Capítulo 7

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La marquesa luchaba contra la agresiva neumonía que le aquejaba. Durante dos días, su cuerpo ardía en fiebre sin dar señales de mejora.

Su estado era desolador, pues, apenas podía ingerir líquidos con una cuchara, y mucho menos alimentarse. Su respiración era agitada y forzada, y sus labios adquirían un tono azulado que evidenciaba la falta de oxígeno en sus pulmones. Para aliviar su dificultad respiratoria, aquellos que la cuidaban le realizaban nebulizaciones con vapor de agua y hierbas medicinales.

Al tercer día, la fiebre parecía estar más controlada y la marquesa recobró la conciencia, pero su mejoría era ilusoria. El médico de los Erauxer no albergaba esperanzas de que Florence sobreviviera, a pesar de los tratamientos y cuidados intensivos que se le brindaban.

La noticia de que la marquesa se encontraba en sus últimos momentos de vida, sumió en un profundo pesar a todos los sirvientes de los Erauxer. Se establecieron vigilias fuera de su habitación, implorando a Dios que obrara un milagro en su favor.

El marqués, en todos esos días en los que Florence luchaba por su vida, no se presentó para acompañarla, por el contrario, visitaba a su amante y permanecía la mayor parte del tiempo fuera de palacio.

El mayordomo tocó discretamente la puerta del despacho del marqués en una tarde en la que Alphonse se encontraba en el palacio, ocupado con asuntos financieros.

-Arnaud, ¿qué noticias me traes? -preguntó Alphonse emocionado, invitándolo a pasar.

-Solo quiero informarle sobre la condición de salud de su esposa. Ella sigue empeorando y no se pronostican mejorías -respondió Arnaud con pesar.

-Ya veo. ¿Crees que pueda fallecer esta noche?

-No lo sé. Es posible.

-Cuando eso ocurra, envía a alguien para que me lo notifique. Estaré en la casa azul -comentó Alphonse con poco interés, volviendo su atención a los papeles que tenía en el escritorio.

El mayordomo estaba atónito ante la falta de empatía que mostraba el marqués.

-Pero, mi señor, ¿saldrá de nuevo esta noche?

-¿Por qué me quedaría aquí? El ambiente se ha vuelto deprimente.

-Si esa es su voluntad, está bien. Pero, al menos, podría visitar a su esposa para brindarle apoyo y compartir sus últimos momentos juntos.

-Pero qué tontería estás diciendo, Arnaud. Por supuesto que no -respondió Alphonse con tono burlón. -No quiero estar con ella, y mucho menos verla en ese estado. Prefiero quedarme con el recuerdo de una mujer hermosa.

-Señor, ella es su esposa, y es su responsabilidad acompañarla -respondió Arnaud con una actitud molesta que intentaba ocultar.

-Aun así, ya no será mi responsabilidad. Que esto ocurra ahora, fue como un regalo del cielo -dijo el marqués sonriente.

-¿A qué se refiere?

-Estaba a punto de divorciarme, pero ahora mi esposa está moribunda. Es mejor ser un viudo que un divorciado. Así, ya no tendré que preocuparme por la manutención y otras obligaciones, ¿no te parece?

Arnaud quedó estupefacto ante aquel cruel comentario.

-Mi señor, siempre lo he tenido en alta estima. Lo respeto y admiro, pero sus comentarios y su frialdad no me enorgullecen de la persona que es.

El mayordomo hizo una ligera reverencia, lanzó una mirada fría al marqués, quien lo observaba sorprendido, y se retiró del despacho.

A pesar de las palabras de Arnaud, esto no hizo cambiar de parecer a Alphonse, que al cabo de una hora, vuelve a marcharse del palacio.

Los Secretos de la MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora