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La señora Washington llegó unos días después y con mucho cariño cuidaba a la niña mientras su padre trabajaba. En cuanto a la hora de la comida, la niña era obediente y comía todo lo que su padre le daba. Y, en cuanto a John, aún se le dificultaba comer. Siempre empezaba de los primeros y terminaba el último. No podía masticar, así que su vida se basaba de puré. Incluso Frances podía comer más cosas que él.

Llegó una batalla y John tuvo prohibido salir de allí. Esperaba con paciencia y calmaba a la pequeña que lloraba a causa de los cañones de fondo. El invierno era muy frío y aquel día estaba siendo realmente duro. Para su suerte, todo sucedió como debía, incluso mejor de lo esperado. Aquella noche celebraron y lo pasaron bien.

John utilizaba su tiempo libre en escribir ensayos y criticar la esclavitud mientras el resto hablaba y hacían otras cosas. Querían prepararse para una fiesta que hacía John André, todos estaban emocionados menos Laurens. —Me parece un simple paripé— afirmó el sureño.

—¿Estás celoso porque dije que él era guapo?— Preguntó Hamilton sacándose la corbata mientras observaba a Laurens durmiendo a su niña. —Eso no significa que no seas más guapo que él.

—Alexander, no necesito la atención de ningún hombre. Él no me causa buena impresión, es solo eso— afirmó viendo al pelirrojo cepillarse el cabello. —He escuchado que dice cosas sobre mí. No quiero ir a su fiesta.

—Venga, ignóralo, vamos a pasarlo bien juntos— dijo Alexander intentando convencerle, pero John negó. —Vamos, hazlo.

—No, yo no quiero ir. Cuidaré a Frances mientras vosotros vais. Leeremos al lado de la chimenea y le escribiré a mi padre— afirmó tocando el pequeño rostro de la bebé. —No podré disfrutar del banquete ni siquiera, no quiero más puré ni verduras hervidas. Estoy cansado, no voy a gastar mis energías es una estúpida fiesta.

—Ya lo sé... Te estás quedando delgado— dijo Alexander pues está bastante preocupado últimamente. —Seguro que en unas semanas estás mejor. Yo quería decirte una cosa en verdad— afirmó el pelirrojo viendo a John. —Quería decirte que me han ofrecido la mano de la señorita Schuyler.

—¿La has aceptado?— Preguntó el mayor apartando la mirada de su hija y viendo a Hamilton. —Supongo que eso es un sí— dijo decepcionado de no recibir respuesta y decide levantarse para irse al salón un rato. Lo que realmente le molestaba era que se había quedado por Hamilton y ahora este le iba a abandonar sin ningún remordimiento. —¿No que yo era tu familia?

—Jack, escúchame, eres mi familia. Necesito dinero y una posición privilegiada como la tuya. Sé que no lo entiendes ahora, pero de verdad es necesario— dijo Hamilton. —Mis afectos por ti no van a cambiar. Nunca lo han hecho.

—¿Cuando vas a casarte?

—El invierno que viene— aseguró con nerviosismo y John asintió. —Quiero que vengas, por favor. Sé que no debes querer recordar la pérdida de tu esposa, pero es algo importante para mí.

—Yo no puedo ver cómo amas a otra persona— murmuró John sabiendo que Alexander le reprocharía su hipocresía.

—Tú lo haces. Amas a tu hija y te tengo que ver todos los días de mi vida— afirmó Hamilton algo dolido. —Permíteme tomar la mano de Elizabeth.

—Yo no voy a negarte que lo hagas, pero no creo asistir a tu casamiento. Así es mejor. Yo no tengo que verte casarte, igual que no tuviste que verme hacerlo— Aseguró John intentando terminar la discusión.

—Porque no te conocía— refutó el pelirrojo. —Yo hubiese estado ahí.

John suspiró y lo miró con algo de enfado. —No te lo hubiese permitido nunca.

—¿Por qué? ¿No que yo soy parte de tu familia?— Preguntó desconcertado.

—Solo invité a mi hermano, Alexander. Ni mi propio padre estuvo. No necesito que nadie vea mi boda, y que nadie me felicite. Si quieres recibir algunos aplausos, ¿por qué no empiezas por no casarte con una familia llena de esclavos?— Preguntó empezando a encontrarse irritado por la actitud del pelirrojo. —No voy a ir a aplaudir un casamiento como ese.

—No te entiendo a veces— dijo Alexander levantándose y caminando hacia John.

—No quiero que me entiendas, solo que respetes mi decisión— afirmó saliendo de la habitación y cerrando la puerta. En verdad tenía sueño, pero no quería soportar esa conversación con Alexander.

Se sentó en el sofá y esperó un buen rato a que la niña quedase dormida. John pensaba Alexander no estaba siendo justo con él. —Jack, por favor— dijo Hamilton abriendo la puerta. —No te enfades, ven a la cama.

—No— contestó sin siquiera mirarle. —¿Qué será lo próximo? ¿Qué abandones la sede y me dejes solo?

—Tú ibas a hacerlo... Yo me quedaré contigo, te lo prometo— se acercó despacio al sofá y miró a Laurens. —Solo lo hago por dinero.

—Entonces te vendes muy fácil. Yo podría ayudarte.

—Tu padre no lo permitiría— añadió Alexander sabiendo la cruda realidad y le dió un beso. —Venga, aquí no es el lugar, regresemos a la cama.

—No, Alex, déjame. No me vas a engatusar esta vez— dijo rechazándolo. —No ahora que me has dicho esto.

—No entiendo que te molesta de esto, solo es un matrimonio, tu estabas casado y me mentiste, me ocultaste las cosas. No estoy enfadado contigo.

—La diferencia es que vas a casarte, mientras he estado contigo todo este tiempo y no dudas de ello. Me estas cambiando por algunos billetes de un comercio oscuro y horrible—  afirmó John. —Déjame solo, debo pensar.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora