Capítulo 26

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Al despertar por la mañana, Florence se sintió llena de satisfacción y alegría. Había conseguido todo lo que deseaba. Era una mujer libre, hermosa y con una gran fortuna, sin estar sometida a las presiones de un esposo controlador. Además, había compartido un momento íntimo con el hombre que realmente deseaba, lo que le demostró que podía lograr todo lo que se propusiera.

Se levantó de la cama con una sonrisa en el rostro, sintiéndose empoderada y segura de sí misma. Florence se miró al espejo y se sintió orgullosa de la mujer que veía reflejada allí, tarareando alegres melodías, mientras Monique peinaba su cabello.

—Hoy está de muy buen humor mi señora —comenta Monique con una sonrisa.

—Es una bella mañana, eso levanta el ánimo de cualquiera. —contesta Florence, tomando un poco de carmesí de su paleta de maquillaje, y aplicando un poco en sus mejillas y esparciéndolo sobre sus labios.

Durante el día, Florence esperaba ansiosamente volver a ver a Arnaud. Cada momento transcurrido se sentía eterno, y su mente estaba llena de recuerdos de la noche anterior. Se encontraba inquieta y expectante, preguntándose si él también pensaría en aquel encuentro tanto como ella.

Cada hora parecía arrastrarse lentamente, mientras Florence trataba de ocupar su mente con diversas actividades. Pero su corazón estaba puesto en ese próximo encuentro, y no podía evitar perderse en pensamientos y fantasías sobre cómo sería volver a estar entre los brazos de Arnaud.

Ya era la tarde, pero Florence no había tenido oportunidad de ver al mayordomo. Había buscado la ocasión perfecta durante todo el día, paseando por el palacio con la esperanza de encontrarse con él de manera casual. Incluso, decidió detenerse en las cocinas, donde las cocineras le enseñaron a hornear deliciosas galletas de canela. Pero a pesar del tiempo que pasó allí, no tuvo la suerte de cruzarse con Arnaud.

La impaciencia y el deseo de verlo se volvieron más poderosos que su vergüenza, así que finalmente decidió tomar la iniciativa. Se dirigió a su salón personal y lo mandó a llamar.

—¿Me ha llamado, mi señora? —pregunta Arnaud al ingresar en la habitación, luego de un par de minutos de ser llamado.

—Sí, Arnaud. Quería verle —responde Florence, intentando ocultar su emoción.

—¿En qué puedo servirle, mi señora? —pregunta el mayordomo, con la cortesía y seriedad que siempre le caracterizaba.

—Juegue conmigo una partida de ajedrez —invita Florence.

Arnaud se aproxima al tablero con una sonrisa, tomando asiento en la silla que habitualmente usaba en esa sala.

A medida que el juego se desarrollaba, Florence no podía quitarle los ojos de encima, viendo cómo él tenía las mejillas sonrojadas y una mirada tímida que le dificultaba levantar.

—Creo que me está evitando, señor Arnaud —comenta Florence con ligera picardía en sus palabras.

—No, mi señora, ¿Por qué lo dice? —pregunta sorprendido el mayordomo.

—Porque no ha pronunciado palabra, y siento que evita mirarme. Dígame la verdad, ¿Es por lo de anoche?.

—Ah, mi señora —logra decir Arnaud, ruborizándose por ser descubierto.

Florence lanza una pequeña risita, ya que le encantaba ver a aquel hombre que siempre era tan firme, avergonzarse de manera tan tierna, creando un buen momento para jugar de manera coqueta con él.

—Si aquello le incomoda, puede decírmelo, ya que deseaba llamarlo esta noche. Pero si le molesta, lo comprenderé.

—No me molesta —dice apresuradamente Arnaud.

Los Secretos de la MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora