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—Entonces eres tú la encargada de todo hasta que se recupere tu padre...— dijo Adams viendo a Frances que asintió. No estaba muy convencido, pero no conocía a ningún calificado para la tarea. —Mañana vendrás conmigo al congreso, ¿sí?

—Por supuesto, señor— dijo la joven. Por supuesto que prefería estar con su padre, pero sus deberes requerían su presencia. Antes de ir al despacho a terminar algunas cosas de la campaña política fue a comprobar como estaba. —¿Está mejor?— Le preguntó a Eliza que levantó los hombros.

—Se ha dormido hace un rato.

—Vale... gracias. Iré a hacer un par de cosas y si quieres paso yo aquí la noche.

—Va a venir Alexander. Deberías descansar para estar lista mañana— aseguró dándole un beso en la frente.

—Solo escribiré un rato.

—No te desveles.

—No lo haré— antes de ir a su despacho decidió ir a ver a Beth. Aún no había ido ni siquiera a ver a John y con decir que hasta Jefferson había ido... —Buenas noches— dijo entrando a la habitación.

—Hola— murmuró.  —¿Necesitas algo?

—¿No irás a ver a mi padre?

—No estamos en buenos términos ahora mismo— murmuró.

—¿Y no puedes dejar atrás ese rencor y hacerle una visita ahora que se está muriendo?— Preguntó molesta. —Tu hermano está viniendo para pedir buenos deseos.

—No todos tenemos que hacerlo, Fanny. Son cosas de adultos, no entiendes. Es mejor que mantengamos distancia.

—¿Tú por qué estás molesta con mi padre? ¿Qué te ha hecho? Creo que debería él estar enfadado contigo. Yo lo estoy. Nos has mentido.

—Ni siquiera le importo— aseguró.  —Solo tiene ojos para ti.

—Soy su hija— murmuró.

—Y yo su esposa.

—No lo parece— dijo antes de irse. —Buenas noches.

Alexander terminó algo tarde de trabajar. Llegó preocupado porque tampoco quería dejarlo solo. Por suerte allí seguía.  —Jack, ya estoy aquí— dijo abriendo la puerta y se acercó a ver si podía despertarlo. Tenía sangre fresca en la boca. Aún no había dejado de sangrar. —Jack— si no respirase pensaría que está muerto. —¿Has comido? Supongo que no... ¿Si no respondes con quien hablo yo ahora? Me dijiste que no me ibas a abandonar y ahora quieres morirte. ¿Tengo derecho a estar enfadado contigo? No sé... Debería callarme y dejarte descansar— murmuró tomando su mano y le dio un beso.

Se sentó en un sillón al lado de él y pasó allí toda la noche. Era lo mínimo que podía hacer. —Buenos días, Jackie.

—Buenos días— murmuró y Alexander sonrió.  Qué gusto que hubiese despertado.

—Ayer nos asustaste un poco— afirmó acercándose.  —Me estaba haciendo a la idea de que ni te ibas a despertar.

—Estoy muy cansado— afirmó. —¿Y Frances?

—Con Adams.  Cuando regrese le digo que se pase por aquí.

—¿Y no ha venido Beth?

—No... dice que está muy molesta contigo— afirmó el pelirrojo. —¿Quieres que traiga a alguien más?

—No. Quiero estar solo con mi familia... que nadie me vea— murmuró y vio al pecoso mirarle. —Tú eres mi familia, Alex— prácticamente le leyó el pensamiento. —Pero no quiero más visitas.  No puedo descansar.

—¿Ni de tus ayudantes?

—Ni de mis ayudantes. ¿Podrías encargarte de que me dejen tranquilo?— Preguntó y el pelirrojo asintió.

—Hace mucho que no te veo tan delicado— aseguró mirando su rostro cansado. —Es cierto que necesitas un descanso. ¿Qué sientes hoy?

—Mucho dolor y estoy mareado.

—¿Quieres ron?— Preguntó tomando una botella y un vaso que tenían allí. —Seguro te viene bien. ¿Y fiebre tienes?— Preguntó tocando su frente. —Estás ardiendo, Jack.  Iré a pedir paños y agua fría.

—No te vayas.

—Tardo un minuto— aseguró y John le tomó la mano.

—¿Y si muero en ese minuto?

—Jack, no creo— dijo.—Lo que vas es a morirte desangrado o de una fiebre.

—¿Puedes venir aquí a dormir?

—Hoy debería adelantar trabajo y hacer algunas cosas, pero puedo quedarme a hacerte compañía.

—¿Le puedo preguntar a Betsy si puedes estar conmigo todo el día?— Preguntó. —Acuéstate conmigo.

—Jack, si te duele hasta respirar quizás lo más apropiado no sea eso.

—¿No quieres? Yo quiero. Por favor.

—Sólo un ratito. Si duele mucho me voy de aquí— aseguró sentándose en la cama con cuidado y le dio un abrazo delicado

—Gracias— murmuró acariciando la camisa de Alexander. Él pelirrojo decidió tomar el día libre para pasarlo con él. Aunque se volvió a dormir durante algunas horas más.

—¿Se puede?— Preguntó una voz desde fuera.

—¿Quién es?—Alexander no había reconocido la voz.

—Kinloch—contestó y John le sonrió afirmando que podía pasar. —¿Cómo te sientes?— aseguró acercándose a Kohn y tomando sus manos. —Mi hermana me ha dicho que no estabas muy bien y que estáis peleados.

—Sí...— murmuró. —Algo así— respondió John. —Pero creo que todo está bien.

—Sí, eso me ha dicho tu hija.

—¿Ha llegado ya?— Preguntó John desconcertado. —¿Por qué no había ido a verle?

—Sí, la he en tu despacho esperando al doctor.

—¿Al doctor para qué?— Preguntó John. Él se sentía mal, pero tampoco tanto como para que le ocultasen algo.

—Se ha caído del caballo.

—¿¡Qué!?— Dijo John levantándose de inmediato.

—¡Jack! Vuelve aquí, idiota— dijo Alexander.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora