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-John, han pasado tres años- Dijo su mujer. Últimamente John no estaba de humor. Ni siquiera se hablaba en todo el día, dormían separados desde siempre y Beth estaba harta. -Entiendo que estás frustrado, que has perdido a tu padre, pero debes superarlo.

-¿Puedes dejarme? Suficiente es que he cumplido la voluntad de mi padre, seguirías solterona si no fuese por mí y los hombres no quieren a las mujeres mayores.

-¿Es eso? ¿No te parezco atractiva? Ni siquiera tuvimos noche de bodas, pensé que era por respeto a tu padre, pero han pasado tres años y ni siquiera te acercas a mí.

-Sabes que nuestra boda solo fue un... Compromiso familiar- aseguró John. -No puedes obligar a cambiar mis sentimientos por ti y no levantes la voz que Frances está durmiendo y no debe escuchar esto.

-Frances ya lo sabe. No es una niña, tiene quince, John- reprochó. -¿Sabes que sí puedo cambiar? Tus deberes como esposo. No me amarás, pero deberías hacer lo que hacen todos los esposos. Yo lo hago, cocino todos los días, limpio, cuido a Frances...

-No es tu obligación, te dije que contrataría sirvientes si así lo deseabas.

-Quiero que seamos un matrimonio funcional- afirmó.

-¿Y para eso tenemos que tener noche de bodas?

-Mira, estoy harta. ¿Crees que a mí esto me gusta? ¿No lo entiendes? ¿Te imaginas cuánto me duele cuando entro a tu habitación y te veo acorrucado durmiendo con Hamilton? Me hace sentir como la mujer menos atractiva del planeta que soy incapaz de haber estado una vez así en mi vida contigo. Yo solo quiero tener hijos y tú no me das ninguno. No te pido que lo cuides pero quitarme ese derecho por el simple hecho de ser tu esposa me hace tan infeliz.

-¿Hijos? ¿Es eso lo que quieres?

-No pido nada más. Quiero una familia y me gustaría que hicieses por formar parte de ella. Sé que eres un buen padre, pero si no quieres encargarte de ellos no te preocupes, no lo tendrás que hacer, pero no me quites mi ilusión.

-No quería hacerlo- aseguró John y tomó aíre. -Lo siento. Tengo que pensarlo porque esto es una decisión difícil para mí.

Lo primero que hico fue a decirle a Alexander y le dijo que debería darle un hijo a su mujer. Que así estaría feliz y todo mejoraría entre ambos. Eso es lo que estuvieron intentando, tal vez ella ya era algo mayor como para que fuese posible y aquello se estaba convirtiendo en una tortura. —Dios, Alexander, es que estamos igual todas las semanas. No tengo ganas de saber nada de mujeres.

—Vente a mi cama un rato— bromeó el pelirrojo.

—No tengo ni ganas— aseguró. —Y ahora un bebé... ¿Si viene yo que hago?

—Seguir a lo tuyo— respondió el pelirrojo.  —Amor... Mírame, lo estás haciendo bien— le dió un beso en la frente y regresó al trabajo. En cuanto a John, pasaba el día arriba y abajo detrás del presidente John Adams. Desde que Washington se retiró que no era lo mismo.

—¡Laurens!— Gritó Adams. —¿Qué te parece ir a negociar con los franceses? A Versalles.

—¿Yo? Seguro tenemos fin diplomático.

—Necesito que veas que ofrecen a cambio se apoyar su revolución... Tú sabes mejor que nadie como está nuestro ejército, General— respondió. —¿sí?

—No era una sugerencia, ¿cierto?

—No, es tu obligación como General.

John asintió. No tenía ganas de un viajecito en barco, pero que más podía hacer para conservar ese trabajo. Se lo contó a Alexander, de inmediato se mostró triste porque estar seis meses separados iba a ser doloroso. —¿Tendré que volverte a escribir mis picardías por correspondencia?— Preguntó Alexander y John asintió. —¿O prefieres prescindir de ellas?

—No me castigues— respondió el rubio. —Esta noche nos podemos ver en tu casa, ¿no?— Preguntó John y Alexander asintió. —Tu despacho no es muy privado— aseguró dándole un beso y luego otro... Y otro... Así hasta que Entel Jefferson y visto el panorama cerró la puerta y se fue. —Antes lo digo, antes sucede. Te dejaré que parece que tenga cosas que decir... ¿Le has presentado ha mi plan de esclavos?

—Aún no.

—Hace cuatro meses que te lo di. Podríamos tener a un tercio de los esclavos libres, Alexander.

—Dame tiempo.

—Está bien— dijo revolviendo el cabello anaranjado de Alexander y abrió indicándole a Jefferson que podía pasar.

—El general Laurens debería ser tu secretario, Alexander— dijo Jefferson por lo visto.

—Si fuese mi secretario seguramente estaría ocupado gran parte del día— añadió.

Por la noche, John fue a casa de Alexander con su hija y su mujer. Las tres se quedaron hablando en el salón mie tras los chicos iban a "leer y arreglar unos asuntos del trabajo" —Te voy a echar mucho de menos. ¿Cuándo te vas?

—La semana que viene— afirmó acariciando la mejilla del pelirrojo. —Jefferson tiene razón, yo podría ser tu secretario.

—El secretario del secretario, ¿no?— Preguntó Alexander. —¿Por qué no te presentas a las elecciones? Con esas ideas que tienes.

—Sería útil dejando de lado las bromas, pero lo mío sabes, querido que no es la política.

—Lo sé muy bien, lo tuyo es relajarme después de una jornada largo de trabajo— afirmó dándole un beso. —Deberías unirte al mío.

—No estoy yo para tener problemas políticos.

—¿Sigues teniendo problemas con tu mujer?

—Sí... Siguen sin haber hijos, quiero que llegue ya uno y dejar el asunto. Ahora peleamos a ver quién tiene la culpa. Ella dice que aún está en la flor de la vida... Con Frances fue mucho más fácil.

—Las cosas se encuentran cuando no se buscan.

—Qué consejo tan oportuno.

—¿Quieres que pruebe yo a ver si eres tú o tu mujer?— Bromeó.

—Cuando tenga los hijos pelirrojos será muy notorio. No, gracias.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora