Llevaba un mes en Francia. Se le hacía extraño, pero ahí estaba. Acababa de recibir las primeras cartas de su Alexander.
Desde que había llegado allí podía decir que eso era lo único bueno que le había pasado. Debía compartir habitación con su mujer, como si fuesen un matrimonio perfecto. Frances no terminaba de verlo así, Elizabeth era una buena chica, pero se hacía la maternal con ella y quería que la tratase como su fuese su madre. Era obvio que su relación con ella no sería nunca como la relación con su padre. —Papá, dijo la jovenzuela... ¿Tú me harías un favor?
—¿Qué favor?— Preguntó John.
—Quiero un regimiento de mujeres, ¿me lo concedes? Para ayudar a los franceses, seguro lo necesitas— había salido demasiado igual que él.
—Pero, cariño...— antes de seguir pensó, ¿quien era él para prohibirle algo así? Encima recordaba cuando de joven se enfadaba poruqe le denegaban sus grupos de artillería, sus batallones... como hace poco le rogó a Alexnaser que le recordase a Adams lo del batallón de hombres negros. —¿Lo has pensado bien? ¿Qué mujeres? ¿Qué piden a cambio?
—Sí... eso... te lo he escrito aquí— aseguró sacando las manos de sus espaldas y le dio un montón se papeles cosidos escritos. —Para que puedas hacerte una idea... he diseñado formaciones, uniformes... todo lo necesario.
—Qué mona eres.
—¿Sólo mona?— Preguntó dejándole en la mesa aquel taco de hojas y cruzó los brazos. —¿Qué te parece?
—Debo leerlo. Es una idea... estupenda.
—No estás convencido, ¿verdad?
—Frances, por supuesto que
sí. Ya hemos hablado de esto muchas veces...—La gente no va a escuchar mis ideas— dijo sentándose en la silla de mal humor. —¿Y las tuyas de los esclavos sí?
—Es diferente...
—Porque eres un hombre. Cuanto desearía ser un hombre, papá. No imaginas lo infeliz que soy viendo como los chicos van a la universidad. Yo quiero ser médico y abogada. ¿Por qué no te haces presidente y cambias eso?
—¿Quién me apoyaría? Adams parece odiarme...
—Dice que soy una niñata. No le hagas caso.
—Es el presidente.
—Un presidente muy estúpido, papá— dijo levantándose para darle un beso en la mejilla antes de irse. —Por favor, dale un vistazo.
John suspiró y empezó a leer. Esa niña siempre tenía razón... poco después entró su mujer. Se sentó a su lado y lo miró leyendo en el sofá tan entretenido hasta que le prestó atención. —¿Sucede algo?
—Sí...— murmuró. —Estoy embarazada de tres meses— afirmó y John la miró perplejo.
—¿Tres meses? ¿Por qué no me dijiste antes? ¿Nacerá aquí? Debes volver a América.
—Estaba asegurándome... Gracias por darme un niño— dijo dándole un beso. —Supongo que ya has cumplido como marido.
—Ahora tendré que cumplir como padre.
—Eso ya sé que se te da bien— afirmó con una sonrisa. —Sólo quería decirte eso. ¿Has terminado de trabajar por hoy?
—Sí, estaba leyendo una cosa que ha escrito Frances.
—Ella tiene mucho potencial. Seguro llega lejos— afirmó la mujer. Qué suerte tenía de tener dos mujeres tan fantásticas en su vida, aunque sólo viese a Elizabeth como una amiga. Sabía que no podía remplazar a su querida Martha. —Tienes una carta de Alexander. Te la he dejado encima de la cama— aseguró y John fue contento a leerla. Estaban llegando de golpe, Alexander debió haberle escrito casi todos los días. Él era precioso, las palabras eran au don, esas cosas se le daban bien. Aunque, tal vez si le escribía eso a una mujer le espantaba un poco... pero a él le hacía tan feliz. Echaba de menos encontrarse con él en su despacho. Quería volver cuanto antes, acabar las negociaciones y tener a su hijo y en América, ver a Alexander...
Se levantó y fue de inmediato a la habitación de su hija. —FRANCES.
—Joder, papá, que susto— dijo la joven con el corazón en el pecho. Sabía que ese tono no era de regaño, algo se le acababa de ocurrir.
—Debes escribir más, lo publicaremos en el periódico. Hazte un pseudonimo, engatusa a la gente. Llevemos a las mujeres a la guerra también y a los esclavos. Escríbeme un artículo. Me sirve todo, divorciadas, viudad, jóvenes, cortesanas... doscientas cincuenta estará bien.
Su hija sonrió. —Está bien.
—Y eso le ofreceremos a los franceses. El año que viene tendrán dos regimientos de apoyo y siete mil soldados profesionales. Seguro lo aceptan y cuando triunfemos dirá s que ha sido tu idea y te van a ver como una mujer inteligente y te querrán en las universidades y...—Eso está muy bien, papá, pero lo de la universidad será más fácil si te presentas a las elecciones y te haces presidente y defiendes mis derechos.
—Lo consideraré. ¿Crees que conseguiremos suficientes mujeres para el batallón?
—Por supuesto.
—Bien, a partir de ahora eres mi ayudante de campo. Mi teniente coronel, ¿sí?
—¿Pero eso no debería confirmarlo el congreso?
—Cariño, yo mando en el ejército y tu tío Harry en el congreso. Me da igual lo que diga John Adams.
—¡Yuju!
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Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad