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No le pudo atender ningún médico hasta que regresaron a la casa. Entre dos ayudantes de campo lo ayudaron a subir al carruaje y se marcharon. Aún estaban esperando al doctor, no debía tardar mucho. —¿Cómo sigue?— Preguntó Alexander entrando nuevamente a la habitación.

—Sigue escupiendo sangre— aseguró Eliza mientras sostenía una palangana.

—¿No viene aún el doctor?— Preguntó Frances viendo a su padre. —Lo necesita de inmediato. No puede perder más sangre.

—Está en camino— aseguró Alexander. En verdad estaba todo lleno de sangre, la gente estaba horrorizada cuando los vieron entrar a todos manchados. —¿Cómo estás?— Le preguntó esperando que estuviese igual de consciente que en el camino.

—Muy cansado— aseguró.  —Ya no duele tanto. Intento no dormirme— murmuró con los ojos cerrados.

—Eso, no te duermas. Mírame— dijo. —Abre los ojos.

—Ves a la reunión de esta tarde.

—Sí, John, iré— aseguró Alexander. Debía pensar en algo ajeno a su dolor.

—Y Frances te acompaña para controlar lo que sueltas— aquella vez Alexander no le discutió.

—Sí, Jack... como quieras. Vas a ponerte bien y enseguida te encargarás de lo que digo— afirmó el pelirrojo acariciando su cabello.

—¿Puedes cerrar la cortina? Me molesta la luz— aseguró. —Auch

—No es conveniente, no queremos que te duermas— dijo Eliza sirviéndole un vaso.

—No voy a dormirme— dijo claramente con una voz que expresaba lo contrario.

—Bebe— dijo Eliza acercando el vaso con ron y Alexander le levantó un poco la cabeza.

—Estar así duele— afirmó. Incluso una almohada dolía.

—El doctor ha llegado— avisó uno de los coroneles y entró un hombre que de inmediato pidió que todos se marchasen.

—Quédate— le pidió tomando la mano de Alexander.  Él había estado en todos sus males. —Duele— aseguró volviendo a echar sangre por la boca.

—Lo sé— respondió el pelirrojo y le volvieron a servir otro vaso. Solo le dieron algunos puntos, no podían hacer más.

—Me sigo desangrado por dentro— se quejó John. Todo el tiempo su boca sabía a sangre.

—Tu cuerpo debe sanar la hemorragia por si mismo. Reposa cuatro semanas— dijo el doctor antes de marcharse.

—¡¿Eso tiene que decir?!— Gritó Alexander y el médico se dio la vuelta. —¿¡Apuñalan al General y esa es la atención que recibe?

—Si quieres le traigo una enfermera.

—No has gastado ni veinte minutos. Aún está mal— aseguró viéndolo tan pálido, con el pulso acelerado y aquel sudor frío.

—No hay nada que pueda hacer— afirmó antes de marcharse.

—¿Mi mujer no vendrá a verme?— Preguntó John y Alexander levantó los hombros. No la habían visto en todo el día.

—Ese inútil ni siquiera te ha mirado el interior de la herida.

—No se le puede hacer nada, querido— murmuró John. —Sabes, creo que me voy a morir.

—¿Qué? No digas eso.

—Si me muero quiero que tú y Betsy os quedéis con Frances. Lo he escrito en mi testamento.

—Jack, no vas a morirte.

—¿Me lo prometes?— Le preguntó y el pelirrojo se quedó en silencio. —¿Puedes acostarte a mi lado y apretarme bajo de las costillas como estabas haciendo antes de que viniese el doctor?

—No creo que acostarme a tu lado sea buena idea— afirmó poniendo la mano donde le había dicho.

—Tienes razón, lo he manchado todo de sangre.

—¿Se siente mejor cuando hago eso?— Preguntó apretando con delicadeza.

—Sí... Duerme conmigo.

—Debo irme ahora a esa reunión.

—Deja que vaya mi hija. No me dejes morirme solo.

—Por favor, para, no digas eso. Me dan escalofríos de escuchar esas cosas.

—Esto está siendo muy lento. Llevo cuatro horas...— murmuró.  —Tengo mucho malestar... por favor.

—Llamaré a otro médico.

—No, por favor. Hay una avanguarda en el cajón de la mesita—dijo abriendo los ojos. —Dispárame.

—No— dijo horrorizado. Entendía su sufrimiento, pero no podía irse y dejar a su hija y a él de esa forma. —Aguanta un poco más por mí.

—¿Sabes que cuando alguien pierde mucha sangre y se duerme se quedan inútiles para siempre? Lo aprendí hace muchos años en la universidad... Yo no quiero ser un inútil.

—John, has sobrevivido a una cantidad inmensa de tiros y heridas. Esto lo vas a superar también.

A la habitación entró Frances. Era hora de irse a la reunión. —Papá, cuidate. Regresamos pronto— dijo dándole un beso en la mejilla y Alexander tomó la avancarga de John y se la guardó. Mejor no dejar ningún arma cerca.

—¿Dónde está el hombre que me ha hecho esto?

—Arrestado— dijo Alexander. —Van a colgarlo. Era un salvaje.

—Lo trajeron de África hace cinco meses. No habla inglés y parece ser que tiene una aversión hacia los estadounidenses— aseguró Frances.

—Deben haberle hecho cosas horribles a ese hombre— aseguró John. —Quiero hablar con él.

—No vamos a traerlo aquí, es peligroso— dijo Alexander.

—Entonces iré yo— afirmó tratando de levantarse y su hija le obligó a tumbarse.

—¿Cómo hablarás on él? ¿En italiano?— Dijo Frances irónica. —Descansa, papá.  Cuando estés mejor lo hablamos. Pediré que no lo ejecuten.

—Nos vemos después, Jack— dijo Alexander con una sonrisa. Esperaba que fuese así.

Salió de la habitación junto a Frances, y dejó que ella le adelantase un poco. —Betsy— aseguró viendo a su esposa y le dio la pistola que había tomado de la mesita. —Vigila a John. Díle a sus ayudantes que lo tengan controlado.

—¿Qué sucede?

—Quiere quitarse la vida. No puede hacer eso el general y futuro presidente.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora