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Los muertos vivientes

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Los muertos vivientes.

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Las gotas de llovizna caían en mi rostro. Tres grupos yacían divididos en el mismo punto cardinal, alerta. Intentaba de ser cuerda, pero la amarga sensación del llanto de mi hija menor me acechaba de una manera muy perturbadora. Miedo, paranoia. Era eso lo que estaba sintiendo de una manera bastante abrumadora. Mi cabello estaba completamente suelto, mi ropa oscura y chaqueta de cuero me hacía sentir calurosa, pero no dejaba de sujetar mi mochila con armas y municiones. He estado en esta situación antes, pero no así, no de esta manera tan turbia y macabra. Sostenía mi pesada arma, mirando hacia puntos ajenos del bosque. Las hojas caían y se oía la ventolera, manteniéndome tensa. Jamás había tenido tanto en mi interior, ni siquiera el vacío intermitente que sentí en estos últimos seis años cuando creí perder a personas importantes para mi. Este sentimiento, está irá y miedo en mi interior, se acumulaba. Es como si quisiera devorar algo, un león buscando su presa, pero fui yo la que fue devorada.

Camine varios pasos adelante, puse unas hojas secas. Esperábamos la unión de personas con las que antes habíamos contado en situaciones tan tensas cómo está. Desesperaba, lo único que tenía en mi mente era una morbosa imagen de mi arma apuntando hacia la frente de Sarah. Era así como funcionaba esta mierda. Nadie era bueno, no en este mundo. A este punto ya lo sabía, no debía temerle a los caminantes, si no a las personas que vivían entre los muertos vivientes. Sentí que perdía el balance, no había comido y estaba exhausta. Me sentía humillada, mi rostro en césped y Sarah apuntándome mientras me susurraba al oído lo que podía hacer con mi vida, una miseria como la suya. Fui a retener mi peso de aquel tronco del árbol, pero perdí el balance e iba caer. Me sujete del brazo que me sostuvo, levante la mirada encontrándome con aquel parche y cabello castaño ondulado. La mirada azulada de Carl interfirió con la mía como un alfiler, se veía en su rostro la impotencia.

—Siéntate, desde la mañana no te has detenido.—me pidió, los demás rodeaban el perímetro.—Solo, siéntate.—recito, de manera sutil.

—No perderé ni un minuto. ¿Qué podría estar pasándole a mis hijos en ese minuto?—cuestione, en un tono bajo y con rabia.

—Son mis hijos también.—afirmó, sujetándome de los dos brazos para retenerme frente a él.—Eliana también lo es.—artículo, fríamente.

—Carl, ya hemos hablado de eso.—dije, mirando al otro extremo derecho donde Ethan se mantenía cabizbajo y aislado de todos.

—Se que es suya.—dijo fríamente, separándose de mi, maldije por lo bajo ante ese maldito triángulo amoroso que nos ataba.

—Carl.—levante mi mirada, observando a mi padre llamas a Carl con prudencia, otra mirada fría se cruzaba por aquí.

Carl se distanció de mi, dirigiéndose hacia el hombre que alguna vez intentó retar y desafiar. Lo único que había era una línea de respeto entre ellos que apenas comenzaba. Me giré para mirar detenidamente cómo Ethan se inclinaba en el suelo, con pereza me acerqué, pero lo dudé. Cuando lo conocí, lo menos que quería era cruzar una línea firme con él, pero cuando sentí esas mariposas renacer en mi interior, no quería tener que verlo irse lejos de mi, ahora, no parecía haber nada. Solté mi arma y me incliné en el suelo aún lado de él. Sentí su mirada verme de reojo, sentía su tristeza y lo entendía, más que nadie, yo podía entender su dolor y sentir en este oscuro duelo. Deslicé mi mano hasta la suya, apretándola con fuerza para así girarme y ver su mirada, la misma que aún me seguía a todos lados, esclareciéndose ese amor que me tenía tan claro como el agua. Ethan sostuvo mi mano y dejó caer toda su tristeza en esa acción. Me preguntaba... ¿había elegido a Carl por costumbre o por amor?

𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐨𝐦𝐨𝐬── 𝐀𝐥𝐢𝐚𝐧𝐚 𝐆𝐫𝐢𝐦𝐞𝐬 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora