a Arnaud por la espalda mientras seguían caminando entre las ruinas, ocultando su rostro en su espalda.
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Los Secretos de la Marquesa
Roman d'amourFlorence, la joven marquesa de Erauxer, vive atrapada en un matrimonio lleno de sufrimiento y humillación debido a su condición de esterilidad. La incapacidad de concebir un heredero deseado por su esposo, la condena a un futuro deshonroso debido a...