Los días posteriores John estuvo muy enfermo en cama. Tal vez por un resfriado a causa del frío que vivió o por una infección en su herida. No sé sabía con certeza la causa, pero aquel día se encontraba algo mejor y estaba dispuesto a hablar con él general.
Alexander peinó su cabello con delicadeza, tal y como el mismo Laurens lo solía hacer. Lo trenzó y le ayudó a ponerse el uniforme. Después de aquello, le ayudó a levantarse con algo de dificultad y se sentó en la silla del escritorio frente a un espejo y una palangana dispuesto a afeitarse.
—¿Puedes, Jack?— Dijo el pelirrojo viendo las manos algo temblorosas del mayor. —Déjame que te ayude.
Laurens detestaba no ser independiente, pero no necesitaba otra herida en su rostro en aquel momento. Estaban realmente preocupados con la que ya tenía, que era profunda y al gesticular lo más mínimo volvía a abrirse y no se detenía el sangrado. Hubiesen llamado a un doctor para que le diesen puntos si la tormenta hubiera cesado. Sin embargo, era imposible tan solo salir del lugar. El invierno había atacado e incluso las cartas que debían ser enviadas empezaban a amontonarse.
—Así estás perfecto— dijo dándole un pico en los labios. El primero en mucho tiempo. John sonrió y buscó de nuevo los labios del pelirrojo que se lo negó. —No seas bruto, no quiero que te hagas daño— con una pequeña sonrisa lo rechazó y el general Washington llamó a la puerta. —Imagínate, podrían habernos visto— aseguró Hamilton ayudando a John a ponerse de pie, al menos durante la presencia del general.
—Me daría igual— susurró John sin querer soltar su mano por su perdida de equilibrio y específicamente porque era la mano de Alexander.
—Debo abrir la puerta, está feo que espere— aseguró Alexander y John lo dejó ir, pero se apoyó en la silla del escritorio buscando soportar estar de pie.
—Buenos días, mi excelencia— dijo Hamilton dejando entrar al general y después se marchó para dejar a ambos hombres hablar en paz.
—John, me alegra verte mejor— afirmó el general. —Siéntate si lo necesitas.
Laurens no rechazó la propuesta de sentarse. Lo hizo de inmediato. Llevaba más de una semana sin ponerse de pie y aquello era agotador. —Mi excelencia, quería decirle que renunciaré a mi puesto— afirmó hablando con su mítica voz plena de seguridad por primera vez en aquel período de tiempo.
—¿Y que vas a hacer?— Preguntó Washington que sabía la situación en la que su familia se encontraba. —Tú padre sigue capturado y ahora mismo no es un buen momento para cruzar el océano.
—No quiero dejar a mi hija en ningún sitio— aseguró pues para él, dejarla en una casa de cuidado no era una opción. No pensaba en abandonarla con desconocidos y tampoco en separarse de ella. Frances es lo único que tiene de Martha, no le queda nada más.
—Entiendo el valor de los hijos, pero en las colonias no puedes hacer mucho más. Las universidades han cerrado, no tienes un lugar donde estudiar y te necesitamos en el cuartel— aseguró Washington. —Eres el único que entiende el español y el general Gálvez necesita que estés aquí. —Mi mujer estará aquí lo antes posible, ella puede encargarse de ayudarte con tu hija siempre y cuando sigas trabajando aquí.
—La guerra no es un lugar para niños— murmuró John sin estar demasiado convencido de la idea del general.
—Hacemos una excepción porque eres tú. Una boca más para alimentar es mucho en este ejército, pero estoy dispuesto a pagar ese precio si te quedas— afirmó Washington. —No tengo más hombres, necesito que estés aquí. Tienes ideas y mucho por delante en este lugar, no es hora de que te marches, John. Cuando tu padre sea liberado y regrese a América, podrás dejar a tu hija con él o si algún familiar viene hacia aquí.
—¿Y si voy a Londres? Mis hermanos están allí.
—No puedo permitir que te vayas a Londres. Si te capturan estamos en las mismas, ya le sucedió a tu padre. Es demasiado riesgoso, John. El congreso ahora te necesita a ti, el parlamento también y... quieras o no es tu trabajo. Ahora mismo no puedes abandonarlo— el general consiguió convencer a John de quedarse con la niña. Cómo condición se puso que Frances estaría siempre resguardada de las batallas y que John no regresaría a luchar, si no a escribir.
—Sí, mi excelencia. A sus órdenes.
—Estás volviendo a sangrar— aseguró el general y John se tocó el rostro. Ya se había dado cuenta, pero no imaginaba estar sangrando tanto. —Te dejaré para que te cures y descanses. Cuando te sientas bien, avísame y te incorporarás al trabajo. El doctor vendrá en dos días.
Cuando el general salió, John empezó a curarse de nuevo, pasaba así días enteros hasta que por fin llegó el tan ansiado doctor.
—Dolerá, pero en una semana estará curado, al menos la herida. La mandíbula tardará un tiempo— aseguró el hombre empezando a coser la herida. Era una sensación muy molesta al tratarse de parte del rostro sobretodo era doloroso cuando más se aproximaba a su pómulo. —Has tenido suerte. Un poco más abajo y te hubieses desangrado en unso minutos, un poco más arriba y hubieses perdido un ojo. Has sido muy afortunado— dijo mientras seguía con su tarea.
—Ya queda poco— le informó Alexander a John que tomaba su mano y la apretaba de vez en cuando.
Antes de marcharse, el doctor le entregó una especie de alcohol de hierbas que debía tomarse cuando sintiese mucho dolor. Después de aquella visita, John pasó un tiempo con su hija y con el resto de muchachos. Él se sentó en la mesa por primera vez a la hora de la cena y jugaron a las cartas durante media hora. La niña estaba dormida sobre su padre y finalmente Lafayette ganó la partida.
Francés ya estaba en la cuna y todos se habían retirado a dormir cuando Laurens tomó a Hamilton de la manga de la camisa y se acercó a su oído. —¿No vas a dormir conmigo?— Le susurró y le dejó un corto beso.
—Quería darte tu espacio para que te recuperes.
—Tengo frío, necesito que vengas— aseguró con una sonrisa, feliz de que aquella herida no estuviese sangrando constantemente, aunque si que le hacía daño.
—Eres un mentiroso. Nunca tienes frío— dijo Alexander dirigiéndose hacia la habitación que ambos compartían. La verdad que estaba cansado de dormir en el sofá. Se quitó la casaca y observó al mayor sentarse en la esquina de la cama. El pelirrojo se sentó a su lado y John colocó la mano en su cabello para darle un beso dulce. —Estoy tan feliz de que te quedes— murmuró abrazando al mayor.
—En parte es por ti, que lo sepas— dijo besando su frente.
![](https://img.wattpad.com/cover/343365631-288-k861903.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad