25

31 5 2
                                    

Para Alexander un día más en la oficina. Ya se había acostumbrado al revuelo causado por su publicación. Ahora iba a buscar a John a su despacho, quería arreglar las cosas o no terminar tan mal. No quería que leyese esas cartas en el congreso, aunque John era suficiente vergonzoso como para no hacerlo nunca.

Entró y John ni se dio la vuelta. Estaba de pie mirando un mapa revisando la estrategia que le había mandado su querida Frances. Al parecer ella no sabía aún de todo lo que sucedía. —Jack...

—En otro momento, Alexander— murmuró y el pelirrojo asintió y se marchó.  Intentó ponerse a trabajar pero solo pensaba en el daño que le había hecho a su mejor amigo. Ni siquiera había salido a por el café porque no quería encontrarse a Alexander ni escuchar los cuchicheos del resto.

—No lo voy a recuperar— susurró Alexander jugando con la pluma.

—No creo— dijo Jefferson.  —Te has pasado, bastante. Yo no hubiese dicho tanto.

—Si supieses como te defendió la última vez que hablé con él...— murmuró el pelirrojo.

—No tengo nada contra él. Si yo soy presidente el año que viene seguirá siendo el General. Solo a veces me cae mal, pero de vez en cuando. Eso de los esclavos no me gusta, ni el apoyo ese que le está dando a las mujeres. Van a revelarse.

—John es el rey de las rebeliones...— murmuró Alexander. —Me has dejado fuera de juego. Buena suerte contra Burr...— dijo regresando a escribir. Desde luego ya no iba a ser presidente. —Lleva cuidado con Laurens.

—¿Por qué?— Dijo Jefferson.

—No le calientes las bolas, es el rey de las rebeliones. Lo conozco demasiado bien.

Más tarde Beth tuvo que ir a por John porque eso de estar en la casa blanca les hacía mal. Eran las dos de la mañana y seguía se pie frente a ese plano. —Frances es increíble— murmuró viendo su nueva estrategia. Acababa de recibir la primera victoria del regimiento.de su hija. —Cómo la quiero.

Mientras hablaban en el despacho enteró Eliza, quería ver como le iba a John desde el último día que lo vio. —¿Todo bien?

—¿Adams me colgará?— Preguntó John viendo aún el mapa. —No le gusto mucho.

—No lo van a permitir— dijo Eliza.

—Ni pienses en eso, Jack— dijo Beth tomándolo del brazo. Vamos a dormir, debes descansar.

—Si es que puedo y esta casa no me vuelve loco— susurró. Al parecer se estaba desquiciando tanto como Alexander. Se le estaba yendo la cabeza. Aquella noche durmió con su esposa, no solía hacerlo cuando estaban allí y si alguien se preguntaba decían que John se sentía incómodo durmiendo con alguien por una molestia en su hombro desde aquel balazo en la guerra. —Debería publicar mi versión y dejaré de pensar en él— murmuró y su mujer asintió.

Con la broma, había pasado bastante tiempo, casi dos meses. Ya había publicado su propio panfleto, muchísimo más breve que el de Alexander. La gente desde luego no esperaba que lo aceptase así al igual que John no esperaba que la reacción de la gente fuese aquella. Incluso le llamaron "considerado" por no exponer las cartas de Alexander.

—Debes estar quieta— dijo Johm en su despacho viendo como su mujer no dejaba de hacer cosas. —En cama, dice el doctor.

—¿Dos semanas? ¿Hasta qué tu hijo decida nacer? No— afirmó la mujer y John empezó a señlar unas cartas para Frances. Su pequeña estaba a poco de regresar.

—John, ¿podemos hablar?— Apareció Alexander por la puerta insistiendo como llevaba haciendo esos meses. —Hola, Beth— dijo saludando a la mujer. —¿No es un buen momento?

—Pasa— dijo John. No podía evitar más esa conversación. Elisabeth estaba dispuesta a marcharse pero John le pidió que se quedase, tal vez se le iba la pinza. —¿No saldrás a disculparte públicamente conmigo? Ya te has arruinado la carrera.

—Puede. No quiero que piensen mal de nosotros.

—¿Se puede pensar peor de mí?

—Jack...

—Y sabiendo que mi Beth estaba en estado, decides traer esa preocupación a mi familia— aseguró echando la silla atrás para dejarle hueco sobre sus piernas a su mujer.

—Tenía que hacerlo, no podía esperar.

—Mi hija ya lo sabe— afirmó. —¿Es lo que querías? Mira todo lo que has provocado.

—Espero algún día puedas perdonarme.

—POR SUPUESTO QUE NO, ALEXANDER— dijo furioso y su mujer se levantó y se apartó. Si no había que jugar con algo era con Los ataques de ira de su marido.

—¡A MÍ NO ME GRITES!— Dijo dándole la vuelta a la mesa para quedar cara a cara con John. —SIEMPRE QUE HABLAMOS TIENES QUE LEVANTAR LA VOZ. ERES UN BRUTO, NO TIENES IDEA DE CONVERSAR. MENOS MAL QUE NO ERES ABOGADO NI POLITICO.

—¿Yo? ¿Bruto? NO TIENES IDEA DE TODO LO QUE ME CONTENGO CONTIGO.

—VENGA, HAZLO— dijo dándole un empujón. —¿QUÉ? ¿ME VAS A PEGAR OTRA VEZ? QUÉ TODOS VEAN COMO ERES. SIEMPRE HAS SIDO ASÍ.

John estaba a nada de contestarle hasta que su mujer le tomó del brazo. Un fuerte dolor había aparecido en su vientre. —Jack— susurró apretando su brazo. —He roto aguas, ayúdame.

—Beth— dijo dejando totalmente de lado la discusión y ayudando a su mujer a sentsrse en la silla. —Alexander, llama al doctor— dijo John. Tenían que estar preparados para aquello, pero no lo esperaba justo ahí. Tal vez en miedo, estrés...

Cuando tuvo un poco menos de dolor, mientras Alexander buscaba al doctor, la llevó en brazos a la habitación y empezó a quitarle toda aquella ropa molesta y dejarla con un camisón de algodón. Se quejaba mucho, tanto que cuando llegó el doctor les pidió a Alexnander y John que se retirasen de la sala. En aquel momento dejaron sus diferencias. John estaba muy preocupado, sobretodo porque aquello no era normal.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora