John echaba de menos estar en casa y también a su padre que, por fin se había podido reunir con ellos. Allí mismo se alojaría la sede de Washington un tiempo, y, para John nada era mejor que la comodidad de casa y su familia.
—Padre— dijo contento abrazando a su padre. Se puede decir que hacía un par de años que no lo veía.
—Jacky, que bien estás. ¿Dónde está mi nieta?— Preguntó buscándola con su mirada y venía andando y jugando con Lafayette. —Qué preciosura, cuando la vi, ni siquiera sabía ponerse de pie.
—¡Abuelo!— Dijo la niña efusivamente dándole un abrazo también al hombre y luego le pidió a su padre que la levantase.
—He preparado una habitación para Frances, sube a verla y avísame si hay algo más que necesitas— aseguró Henry y John le dió las gracias. Después, Henry saludó a Washington y empezó a hablar de él de cosas de trabajo. También se le mandó a John hacer el recorrido por la casa y asignar habitaciones a sus compañeros.
—¡Hace tanto no tenemos camas individuales!— Dijo Tallmadge contento. —Esto será un buen descanso para mí espalda.
Cada hombre tuvo su habitación, bastante grande de hecho, con escritorio, armario, baúl, sillas y una pequeña mesa de té. Todas tenían vistas a un extenso jardín en la finca y hacia unas plantaciones que había detrás de estos jardines.
Alexander acompañó a John hasta su habitación que, cuando la abrió se quedó parado en la puerta. —¿Pasa algo?— Preguntó el menor y John negó con la cabeza.
—Está como la dejé cuando fui a Europa— dijo viendo la perfecta y limpia habitación. Al parecer nadie se atrevió a reordenar las cosas, solo se limitaron a limpiar.
Dejó a la pequeña en la cama y se dirigió a abrir los cajones para observar cómo sus materiales de dibujo y algunos dibujos aún estaban por allí. También se encontraban en una estantería sus libros favoritos cuando era más joven y muchos cuadernos de estudios que tenía. Sobre la mesa, había una caja de madera cerrada que debía haber dejado su padre.
—¿Qué es?— Preguntó Alexander que solo miraba a John con atención desde hace un rato.
—Algunas joyas— dijo viendo el interior. —Cosas familiares— respondió. —De mi madre.
—Oh— soltó Hamilton. John nunca había sacado ese asunto delante de él. Sabía que su madre no estaba en vida pues Henry era un hombre bastante popular que siempre iba solo y, por lo que se decía, perdió a su mujer hace muchos años. —Lo siento.
—No pasa nada, ya hace mucho tiempo— aseguró dejando las cosas y viendo a Alexander. —¿Vas a venir aquí alguna noche?
—Jack, ¿recuerdas que me dijiste en casa de mi suegro?— Preguntó Alexander y John asintió. —Me da miedo tu padre, impone mucho.
—No te preocupes, no es tan estricto como muchos piensan— dijo John. —Solo quiere lo mejor para mí.
—He escuchado tantas cosas.
—¿Sí? Supongo que estamos en boca de todos constantemente— afirmó sentándose en el baúl y viendo a la pequeña. —Siempre ha sido así. Mi padre es muy religioso, en eso sí es un poco duro con nosotros...— se sinceró —pero un buen padre. A veces estaba ocupado trabajando y yo jugaba con mi madre y mis hermanos en la sala de atrás. A veces le despertábamos muy temprano y acababa de acostarse, pero nunca se molestaba con nosotros. A veces con Harry, se quedaba hasta muy tarde jugando a las canicas con otros niños— contestó mirando hacia la ventana. —No entiendo por qué te cuento todo esto.
—Está bien— dijo sentándose a su lado y dándole un beso en la mejilla.
—Harry ya debe tener quince años. Hace mucho tiempo que no lo veo... ¿Vamos a dejar a Frances en su cuarto?— Preguntó viendo cómo la niña estaba a punto de dormirse, cansada del viaje.
John la tomó entre sus brazos y entró a otra habitación adaptada para una niña de su edad. Su abuelo le había comprado algunos juguetes y algunas cosas para entretenerse, pero ya lo vería otro día.
Alexander notó que su habitación estaba justo enfrente de la de John y sabía que aquello no era una casualidad. Volvieron a la habitación de John y cerraron la puerta para seguir hablando. —Debo asearme antes de la cena— dijo John tomando una palangana sobre el tocador.
—Aún falta mucho para la cena— dijo Alexander sentado en la cama y convenció a John de que podría asearse más tarde. El rubio se sentó a su lado y lo miró con ternura. Alexander era quien le daba ese cariño que necesitaba y siempre estaba ahí para él. Se sentía mal de haberse comportado de forma tan desagradable con él en un pasado y pensar que de todos modos, Alexander seguía amándole a pesar de su actitud.
Hamilton le dejó algunos besos que hicieron sonreir a John. —¿No que no querías hacerlo en casa de mi padre?— Preguntó algo sorprendido.
—Estar casado, no me quita mi devoción por ti y yo no rechazo tus propuestas— aseguró tomando la mano de John.
—Entonces déjame que asegure la puerta— dijo levantándose a pasar el pestillo y regresó con Alexander que se tumbó en la cama y dejó al mayor empezar a acariciar su cabello. —Te quiero, Alex.
El pelirrojo se hallaba sorprendido por aquellas palabras u por su sinceridad. Sin duda le gustaba mucho más ese John que el que conoció. —Yo también te quiero.
John desabrochó un poco de la camisa de Alexander y empezó a dejarle algunos besos en el cuello. El pelirrojo desacomodó la camisa del otro y metió sus manos por bajo de ella. —Eres un hombre lindo, Alexander— dijo con una pequeña sonrisa.
—Me siento elogiado— dijo sintiendo las manos de John recoger su espalda baja y acercándolo a él.
Ambos llevaban varias capas de ropa, por lo que todo se hacía todo un poco más tedioso y sobretodo por los chalecos ajustados que ambos hombres llevaban en sus uniformes. John le sonreía a Alexander mientras esté intentaba quitarle los infinitos botones del uniforme. John también lo hizo con Alexander y se acostó sobre la almohada a tan solo observar al otro hombre. —¿Todo bien, Jack?
—Estoy un poco cansado, solo eso— afirmó mientras Hamilton acariciaba su espalda por bajo de la ropa.
—Descansa. Yo te despierto a la hora de la cena— dijo convencido y se acomodó bien a su lado a lo que John se apoyó en él y no habló en un buen rato.
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Donde el viento no susurra | Lams
Ficción históricaJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad