Capítulo 45

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Después de un control de salud exhaustivo a cargo de Adeline y de verificar la correcta lactancia, la partera dio instrucciones precisas y comunicó al resto del personal sobre las leches que debían proporcionar para alimentar a la hija adoptiva de la marquesa, manteniendo así la ilusión de que Emilie tenía una nodriza.

Tras una agradable siesta en la tarde entre madre e hija, el palacio de Erauxer volvió a su rutina habitual, aunque ahora la marquesa paseaba por los pasillos con su pequeña hija, mostrándole su nuevo hogar, bajo la mirada curiosa de los sirvientes. En los pasillos se creó un susurro constante de interrogantes: «¿Por qué la marquesa había decidido adoptar a una niña?» «¿Por qué había regresado sin compañía médica?» Pero lo que alimentaba aún más los rumores era el evidente parecido de la pequeña Emilie con el mayordomo, lo que dio lugar a una cascada de chismes que se propagaban a toda velocidad y parecían imposibles de detener.

A la mañana siguiente, Florence decidió poner su plan en marcha, pero antes llamó a su tía Justine para saludarla y recibir su apoyo en todo lo que se avecinaba. Justine quedó encantada al ver a la pequeña Emilie y se sintió orgullosa de su sobrina por su valentía al dar a luz en un país extranjero y regresar para enfrentar la vida nuevamente.

Las dos mujeres disfrutaban de un desayuno en la terraza, con vista a los hermosos jardines del palacio de Erauxer, donde las primeras flores de la primavera comenzaban a florecer. La pequeña Emilie dormía tranquilamente en una cuna colocada cerca de la mesa.

Florence compartió con su tía los detalles de sus días en Rivendere y los planes que tenía para el marquesado, lo que hizo que Justine soltara un grito de asombro.

— ¡¿VENDERÁS ERAUXER?! —exclama Justine, escupiendo el té que estaba bebiendo.

El grito asusta a Emilie, haciéndola llorar, y Florence la levanta rápidamente para calmarla.

—Tía, por favor, un poco de compostura delante de tu nieta —reprende Florence, mientras acuna a Emilie con ternura. —Mi amor, esa mujer malhumorada que está aquí, es tu abuela.

Justine se acerca y toma la mano de la pequeña Emilie, que estira los labios y saca delicadamente la lengua, como si diera pequeños besos.

—¡Ah! Pero esta criatura es una ternura. Además, tiene unos hermosos ojos azules, seguramente son del padre. —Justine mira a su sobrina con interrogantes. —¿Te dignarás a decirme quién es el padre de tu hija?

—Tía, no vamos a hablar de eso ahora. —comenta Florence tratando de cambiar de tema, entregándole a Emilie para que pueda cargarla. —¿Me ayudarás con los detalles de la subasta?

—No te recomiendo que vendas todo. Podrías empezar por vender algunas tierras, pero vender todo el marquesado, es como repudiar tu título nobiliario.

—Pero es cierto, lo repudio. Ha sido una carga en mi vida, al menos ahora tendrá un propósito.

—Tendrás problemas con la corona, sabes que los Millet no perdonan las ofensas. Alejarte de la corte se considera una falta grave.

—No obstante, no venderé todo. Las tierras de la parte de Salers te las cederé a ti. —respondió Florence con cariño.

—No actúes de manera impulsiva. Todo esto causará un gran revuelo cuando la noticia se conozca, y todos querrán saber qué escondes detrás de esta drástica decisión. —advierte Justine.

—Ya lo sé, y estoy dispuesta a afrontarlo, así que ¿cuento contigo? —Florence mira a su tía con expectación.

—Claro que puedes contar conmigo. Sabes que no te dejaré, y menos a esta dulce pequeña.

Justine besa las mejillas de Emilie con ternura, disfrutando de ese pequeño momento de paz, sabiendo que todo será caos una vez que su sobrina anuncie las subastas.

El mayordomo se acerca a la mesa donde estaban las damas, trayendo varias cartas que habían llegado esa mañana. Hace una inclinación de cabeza al estar de pie al lado de la mesa.

—Mi señora, han llegado estas invitaciones de algunos nobles que desean saludarla por su regreso. —dice Arnaud con elegancia, entregando las cartas.

—Gracias, señor Arnaud. —responde Florence amablemente.

—¿Desean las señoras algo más? ¿Un aperitivo, quizás? —pregunta el mayordomo, mirando a la duquesa, que sostenía a Emilie, para poder ver a su hija un poco más antes de marcharse nuevamente.

—No, gracias. —responde Justine.

Arnaud hace una inclinación de cabeza y se retira, desapareciendo por los pasillos del palacio.

— ¡¿ES EL MAYORDOMO?! —Lanza un grito Justine, asustando a Emilie.

—Calla, tía, ¿qué te pasa? —reprende Florence, tomando nuevamente en sus brazos a su hija para calmarla.

—Él es el padre de la niña, no lo niegues —afirma Justine.

—Claro que no, eso es ridículo. —se defiende Florence, mirando a su pequeña hija que sostiene uno de sus dedos y lo lleva a su boca. Finalmente, admite la verdad. —¿Es tan evidente?

—¿Cómo no va a serlo? Esta niña es idéntica a él. —Suspira y cae en el respaldo de la silla. —Tendrás que mantenerlos alejados, o esto creará especulaciones sobre su relación.

—Ay, tía, ya lo sé. No esperábamos que nuestra hija se pareciera tanto a su padre. Cuando más quería ocultar este secreto, el rostro de Emilie nos ha delatado. —comenta Florence afligida.

—Pero Florence, ¿por qué con tu criado? ¿Te sentías tan sola que necesitaste buscar refugio en tu subordinado?

—No, tía, yo lo amo. —dice Florence con lágrimas en los ojos.

—Ay, mi niña bonita, no llores. —Justine le acaricia el hombro cuando su sobrina comienza a llorar.

—Al principio, todo comenzó como un juego. Le propuse que fuera mi amante y teníamos encuentros secretos, pero en el fondo, yo lo deseaba. Él me hace sentir feliz y que existe un propósito en esta vida. No me arrepiento de nada, porque soy afortunada. —responde Florence con una sonrisa esperanzadora, mientras secaba sus lágrimas.

—Por eso es tu determinación de vender todo y marcharte. Ya lo puedo comprender.

—Tía, Arnaud es mi esposo. Nos casamos en Rivendere, y Emilie ha nacido en una familia constituida. Es por eso que nos marchamos, para proteger a Emilie y, sobre todo, a Arnaud, ya que está en peligro mientras yo sea una noble.

—Lo comprendo. Pero debiste decírmelo antes.

—Eres muy gritona, tía. Solo ruego a Dios que nadie te haya escuchado. —Ríe Florence al ver la expresión de Justine.

Ambas comienzan a reírse de la situación y hacen bromas, lo que incomoda a Emilie, que muestra su descontento al no poder dormir debido a las sonoras carcajadas.

Durante la tarde, Florence se reunió con los bancos donde mantenía su dinero, además de su contador y varios asesores, anunciando la subasta de Erauxer, casi su totalidad.

Los Secretos de la MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora