—Jack, despierta— dijo Henry llegando con el candelabro. —¿Está Frances ahí?— Preguntó y John abrió los ojos rápido para palpar en su cama.
—¿Qué? No— dijo incorporándose. —¿No está en su cuarto?— No le costó ni siquiera levantarse para darse cuenta que tampoco estaba en su camita. —La había dejado aquí cuando se durmió hace un rato— afirmó regresando con su padre y después fue a buscar a ver si estaba en la habitación de Hamilton.
—¿No está Frances?— Dijo incorporándose el pelirrojo y miró hacia sus lados. —Debe estar en la cocina. Tal vez quería comer las galletas que hicisteis.
—¿Crees que ella puede bajar las escaleras sola en la noche a oscuras?— Preguntó John yendo hacia el pasillo de nuevo.
—Ya no es un bebé— dijo el pelirrojo y los tres hombres bajaron a la planta baja. —Ya anda y habla. Es toda una niña.
John fue hacia la cocina, su padre hacia los despachos y Alexander hacia el salón. Los tres llamaban a la pequeña y pasaron unos agobiantes minutos hasta que Hamilton dijo algo. La puerta se encontraba con el seguro abierto, estaba entornada, casi cerrada. Hamilton abrió y en el jardín estaba la niña. —¡Está aquí!— Gritó el pelirrojo y en nada John ya fuera por ella.
—¿Qué haces aquí fuera tan tarde?— Preguntó John dándole un abrazo. —Te he estado buscando.
—Jugar— afirmó la niña viendo a su padre.
—¿Por qué no me has dicho nada?— Preguntó levantándola en brazos y acercándola a su pecho.
—Estaba jugando al escondite, pero ya me he cansado— dijo la niña.
—¿Yo te he enseñado a jugar a eso? ¿O ha sido Lafayette?
—No. El señor de mi ventana— aseguró la niña con una pequeña sonrisa.
—¿Cómo que el señor de tu ventana?— Preguntó Alexander y la niña asintió. —¿Quién es el señor de la ventana?
—Hm... No sé, pero le gusta jugar conmigo— aseguró la pequeña.
—Nada de niños y ventanas en esta familia otra vez, por favor— murmuró John entrando a la casa. —Cariño, ¿papá se había dejado la puerta abierta?
—No, la he abierto.
—No llegas— dijo Henry.
—Me han ayudado— aseguró la niña y John intentó convencerla de que era hora de dormir.
—Francés, ¿qué te dice papá de los desconocidos?— Dijo John. —No se habla con ellos... Avísame.
—Pero quería jugar y a mí me gusta jugar— aseguró acariciando el cabello de su padre. —Sí, sí.
—Mañana hablaremos de esto con más claridad— dijo Henry mientras volvía a cerrar la puerta.
Frances al principio juraba no tener sueño, pero en poco tiempo se quedó dormida sobre los cómodos brazos de su padre y, después, John la llevó a dormir con él hasta que se aclarase lo del señor ese que no le daba ninguna buena espina.
—¿Crees que hay alguien fuera?— Dijo viendo a Henry que levantó los hombros.
—James también lo solía decir— aseguró el hombre. —Deben ser imaginaciones de los niños.
—Pero mira como acabó James— dijo John. —¿Y quien le ha abierto la puerta?
—No lo sé, tal vez la henos dejado nosotros, no te preocupes. Los niños tienen mucha imaginación. Tal vez se ha inventado un amigo, ¿no? Está muy sola, no tiene hermanos ni amigos— dijo Henry y John asintió poco convencido.
Los siguientes días transcurrieron con normalidad. Frances dormía con John y nada sucedía fuera de lo normal. John y Hamilton seguían poco convencidos de que Frances se imaginase ese tipo de cosas, lo que era peor: ¿cómo iba a imaginarse el escondite y aprenderlo sola?
—Tal vez mi padre tiene razón — aseguró John. —No lo sé... No me da gracia.
—No pienses en eso ahora. Céntrate en lo que tienes que centrarte— pronto llegaría Kinloch. No iba a tardar más de unos minutos en aparecer por allí para intentar preparar que decir en el juicio.
—¡John!— Dijo Kinloch dándole un abrazo a su viejo amigo. —Qué mayor estás.
—Tú también— dijo alegre recibiéndolo.
—He traído una cosa para la niña desde Italia— aseguró dándole un regalo.
—Oh, muchísimas gracias. Sabes que no hacía falta— dijo John entusiasmado y Frances se acercó a ver el regalo. Era una preciosa caja de música de madera. —Dile gracias a Kinloch.
—Gracias, Kinloch— aseguró la niña con una sonrisa. Era la primera vez que veía a aquel hombre, pero se fiaba de él si su padre lo hacía.
—Qué hermosa niña. Se parece mucho a ti— dijo viendo a la jovencita. —Será mejor que nos pongamos ya con este largo asunto. —¿Está tu compañero?
—Oh, sí, ahora mismo lo llamo.
Tardaron un buen rato decidiendo que debían hacer. Ya lo iban teniendo todo preparado. Dirían lo justo y necesario, nada más. Se harían un poco los locos y John regresaría al cuartel no era tan difícil. Cenaron todos juntos y John parecía muy feliz en aquel ambiente, estaban allí sus amigos, su padre, su hija...
—¿Estás celoso?— Preguntó John entrando a la habitación de Alexander. —Hoy no has querido que te dé un beso de buenas noches.
—No me gusta Kinloch. Le miras mucho y él te hace esos ojitos insoportables— afirmó el pelirrojo y John sonrió.
—No seas bobo. Sólo es un amigo común. Ya hemos vivido lo nuestro y se ha acabado— dijo dándole un beso en la frente. —Iré a dormir con la niña. No quiero más monstruos en su ventana.
—Mejor será. Lleva cuidado a ver si te sale a ti un monstruo— dijo Alexander y John río.
—Bobo.
—No me digas bobo— reprochó el pelirrojo.
—Mi bobo.
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Donde el viento no susurra | Lams
Исторические романыJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad