Capítulo 42

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Con el paso de los meses en que Florence y Arnaud estaban en Zeezicht, no pudieron evitar que los rumores se propagaran a su alrededor. Su buen porte y elegancia en el habla, llevaban a la gente a especular sobre que, seguramente, provenían de la nobleza de Hivernvent. La historia que corría, decía que eran de familias rivales y habían escapado para vivir su amor en un lugar lejano, emulando una famosa historia romántica.

Aunque tales conjeturas estaban muy alejadas de la realidad, lo que sí era cierto, es que tenían un matrimonio amoroso y armonioso, con la emoción de esperar alegremente la llegada de su primer hijo. En ese momento, Florence estaba en su octavo mes de embarazo.

Ese día, habían decidido disfrutar de una comida cerca de la costa, en un restaurante que servía un delicioso pescado frito, el cual Florence adoraba y fue la base de sus antojos. Después, dieron un apacible paseo por la playa, como parte más de la comunidad de Zeezicht.

Ambos habían adoptado la costumbre de sonreír constantemente y saludar a todos con quienes cruzaba miradas, incluso si no los conocía.

Al regresar a casa, decidieron pasar por el mercado para comprar algunas ensaladas frescas, que disfrutaban con limón y sal, y también pequeños peces sin espinas que Marlene preparaba en una omelette. Al llegar con las compras, Florence se sentó en el sofá, sintiendo molestias que habían ido en aumento a lo largo del día.

—Mi amada, ¿qué tienes? ¿Estás cansada? —pregunta Arnaud con evidente preocupación, después de haber dejado las compras con Marlene en la cocina.

—Solo son molestias, querido. Sabes que este pequeño tiene sus propias ideas sobre comodidad —responde Florence, acariciando con ternura su prominente abdomen.

—Deberías descansar. Ven, vamos al dormitorio.

Arnaud, con su usual delicadeza, ayuda a Florence a levantarse. Sin embargo, ella siente la necesidad de ir al baño. Siguiendo las recomendaciones de la partera, Florence siempre usaba una bacinica para verificar cualquier cambio en los líquidos que pudieran salir. Ese día, algo inusual la alerta, al aparecer una baba mucosa y sanguinolenta que se mantenía adherida al fondo de la bacinica.

Cuando Florence informa esto a Arnaud, él se apresura para dirigirse a la consulta de los Martinson. Al llegar, es recibido por la secretaria, quien le informa que el matrimonio está atendiendo a otra familia en ese momento, pero que les avisará para que acudan a su domicilio tan pronto como regresen.

La ansiedad de Arnaud lo hace volver rápidamente junto a su esposa para acompañarla, mientras esperan la llegada del equipo médico.

Ambos se encontraban recostados en la cama, tomados de la mano. Arnaud acariciaba suavemente el cabello de Florence, mientras ella continuaba sintiendo molestias que cada vez se volvían más intensas.

—Creo que ya viene —dice Florence, notando contracciones que se hacían cada vez más frecuentes y dolorosas.

—Aún es pronto para el parto. Además, la última vez pensaste lo mismo, y resultó que solo eran gases —sonríe Arnaud, inclinándose para besar su frente con cariño, tratando de relajarla.

—Estoy segura de que esto no es un dolor de barriga normal. Tengo miedo —murmura Florence, sintiendo una nueva contracción que la hace apretar los ojos.

Arnaud comprende que está sufriendo, pero se esfuerza por mantenerla distraída hasta que llegue el equipo médico.

—¿Has pensado en un nombre para nuestro hijo? —pregunta Arnaud.

—Albert, si es un niño —responde Florence, relajándose un poco después de que el dolor de la contracción disminuye.

—Es un nombre distinguido, me gusta. ¿Y si es niña?

—Dejo esa elección en tus manos. ¿Qué nombre te gustaría?

—Siempre he encontrado bonito "Emilie".

—Es un nombre encantador.

Otra contracción hace que Florence cierre los ojos con fuerza. En ese momento, escuchan un golpe en la puerta principal.

Marlene, al abrir la puerta, respira aliviada al ver al médico y a la partera. Les indica con urgencia que suban las escaleras para dirigirse a la habitación de sus señores.

Arnaud se aproxima rápidamente a ellos, describiendo en detalle los síntomas de su esposa y la frecuencia de las contracciones.

Inmediatamente la partera levanta las sábanas para revisar a su paciente, mientras que el doctor Martinson extrae sus instrumentos del maletín, para escuchar los sonidos fetales por medio de una gran campana que afirma en el vientre de Florence.

—Se ha adelantado. Está por dar a luz —informa la partera, mientras acomodaba las piernas de Florence y levantaba el camisón.

Rápidamente, Arnaud sale para pedirle a Josephine, quien estaba alerta en la puerta, sábanas, mantas y agua caliente, consciente de los requerimientos necesarios para el parto, regresando nuevamente para informar.

—Iré a la cocina para traer las jarras con agua —anuncia Arnaud.

—No. Por favor, no me dejes... —dice Florence, estirando un brazo, mientras las lágrimas empiezan a correr por su rostro.

—Puede quedarse y acompañarla, señor Francois —responde el doctor Martinson.

Arnaud regresa al lado de su esposa y toma su mano, que es presionada con fuerza. Puede ver el miedo en sus ojos y siente la necesidad de estar a su lado, comprendiendo la ansiedad que ella experimentaba.

Por lo general, los hombres eran retirados de la habitación durante el parto, debido a los nervios que podían interrumpir el proceso, pero Arnaud se mantiene tranquilo y ayuda a calmar a su esposa, lo que facilita el trabajo de la partera.

Después de 30 minutos sin complicaciones y un parto tranquilo, finalmente nace el fruto de sus secretos encuentros nocturnos, que dio paso a un tierno amor.

—Venga, señor Francois, venga a ver a su pequeña —dice la partera mientras corta el cordón umbilical y limpia al recién nacido con agua caliente, que llora vigorosamente mientras tiembla.

—Es una niña... es una niña, Florence —dice eufórico Arnaud, sin apartar la vista de su hija.

Florence ríe emocionada, olvidando los dolores y agradeciendo a Dios por todas las bendiciones recibidas. Luego de envolverla en paños, Arnaud recibe con delicadeza a su pequeña y la lleva de inmediato a su esposa para que la vea.

Los padres estaban emocionados hasta el punto de las lágrimas, creando de inmediato un fuerte apego con su hija. Cuando Emilie escuchó la voz de su madre al saludarla, calmó su llanto y levantó las cejas, abriendo los ojos con sorpresa al ver su nuevo mundo.

Luego de acomodar a la madre y verificar que todo estaba bien, colocaron a la niña en el pecho de Florence para que recibiera su primer alimento.

Al retirarse los Martinson, los padres continuaron abrazados, observando cómo dormía Emilie, pero fueron interrumpidos por un suave golpe en la puerta, apareciendo Josephine.

—¿Qué ocurre? —preguntó Arnaud al ver a la muchacha aparecer por la puerta.

—Señores, algunos vecinos están abajo, han traído regalos para la bebé.

Ambos se miraron sorprendidos, ya que solo había pasado una hora desde el nacimiento de Emilie, y ya todos lo sabían.

Arnaud decidió bajar para recibir los obsequios y agradecer.

Cuando una familia en Rivendere recibía la llegada de un nuevo hijo, se tenía por costumbre colocar algún adorno o guirnalda en la puerta del hogar, señalando la alegría de la familia. Marlene había colocado un arreglo con sábanas blancas, cuando escuchó el llanto del bebé en la habitación.

Nuevamente, los amigos que habían hecho en Zeezicht estaban ahí para felicitarlos, deseándoles salud y prosperidad al nuevo integrante de los Francois, y esperando a que la madre se recuperara para conocer a la pequeña Emilie.

Los Secretos de la MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora